Esta entrada está dedicada al buen hacer de Jesús Charco, un gran investigador de la flora (y fauna) nacional y norteafricana, que dedicó bastantes años a describir la situación y ecología de los últimos pinos autóctonos de Sierra Morena.
Mucho se ha hablado de la naturalidad o no de los pinares ibéricos, yo tampoco me he podido resistir en varias ocasiones en este blog. Creo que mis ideas las tengo bastante claras y nadie me ha sacado de ellas, aunque en un tiempo dado el tremendo exceso repoblador y, por qué no decirlo, destructor de una buena parte del monte español, no les guardaba mucho cariño que digamos y apoyaba a quienes opinaban que la gran mayoría de los pinares ibéricos estaban suplantando a los verdaderos bosques naturales, formados por especies frondosas o quercíneas.
Incluso aquellos beligerantes inicialmente con los pinares, como la escuela comandada por Salvador Rivas-Martínez, han ido reconociendo paulatinamente y definiendo científicamente y con una buena dosis de datos y argumentos, las sucesivas asociaciones de vegetación capitaneadas por especies de pinos. Aun así, es posible encontrar “elementos” que todavía no se han puesto al día y siguen sin reconocer los excesos repobladores de antaño, despotricando y retoricando sobre esta escuela, mostrando un desconocimiento total sobre el actual estado del conocimiento en esta materia, como quedó demostrado hace un año, en una jornada científica sobre Espacios Protegidos y repoblaciones forestales celebrada en la escuela de Ingenieros de Montes de Madrid, donde el catedrático Luis Gil reventó dicha convocatoria desde la propia mesa, dando un espectáculo lamentable a alumnos y asistentes.
Los pinares ibéricos vivieron mejores tiempos en el pasado, en un clima más duro y más fresco que el actual, dada su buena adaptación a estas condiciones. Con la dulcificación del clima, el progreso de las demás especies arbóreas les fue recortando su terreno, lo que unido al uso del fuego “civilizador”, las guerras, los incendios forestales y la tala para uso y consumo humano les fue dando la puntilla, ni tan siquiera las medidas protectoras de gobernantes y autoridades pudieron remediarlo.
Los pinares ibéricos han sufrido una suerte desigual y en muchos casos manipulada, tanto para lo bueno como para su desaparición. La rectitud de sus fustes siempre les hizo preferibles como material de construcción y carpintería, lo que hizo que fuesen más demandados y talados que otros tipos de bosque, por el contrario, la facilidad de repoblación y su dureza para soportar las primeras fases vitales, les dio un protagonismo a todas luces excesivo en nuestros montes, a mediados del siglo XX, tendencia en ligera corrección en las últimas décadas.
Solo algunas especies están en expansión, principalmente el pino carrasco Pinus halepensis, el pino piñonero P. pinea y el resinero P. pinaster, ambos aprovechando los huecos producidos por múltiples causas, en bosques de quercíneas y su matorral serial, así como aprovechando su mayor velocidad de crecimiento y su mayor capacidad de dispersión. También un monte erosionado, excesivamente trabajado o removido, las situaciones de inestabilidad, hacen que el poder colonizador de los pinos multiplique exponencialmente a la capacidad expansiva de otras especies de árboles.
Otros pinares se encuentran en franco retroceso, el calentamiento climático está arrinconando a las especies más montañeras hacia cotas superiores, cuando pueden subir, además este calentamiento los debilita y también abre la puerta a la llegada de plagas nefastas con ellos, un ejemplo reciente es la debacle de los pinares repoblados con el pino de Monterrey Pinus radiata (P. insignis) en el País Vasco. A parte de con este cultivo forestal, también y no tan dramáticamente, está ocurriendo con el pirenaico pino “moro” Pinus uncinata y con Pinus sylvestris y P. nigra en todas las montañas ibéricas.
Son muchos los que piensan que grandes regiones biogeográficas, como pueda ser la Luso-Extremadurense, que ocupa algo más de casi todo el cuadrante suroeste ibérico, no poseen pinares naturales en esa gran extensión, pero como nos demostró recientemente Jesús en una excursión del Congreso de Biogeografía celebrado en Ciudad Real el pasado año en Sierra Madrona, los pinares de Pinus pinaster llegaron a enseñorearse de grandes zonas cumbreñas de esos cuarcíticos macizos de Sierra Morena y Montes de Toledo en una pasado no muy remoto, como además pueden atestiguar la gran cantidad de (fito)topónimos dispersos por todos los montes de esta gran región.
Pudimos experimentarlo en los escasísimos y menguados pinares que aún prosperan en la sierra de Navalmanzano. Pinares ya mentados en escritos que señalaban los límites del obispado de Córdoba en la edad media. Muchos de ellos pinos cimeros, ocupando estaciones muy rocosas, en grietas y rincones y otros, los más atrevidos, en situaciones de ladera, a veces protegidos por pedreras.
Según nos contó Jesús, la dinámica de los pinos en toda la región ha estado sujeta a la actividad humana, no tanto por su aprovechamiento forestal, sino por el manejo del fuego en toda esta homogénea región. El único aprovechamiento pasado del monte, quitando el ocasional cinegético, que hoy se ha impuesto totalmente y la apicultura, era la ganadería de cabras. La pobreza era tal que hasta estos ásperos lugares tenía que venir la gente a buscarse el sustento. Para el manejo de pastos era crucial el uso del fuego, a partir del incendio el monte se abría y brotaba la hierba, pero con el paso de tres, cuatro años, ya se había cubierto de arbustos y se hacía necesario otro incendio. Así ha sucedido durante muchas generaciones y el pino solo ha podido soportarlo en las estaciones más rupestres.
Desde estos escabroso lugares, si se daban las condiciones, como ha ocurrido aquí, el pino llegaba a colonizar las inestables laderas de la vecindad de los lugares donde había permanecido acantonado tras los fuegos. Todo a la espera de otro incendio que los hiciese retroceder de nuevo. La historia de esta dinámica tan inestable y dañina ha ido eliminando los pinares de una sierra y otra hasta llegar al panorama actual, y mira que hay cientos y cientos de sierras por toda la región, todas, como ocurre en los relieves apalachenses, de alturas bastante uniformes, alcanzando el cordal principal de Montes de Toledo, entre los 1300 y los 1450, los de Sierra Morena, entre los 1100 y 1300, y la gran multitud de sierras intermedias entre unos y otros, entre los 700 y 900m, siendo las serratas de la vecindad del Guadiana, la más bajas, con largas hiladas cuarcíticas cumbreñas de entre 600 y 800m.
En la actualidad y fruto de la fiebre repobladora de antaño, estas montañas pletóricas de quercíneas (encinas Quercus rotundifolia, quejigos Q. broteroi-faginea, robles Q. pirenaica, alcornoques Q. suber, coscojas Q. coccifera e incluso el quejigo gaditano Q. canariensis) y un bosque mediterráneo tremendamente diverso en especies, fueron desplazadas en muchos lugares por repoblaciones que Pinus pinaster y con ello paradójicamente, un mayor peligro para este bosquete relicto. Con las repoblaciones llegaron elementos que nunca habían existido aquí como la procesionaria y las ardillas, y que no contundentes, sí visibles y peligrosos, uno para los árboles jóvenes y las ardillas por reducir, con su consumo de piñones, fuertemente el reclutamiento de nuevos ejemplares.
Pero uno de los mayores peligros, viene de la sobreabundancia de herbívoros campando por estas sierras que han visto, una vez casi desparecido el ganado doméstico, como sus efectivos no han parado de incrementarse durante años. Incluso ya contando desde siempre con la presencia de la cabra montés, muy retraídas y acantonadas en determinadas fincas cercanas (al parecer se está identificando actualmente como una subespecie nueva), el verdadero peligro son los venados, no tanto por su consumo de ramón, apenas visible, como por su querencia a ser desmochados y rotos de jóvenes para rascarse la cornamenta. o quitarse las pielecillas de las cuernas.
Poco a poco los pinares repoblados, en cotas bastante inferiores, se van naturalizando, es decir, mezclándose con la vegetación de la zona. También trabajos silvícolas acometidos por la autoridad de uno de los mayores (150.000 has.) y más recientes Parques Naturales españoles, como es el Parque Natural de Alcudia y Sierra Madrona, tienden a suavizar y naturalizar esas grandes masas de pinares, al menos en las zonas cercanas a la carretera nacional de Puertollano a Montoro.
Un parque muy poco dotado, pero con buenos profesionales que se multiplican para poder dar abasto a una inmensa carga de trabajo, en una región llena joyas naturales y grandes problemas, en el mejor monte mediterráneo peninsular, para mí sin duda, me gusta mucho Cabañeros, pero el Parque Nacional del monte mediterráneo debería estar aquí. Sierra Madrona es muy especial y completa, no en vano, aquí están todavía reunidos la flor y nata del bosque mediterráneo, el lobo (por los pelos), el lince, la nutria, la cabra montés, la real, la imperial, la perdicera, la cigüeña negra, el alimoche, el buitre negro, etc.
De camino hacia el pinar pudimos contemplar una de las mayores rarezas botánicas de Sierra Madrona, la especial planta carnívora Drosophyllum lusitanicum, una planta parecida a la drosera, de la que toma el nombre genérico, de largas hojas con gotillas pegajosas en su margen que cuando atrapan un insecto, se cierran en espiral sobre él.
Lo verdaderamente sugerente de Sierra Morena, son sus impresionantes dimensiones y extensión, los inmensos jarales, sus madroñales, sus bosquetes de quejigos en las umbrías y en la vecindad de los arroyos, las hiladas de altos alisos bordeando sus ríos, los altos y espesos robledales, los mayores de la mitad sur peninsular y sus grandes riscos, repetidos hasta la saciedad pero en multitud de formas diferentes, casi siempre estratigráficamente fileteados en vertical, muchas veces cortados por profundas e inaccesibles hoces.