Sí, has leído bien, aunque la región donde los abedules se encuentran no es la región natural de La Mancha, sí que se trata de Castilla la Mancha, en concreto el oeste de Ciudad Real, en su porción norte y central, y el suroeste de Toledo, sin llegar a tierras extremeñas. También existen algunos abedules en altas áreas puntuales del Sistema Ibérico de Cuenca y Guadalajara, pero estos ya tienen otra ecología más en consonancia con la idea de bosque atlántico-alpino que los abedules suelen transmitir.
Cuando hace años, apenas conocía varias localidades en Gredos y me enteré de que en Ciudad Real había abedules, apenas me lo creía, y me dediqué a buscarlos infructuosamente por aquellas carreteras. Eso sí, descubrí la existencia de quien siempre, desde lejos, me engañaba con su blanca corteza y recto fuste, un álamo desdeñado por los estudiosos, entre el álamo blanco (Populus alba) y el temblón (Populus tremula) de tronco muy recto y corteza apenas maculada. Un “alamillo” oretano, de distribución poco más extensa que este abedul.
Alamillos oretanos en la misma ecología que los abedulares
Posteriormente, viajando por los montes hacia el gran Cíjara, sí di con ejemplares sueltos, en alguna fuentes y cabecera de arroyo. Por fin los había visto, a partir de ahí fui descubriendo la mayoría de las localidades, menos dos o tres a las que intenté llegar, pero los altos vallados cinegéticos, la video-vigilancia o la larguísima aproximación que hacía necesario echar el día entero o pernoctar, me hicieron desistir, quedándome muy cerca.
El abedul luso-extremeño como le llamaba uno de sus descubridores, D. Manuel Peinado Lorca, no es exclusivamente oretano, aunque hay que señalar que lo de los abedules ibéricos son un galimatías en el que no ha querido “mojarse” nuestra Biblia botánica, Flora Ibérica, pues prácticamente sólo adaptó Flora Europea a la península. Más acertada veo la escuela de Salvador Rivas-Martínez que, aparte de mostrar las pequeñas diferencias morfológicas entre las especies, sí establece unas diferencias ecológicas y corológicas muy claras, al menos en Betula pubescens.
En la península hay dos grandes grupos de abedules, los alpino-atlánticos, Betula pubescens (B. alba) y los más mediterráneos Betula pendula. Los primeros tienen las subespecies carpatica (pirenaicos), pubescens (atlánticos) y celtiberica (extra cantabro-pirenaicos). Betula pendula tiene las subespecies pendula y fontqueri, contando el segundo con dos variedades, fontqueri yparvibracteata. Los alpinos llegan a los Sistemas Central e Ibérico (Betula pubescens subsp. celtiberica), y los segundos son de las altas montañas andaluzo-rifeñas con irradiaciones hacia el norte, dándose el caso de que en algunas localidades puedan vivir ambos abedules, como en puntos del sur de Ayllón y el norte de Gredos; en esas localidades, los requerimientos ecológicos son distintos, asentándose unos en las pedreras y cauces encajados del límite superior del bosque, y los norteños en situaciones riparias o turbosas de cotas inferiores.
El abedul que habita desde los montes de Toledo hasta el Guadiana es el Betula pendula subsp. fontqueri var. parvibracteata, son los abedules que viven en las condiciones más térmicas y mediterráneas de toda la península y han llegado hasta hoy, casi milagrosamente, dado el buen estado de conservación de estas zonas del suroeste ibérico. Aunque algunas localidades, como su mejor y mayor población, la de Riofrío, se libraron de la repoblación salvaje con pinos por asentarse en terrenos demasiado mojados para máquinas y pinos, pero las cercanas localidades del Valle de la Viuda y el Gargantón no superaron ese atentado ecológico en toda regla.
Su areal a pesar de haberse reducido ligeramente en los últimos decenios (D. Salvador Rivas Goday llegó a conocerlos en las localidades anteriores), se supone que fue mucho mayor en el pasado, constituyendo la clímax forestal de la vegetación de bonales e iniciales arroyos de aguas puras semi-permanentes, sobre suelos ácidos del sur de Gata y Gredos, Montes de Toledo y Sierra Morena norte y sus estribaciones. Si el agua fuese más permanente sería desplazado por alisos o álamos, y si fuese menos permanente, tampoco podrían vivir, aunque viéndolos sobrevivir en pleno agosto o septiembre parece creíble que puedan soportarlo todo.
Remanso con Potamogeton polygonoides y nomeolvides en el borde de un abedular
Este árbol como he dicho es la cabeza de serie de una vegetación riparia exclusivamente manchega, desapareciendo el abedul, la etapa siguiente en esa serie es una arbusteda higrófila comandada por dos especies, aparte de varios tipos de brezos y helechos, el hediondo como llaman por estos montes al arranclán (Frangula alnus o Rhamnus frangula) y el espléndido y fragante mirto de turbera (Myrica gale), al que dedicaré alguna entrada para reafirmar el enorme valor y significancia de su presencia en estos lugares que aún está muy lejos de reconocérsele.
Rodal de mirto de Bravante (Myrica gale) en el interior de un abedular
En una ignota localidad puede verse (quien pueda llegar hasta ella), una mezcla impensable, el abedul mezclado con el loro (Prunus lusitánica), no de forma puntual como al norte de Montes de Toledo, sino en una larga banda con el abedul en el contacto con la ladera y en paralelo el loro en el contacto con un largo arroyo. Pero esta coincidencia no es tan impensable pues su ecología es potencialmente la misma. De hecho creo que de no ser por la apetencia del hombre sobre su madera o por el ramoneo de sus hojas, en las cacereñas Villuercas compartiría el protagonismo de las cabeceras de los valles con las loreras. Su memoria ya casi se ha perdido, pero recuerdo pastores que me comentaban que daban el ramón del “aliso blanco” a sus animales a finales de verano, cuando apenas tenían qué comer.
Pajonal con arranclanes, brezos y algún madroño, atrás los abedules
A partir de la arbusteda de brezos, hediondos y mirtos, la vegetación viene a ser una mezcla entre la clásica vegetación riparia y la de los bonales, aunque quizás posee una peculiaridad distintiva en su orla espinosa, la participación en el zarzal-espinar de la bella trepadora Clematis campaniflora, una clemátide de apetencias termófilas de los arroyos del suroeste ibérico, como también ocurre con la parra silvestre.
Es más fácil ver abedules dispersos que abedulares, bosquetes hay solo en tres o cuatro gargantas del norte de Montes de Toledo, varios en Cabañeros con mucho ejemplar disperso, uno cerca del Bullaque y otro en uno de sus tributarios (valle del Beato) y dos al sur, ya muy cerca del Guadiana, el de los Horcones, y la localidad más celebrada, Ríofrío, donde llegan hasta los 600m. de altitud.
Macizo de helechos Blechnum spicant acompañante típico de estos abedulares
La localidad de los Horcones, también conocida como Valdelapedriza o Santa María, ya era bien conocida por los lugareños antes de un trabajo botánico, de extraña adscripción geógrafica, sobre varias fincas dispersas y Piedrabuena, al norte del Guadiana, que los dio a conocer. Una de las zonas clave para un futurible Parque Nacional del Guadiana y que recientemente acaba de ser adornado con una enorme pista de aterrizaje en las fincas de la familia Botín, familia que al menos en Cantabria, ha tenido en consideración los árboles singulares de esa tierra y que aquí poseen unas fincas dignas de ser Parque Nacional con algunos de estos abedules.
Canal semiartificial? en el abedular de la Ventilla
Una característica típica de este abedul, consiste en la ausencia de pilosidad de las ramas jóvenes; un día al acercarme al abedular de la Ventilla, pensé que debería estar confundido yo y que realmente lo típico era esa pilosidad (no sabía que a B. alba ya le llamaban B. pubescens). Poco tiempo después, leyendo un artículo sobre el abedul en los Montes de Toledo, descubrí que precisamente esa localidad era la única en que existía el otro abedul, Bétula pubescens subsp. celtiberica. Pero esta es una localidad sospechosa, las aguas del bonal se ven dirigidas por antiguas canalizaciones y no hace mucho, a su vera había un variado plantel de especies exóticas, por eso hay quien dice que esos abedules fueron introducidos. Aún así la conjunción con el medio es perfecta y los abedules se han mantenido sin ningún tipo de artificialidad, lo que por otro lado apunta a su naturalidad.
En una buena turbera de los montes toledanos se introdujeron con un resultado magnífico y si no fuera por la desmesurada presión de los herbíboros, no olvidemos que en su práctica totalidad se encuentran en grandes fincas cinegéticas, estaríamos hablando de un tipo de bosque en expansión. Pero ocurre todo lo contrario, apenas hay plantones, y eso que se trata de una especie muy prolífica, porque en cuanto nace un plantón hay verdadera competencia por comérselo o por bañarse encima, como ocurre en estos lugares tan proclives a ser bañaderos de los jabalíes.
Bañera de jabalíes en un bonal que alimenta al abedular
En principio las grandes fincas cinegéticas han sido un factor clave para su supervivencia, al conservar grandes espacios ajenos al mercantilismo agropecuario de quienes necesitan hacer productiva la tierra, pero hoy en día las altas densidades de jabalíes y ungulados en prácticamente todas estas fincas (es más productivo que la agricultura), están llevando a la decrepitud y falta de relevo poblacional en los abedulares, lo que apunta a un futuro muy negro para este árbol tan blanco, y más aún, si le sumamos el previsible cambio climático.
Ejemplar centenario en una localidad sin apenas relevo generacional
El abedul podría vivir casi en cualquier bonal o arroyuelo protegido, desde el sur de Gredos hasta Sierra Morena, en Extremadura y en el oeste de Castilla la Mancha. No se le ha dado la importancia que tiene y estamos cerca de quedarnos sin la cabeza de serie, sin la vegetación clímax de ese ecosistema de bonales y arroyos en buen estado de toda esta región. Ya se ha comprobado que es fácil y factible su recuperación, a pesar de los años hidrológicamente malos, siempre y cuando no se les ataque y se impida que los hervívoros esquilmen sus renuevos.
Nido de azor sobre un abedul
Desde aquí llamo a la sensatez a las autoridades responsables de velar por una naturaleza que es de todos, no solo de cuatro cazadores, generen o no puestos de trabajo, en un medio rural que a pesar de la devacle poblacional sigue despoblándose. Con poco más que pequeños cercados temporales o algunas repoblaciones idóneas, podríamos contribuir a la salud y diversidad de un medio ambiente que posee especies tan señeras y llamativas como ésta.
Raíces del abedul impidiendo la erosión de los suelos estos años pasados de abundantes precipitaciones
"Dedicado a la constancia de Lansky"