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Sobre los pinos ibéricos

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Para quien haya viajado por lo largo y ancho de la península, no le cabrá duda de la importancia que cobran los pinares hoy en día por su dilatado alcance territorial. Dada su expansión de la mano del hombre, siempre me ha sido difícil reconocer su auténtica y propia ecología, aunque con el tiempo voy reconociendo su papel en nuestros ecosistemas.


Los mayores seres vivos de Gredos, unos escasos Pinus nigra agarrados a las rocas

Este problema también se ha dado en la investigación botánica, como le ocurrió con D. Salvador Rivas-Martínez que después de caracterizar hace años, la totalidad de las asociaciones vegetales españolas (y mundiales), fue muy criticado por no reconocer la mayoría de los pinares ibéricos. Posteriormente, con muchos más datos y estudios, ha ido certificando la naturalidad de nuevas asociaciones vegetales que tienen en los pinos su especie protagonista, pero sigue siendo muy difícil encontrar la vegetación propia de muchos pinos, como los resineros y, más aún, la de los piñoneros.


Resineros conquistando un enebral tras acorralar a los robles del sur de Gredos

Esta expansión del pinar, tergiversada como una expansión del bosque, enmascara los grandes problemas ecológicos de nuestros montes, como cuál es su función y por ende, su futuro. Problemas que no se limitan a la superficie pinariega, sino que afectan a la totalidad de la cuenca hidrográfica inferior y a todo el medio ambiente en general.


Tras el incendio de Pedro Bernardo, llegaron las lluvias y provocaron coladas de bloques destrozando bancales, prados y todo a su paso

Con los años he visto que el pinar ha generado muchos más casos perversos que positivos, lo que me lleva a una política, al menos de contención, respecto a su implantación y desarrollo. Alguno casos positivos han sido la repoblación de grandes áreas deforestadas como en las montañas del sureste, con el clásico ejemplo de Sierra Espuña, donde se recuperó un ambiente que había perdido su condición forestal; lo han sido las repoblaciones de muchas arbustedas y piornales castellanos de paramera, tanto en la iberia caliza como en la silícea, y también lo ha sido, la expansión del matorral y el bosque autóctono bajo su dosel arbóreo, lo que no ha ocurrido de forma premeditada, sino a resultas de una, afortunadamente escasa, limpieza de montes.


Una variada vegetación autóctona prospera bajo la protección de las copas de los piñoneros, 15 años antes todo esto era un erial y antes monte bajo con encinas aisladas

La verdadera cara de ese hiper-crecimiento de los pinares, ha sido, en gran medida, la pérdida de biodiversidad de los ecosistemas autóctonos, el destrozo y abandono de los montes y el incremento de los grandes incendios forestales, con sus ulteriores consecuencias de grandes erosiones, pérdidas del suelo fértil y, todo ello, con un alto coste en la lucha contra incendios, vía jornales, infraestructuras, medios aéreos e incluso en vidas humanas.


            Pero para comprender el paisaje forestal actual hace falta recurrir a un par de cuestiones de importancia. El cómo eran los bosques españoles en el pasado y cómo ha sido la política forestal precedente.
             Desde la última glaciación en la península hemos pasado por diferentes fases climáticas con avances y retrocesos de los pinares, pero acercándonos a tiempos históricos, ocurre en todos los análisis polínicos que hemos pasado de un mundo pinariego a uno de frondosas; a más humedad, hayas, arces, robles y quejigos, y a menos humedad, alcornoques, encinas, enebros y coscojas. Aunque esto no es tajante y varía por zonas.

La procesionaria de los pinos, un peligro para pinares fuera de su sitio y para personas alérgicas

Los pinares, en general, han ido quedando relegados a comunidades vegetales cada vez menos climácicas, donde el tipo, la dinámica de los suelos o una climatología especialmente dura, han actuado como factores limitantes para el establecimiento de una vegetación acorde a las condiciones medias de clima y suelos; son las llamadas comunidades permanentes.


En terrenos inestables el pino resinero no tiene competencia, sería un tipo de comunidad permanente

            Históricamente el punto álgido de la implantación del pinar vino a partir de los 50’ con la Dirección General de Montes, posterior ICONA,  donde se da salida a varias generaciones de técnicos forestales con herramientas y maquinaria, para poner los “vastos eriales” en producción. Se crearon políticas territoriales “incontestables” que ningunearon el poder municipal sobre sus montes y se animó la concertación de montes “consorciados” con miles de fincas privadas.


En muchos pinares la ausencia de vida vegetal bajo las copas y el peligro de incendio es palpable

            En casi todos los casos se repuebla con pinos, el más usado es el resinero seguido por el carrasco, convirtiendo lo que eran bosques o sus etapas seriales, en monocultivos, creando espacios totalmente ajenos a las comunidades rurales donde se implantaban. Usualmente la imposición del pinar acabó con la ganadería de cabras, ovejas y abejas, con las majadas y aldehuelas, dando la puntilla a muchos pueblos donde ya había empezado el éxodo rural.


Laderas irrecuperables por varias generaciones tras el incendio del pinar

            Con los 70’, tras la pérdida de uso y habitabilidad, el monte empieza a dar los primeros dineros y jornales, se explota la madera y se crean puntos de recogida de resina. Es lamentable recordar el caso de pueblos que precisamente antes de sus fiestas patronales, sufrían incendios, para que los mozos tuvieran dinero extra para el gasto festivo. Pero esa bonanza no duraría mucho, a partir de aquí los montes dejaron de ser rentables, aunque diesen algunos jornales.


Al pie de Sierra Morena y Montes de Toledo se ha repoblado con pinares de piñonero, pero no son de producción piñonera como los del sur del Duero

        A partir de los 80’se produce la debacle de los montes españoles, el éxodo rural está en su cenit, los montes han perdido mucha de su rentabilidad por la bajada de precios de la madera y la sustitución de la resina por productos sintéticos más baratos. La población se ha desligado de su monte que apenas se mantiene, los caminos están abandonados y apenas hay ganado que antes limpiaba el monte. Es el momento perfecto para los grandes incendios forestales de los 80’ y 90’. Auténtico azote de la naturaleza española, toneladas de CO2 al aire y azote para suelos y pantanos, y la cantinela más triste del verano.

Pinos salgareños casi muertos por la plaga de procesionarias

            El amplitud de los pinares es tan enorme debida a su cultivo que es difícil discernir su verdadera naturalidad, en los pinos más exigentes (albar, salgareño y negro) está clara su naturalidad a pesar de la expansión artificial del areal de los dos primeros, tanto en nuevos territorios, como abarcando zonas en cotas inferiores o superiores a las de sus bosques naturales.

Los últimos restos de los pinares naturales de la cara sur de la Cantábrica, el pinar de Lillo

El pino carrasco (Pinus halepensis) es propio del levante y sureste por debajo de los 800m. pero más dificil es discernir su naturalidad en las áreas más interiores como los pies del Sistema Ibérico (Cuenca, Guadalajara y Zaragoza) o incluso en los yesos madrileños de Villamanrique, aunque el cortejo florístico y sucesional en algunos casos apuesta por su naturalidad. Tolera bien la sequía y los suelos pobres como los yesos y margas. En muchas áreas del sureste es la única vegetación arbórea y tiene potencial creador de suelos y de abrir el abanico vegetacional.


Pinos carrascos abatidos por el viento marino; otros pinos "marítimos" son el resinero de las costas del noroeste y el piñonero del suroeste.

El pino resinero (Pinus pinaster), también negral o rodeno, a pesar de ser el que mejor arde, ha tenido una expansión exponencial, ya sea por plantación directa o por el maltrato de los suelos forestales, (uso de maquinaria pesada en el campo, apertura de pistas, infraestructuras, abandono de cultivos, incendios, etc.), pues las posteriores consecuencias erosivas, dejan disponible un suelo desestructurado y roto, ideal para su colonización por este tipo de pino, pues este tipo de medios inestables y arenizados son su auténtico nicho natural y es ahí donde se debería utilizar para asentar suelos e impedir avenidas. Se baraja una raza del NW (subsp. atlantica), otra centroibérica (subsp. pinaster) y otra dolomítica bética (subsp. acutisquama).


Carlos fotografiando pinos trabajados por los resineros hace ya muchos años

El pino piñonero (Pinus pinea), por dar piñones de buen tamaño ha sido tan propagado desde la antigüedad que hoy no se sabe de seguro si es autóctono, aunque sí lo fue en un pasado cercano, como ocurre también con el otro pino español, el pino canario que en la actualidad solo es macaronésico. Es de zonas térmicas y arenosas, aunque puede aguantar el frio de los arenales del sur del Duero, de donde procede la mayor producción mundial de piñones. Combina bien con la encina dando un buen monte abierto y variado aunque apenas sin valor comercial.

El pino piñonero es uno de los más queridos por el agricultor

            El pino albar (Pinus sylvestris), de alto fuste anaranjado por arriba, requiere más agua que el salgareño y la misma o más continentalidad, por lo que forma el pinar más montano (a excepción de P. uncinata); tiene la aguja pequeña y por ello bajo su dosel puede prosperar todo tipo de vida vegetal. Es el pino más cotizado por las madereras, más por su calidad que por su rapidez de crecimiento. Favorecido por el hombre frente a robles y hayas. Tiene varias razas ibéricas dado el aislamiento de las distintas poblaciones. Es el pino que alcanza las mayores alturas ibéricas, tanto en suelos básicos como ácidos. A pesar de las repoblaciones, estuvo más extendido geográficamente que hoy en día, incluso en todas las altas sierras andaluzas del sureste. Con potencial en todas los grandes brezales y arbustedas de las montañas del sur de la Cantábrica y sierras gredenses.

Los pinares de Valsaín y Peñalara son una de las mejores masas forestales ibéricas

            El pino salgareño (Pinus nigra), también laricio, doncel o cascalbo, es propio de las montañas calizas de interior, aunque también aparece en los granitos del Sistema Central. Es el pino ibérico más longevo, con ejemplares con nombre propio en numerosas sierras, aunque no llega a tanta altitud como el silvestre. Es el símbolo de Cazorla y la Ibérica; en su límite altitudinal, la mezcla con el pino albar es habitual. Combina la tolerancia con el resto de flora del pino albar con una mayor resistencia a la sequía, tiene aún un gran potencial en toda la ibérica, Sistema Central (donde es residual), y las alturas de las sierras calizas andaluzas.


            El pino negro (Pinus uncinata) es el más alpino de todos, crece en lugares tan duros que su pinar es poco denso; es pirenaico con un par de localizaciones en Gúdar y Demanda (Sistema Ibérico), no es de uso en repoblaciones por su especificidad ecológica e hibrida con facilidad con el albar.


Últimos silvestres entre los menos exigentes resineros en sierras deforestadas por quemas de piornal, un tipo de incendio no veraniego, y que por lo tanto, pasa desapercibido para los medios.

            La explotación económica de los pinares ha cambiado radicalmente respecto a las pasadas previsiones de la mitad del siglo pasado, (salvo en el Sistema Central e Ibérica soriano-turolense), ahora los pinares, a parte de haber sustituido a otros tipos de bosque o matorral, han dejado de ser productivos. Salvo el pino silvestre y algo el laricio (menos expandidos), la madera, mermada en su valor, se destina a aglomerados; la industria resinera ha desaparecido; los jornales del campo se han esfumado debido a la mecanización de las tareas; y por otra parte, han crecido exponencialmente las partidas de la lucha contra el fuego, dándose casos  paradójicos de haber fuegos provocados para que se gaste más en su extinción.


Sobre yesos se ha repoblado con pino carrasco, pero requiere una labor de subsolado que destroza el monte

            Por contra ha aumentado la demanda de madera de leña, que no es producida por los pinos; la necesidad de controlar la retención de humedad por los suelos en las cabeceras hídricas de las cuencas mediterráneas; los aprovechamientos variados del monte: cinegéticos, micológicos, apícolas, recreativos, etc. que mayormente se dan en los otros tipos de bosque. Se ha perdido la oportunidad de la reforestación de tierras agrícolas, donde, a pesar de bastante autóctona, se ha repoblado mucho con pinos en áreas que nunca los han tenido. Incluso, muy a menudo, se ha repoblado desbrozando encinar y bosque autóctono en franca expansión natural.


El único pinar auténticamente natural de Gredos desapareció por la incompetencia  y el miedo de los técnicos en el terrible incendio de Arenas de San Pedro, iniciado a 15km.

            Por todo y pensando en el futuro y en un supuesto cambio del clima en ciernes, es absolutamente necesario llevar respecto a nuestros montes, una auténtica política de estado, totalmente seria, comprometida y ecológicamente solvente, planteada a largo plazo y pensando en las futuras necesidades perentorias, como la conservación y limpieza de las aguas, el mantenimiento y calidad de vida de la población rural y por ende de los urbanitas, camperos vacacionales o simples “respirantes”.


A algún ingeniero "lumbreras" se le ocurrió repoblar pinos en medio de una de las escasas poblaciones de roble alto-cantábrico, Quercus orocantabricus. No es una mala elección, pero hay miles de has. de brezal baldío para hacerlo.

         Ya no son tiempos de jugársela a una sola carta, la variedad y el respeto, a las personas, a las otras especies, al bosque y a la atmósfera, es algo que no puede ser relegado por planteamientos economicistas, planteados normalmente a corto plazo, sin contar ni valorar todas las variables y, muy a menudo, con las cartas marcadas para que alguien en particular, gane con ello. 

El Bajo Jarama en Invierno

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         El río Jarama es uno de los mayores ríos del centro peninsular, hace años era tan temido que ningún municipio se asentó en sus orillas. Su fama no era figurada, en su haber contaba con un exceso de cadáveres que pocos ríos se pueden adjudicar. Sus riadas eran famosas al igual que sus cambios en el cauce, con sus nuevos meandros, con su socavamiento de paredes y con sus salvajes avenidas.

Playa de cantos de todo tipo de procedencias con su vegetación asociada (Andryala ragusina, Scrophularia canina, Sedum album, Alkanna, etc.)

            En los últimos años su cauce está tan regulado, sus orillas tan explotadas, sus aguas tan usadas, aprovechadas y contaminadas que ha perdido el carácter salvaje e impredecible que siempre le caracterizó. Pero ahí está y en cualquier momento puede volver a demostrar el tipo de río que siempre ha sido y este año y otros más, ha estado a punto de demostrarlo.


             A mitad de siglo pasado se estimó que en su cuenca media-baja, se encontraban las mayores reservas europeas de gravas y cantos, por lo que ha sido un río de terrazas super-explotadas para la extracción de áridos, dejando como buen recuerdo, en muchos casos, unas lagunas que pronto han sido ocupadas por una naturaleza desbordante. 

Lagunas de graveras como las del Picón de los Conejos jalonan su curso bajo, es el Parque Natural del Sureste madrileño

      En otros casos han servido para tapar las vergüenzas madrileñas, lagunas escombreras, lagunas hiper-contaminadas como la "del Aceite" que continúa siendo la otra gran vergüenza de las autoridades medioambientales de la Comunidad madrileña, después del espectacular destrozo de Centro de Transportes de Coslada, donde se arrasó su única y privilegiada vegetación. Esta laguna es un verdadero cóctel explosivo de todo tipo de sustancias químicamente peligrosas; también hay alguna llena de automóviles.

Laguna de El Campillo al atardecer invernal

            El río Jarama tiene una cuenca enorme al recibir a grandes e importantes tributarios como son el río Lozoya, el Manzanares, el Tajuña y el río Henares, que prácticamente viene de Soria, por eso no es nada extraño el poderío de este río que desde hace muchos años, parece que en lugar de desembocar en el Tajo, cerca de Aranjuez, es éste quien desemboca en el Jarama.


1946
1956
Duras variaciones del Jarama en lo que hoy es la laguna de Campillo, inexistente en esos años. Abajo-izquierda, el famoso puente de Arganda

         La cuenca del Henares es tan variada que en sus orillas se pueden encontrar todos los materiales pétreos posibles en la península, los granitos y esquistos del Guadarrama, las pizarras y cuarcitas de Ayllón, las calizas de Valdelaguna, los yesos rojos de Uceda, los alabastros de Jadraque, sílex, etc., por no hablar de los deleznables materiales de las zonas bajas que más que ser arrastrados, son disueltos por el agua, como arcillas, sales y yesos.


          La parte baja del río atraviesa los yesos del sureste madrileño, material muy deleznable y que el río, a lo largo de su historia se ha encargado de ir erosionándolo y hacer retranquear sus impresionantes cantiles que es una morfología típica de estos yesos masivos y fallados.

Este impresionante desprendimiento hizo cambiar el lineal curso del Jarama para rodearlo

             Las paredes van retrocediendo, no como paredes inclinadas que van perdiendo poco a poco su verticalidad, sino por una sucesión de derrumbes paralelos a esa paredes, de las que se van separando paquetes generados por fisuras de descompresión  que crean planos que se van agrandando por disolución hasta inestabilizar el paquete rocoso y provocar un gran desprendimiento. Son las llamadas “fallas panameñas”, a similitud de las que se produjeron en las obras de construcción del Canal de Panamá y que provocaron la muerte de demasiados obreros.

Nacedero a media pared de un cantil yesífero

            La zona que describo aquí, es una zona intermedia en estos cantiles yesíferos y, afortunadamente, todavía goza de una naturaleza privilegiada a pesar de la cercanía de la gran urbe madrileña y podría ser todavía mejor de haberse cuidado con un mínimo de atención y consideración, cosa que las autoridades ambientales madrileñas desconocen por completo, a pesar de tenerla protegida, solo "sobre el papel" como Parque Natural del Sureste.

Rincones inusitados de la naturaleza centro ibérica

      Ha sido lamentable está época reciente que ha traído, necesariamente, una crisis que mejor  hubiese llegado un par de años antes, para que haber cortado antes esa orgía constructora y destructora que ha llenado esta región de proyectos urbanísticos sobre-dimensionados, ahora vacíos, o de infraestructuras como autopistas sin viajeros y otras que parecen ser el futuro del sureste de Madrid, como son los grandes complejos para la destrucción (ahora lo llaman "valorización") de todo tipo de basuras.

Un cañal en cascada sobre el río

            El bosque galería del Jarama, salvado en muchos casos gracias a estos cantiles, su topografía y sus derrumbes, es un ecosistema completo, con una rica gama vegetal y animal, quizás bastante transformada, pero de una riqueza impensable, y quizás de las mejores representaciones ribereñas de  todo el centro peninsular.


         Los bosques de la unión del Jarama con el Henares, el Jarama ripense, las lagunas del Porcal, el soto de las Juntas y la presa del Rey, el Manzanares final, el soto de Bayona, son de las mejores muestras de la naturaleza madrileña. Ecosistema ripario que unido al aljezar, las áreas salinas y los encinares de las zonas bajas madrileñas forman un conjunto que rivaliza y gana en biodiversidad a la más considerada, sierra madrileña.

Ribera y espartal, ausencia y abundancia acuática en unos pocos metros

            El invierno y los albores de la primavera, son una de las mejores épocas para apreciar la naturaleza de estos pagos. Los sucesivos estados de las yemas de los árboles dan diferentes tonalidades a las distintas masas boscosas. Pronto empiezan a desarrollarse y abrir sus amentos, que cambian el aspecto de estos lugares, incluso, cuando se producen las semillas, que muchos toman por pólenes, el interior del bosque se llena, como de una brillante neblina que se queda enganchada a ramas y hojas, creando un ambiente casi onírico

Bosque, con megaforbios, con una luz especial, lleno de la borra de los álamos

            Esta época de frío da más oportunidades de ver su fauna, que cada día es más variada e incluso anacrónica.  Veo que cada vez hay más jabalíes, ya he visto varias veces a los mapaches, no sé quién sería el “iluminado” que soltó o dejó escapar algunos de ellos, pero ahora son un peligro para todos los animales del bosque, incluso para las muy escasas nutrias que llegan a la zona. La primera vez que vi uno me quedé asombrado de su tamaño.

Bando de ciguieñas en el cercano Manzanares que a diferencia del Jarama, es arenoso y lleno de fresnedas

         Mucho más facil de observar es su vida ornítica, donde destacan las grandes concentraciones de aves; notoria por la abundancia de lagunas y riberas y potenciada hasta la exageración, por la cercanía del gran basurero madrileño de Valdemingómez, hacia o desde donde parten a sus dormideros legiones de garcillas, cigueñas o gaviotas.


            La vegetación también se encuentra bastante modificada, en la ribera es fácil encontrar especies exóticas, como ailantos, olmos siberianos, negundos, sauces llorones, acacias o melias. La vegetación nitrófila campa a sus anchas, aunque también es propia de esta ecología de excesos de materia orgánica y crecidas que mueven y nitrifican las orillas.

La extraña flor del aro Arum italicum en lo más umbroso del bosque de ribera

          Los árboles más comunes, tras la debacle de los olmos, son los sauces, los álamos negros y blancos y los tarays, de los que la mayoría, al contrario de lo que dicen los libros, son Tamarix mascatense y T. matritensis, y no T. gallica. (en un par de meses Dario Melia y cía, tendrán, por fin, certeramente identificados todos los tarays de la vega del Jarama y alrededores). Ya menos abundantes son los olmos, saúcos y unos pocos alisos.

La flor del taray es uno de sus pocos y difíciles rasgos identificativos de cada especie

          De gran importancia es la vegetación lianoide y la orla espinosa de este bosque, por eso es una ventaja poder andar en esta época del años sin su barrera. Aquí abundan altas esparragueras, zarzas, parras, calistegias, nuezas, lúpulo y el extraño y termófilo Cynanchum acutum.

Selva de lúpulo, zarzas, rosales y calistegias, bajo el dosel arbóreo ribereño

La especial flora de los volcanes del Campo de Calatrava en Ciudad Real

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                Poca  gente sabe que en el interior peninsular tenemos una región volcánica, quizás porque no alcanza el concepto “estromboliano” que la gente tiene de los volcanes. Supongo que a los que vieron “Al Este de Java” los volcanes calatraveños no les parecerán volcanes, comparados con esa televisiva imagen,  sino unos cerros como los demás. Quizás, en apariencia sea cierto, pero geológica y botánicamente son otro cantar.

Las gramíneas, en este caso Stipa capensis, son dominantes en los volcanes calatravos

                Los volcanes del Campo de Calatrava no destacan demasiado en el paisaje y tampoco lo hacen frente a los vecinos e intercalados montes cuarcíticos, en esta región española que tiene la característica física de mezclar casi a partes iguales la llanura caliza manchega, las serretas cuarcíticas y las formas volcánicas.



              Pero el hombre desde la antigüedad si que ha valorado la fertilidad de los suelos volcánicos, dándose la estadística de que en esta región aparezcan el doble de pueblos que en la vecina Mancha, al oriente sobre suelos calizos, y el cuádruple que en la comarca de Los Montes, a occidente sobre sustratos ácidos paleozoicos.


La disyunción columnar de los basaltos se muestra en superficie como este basto enlosado

                Esta arcaica ocupación agro-ganadera intensiva de los suelos volcánicos ha llevado a que este tipos de paisajes, hace tiempo que hayan perdido su naturalidad, encontrándose, casi siempre, totalmente transformados por el hombre que también ha hecho un aprovechamiento minero intensivo de ellos. Por eso, hoy en día, solo es posible encontrar áreas volcánicas relativamente bien conservadas, en áreas marginales y pequeños enclaves entre montuosas áreas silíceas.


Todo son coladas procedentes del volcán iluminado por el sol

              Otras peculiaridad, volcánica y ecológica, son las lagunas o navas de origen volcánico. No son calderas volcánicas ocupadas por una laguna, sino hondonadas producidas de forma explosiva en lugares puntuales  en que un acuífero subterráneo  entró en contacto con el calor magmático inferior, calentándose hasta producir una explosión que lanza todo el material supra-yacente al cielo; son los “maares” y en el Campo de Calatrava muestran su mayor extensión y variedad mundial, creando unas especiales y variadas lagunas, que a pesar del maltrato secular al que han sido sometidas, en estos últimos años de bonanza hídrica, están mostrándose como aquellos paraísos ecológicos que debieron ser en otras épocas.


Maar de Fuentillezgo o la Posadilla lleno de agua

                Pero no voy a hablar de la también peculiar flora ligada a estas lagunas, sino de la relacionada con los volcanes, sus coladas de lava y áreas adyacentes. Hace algún tiempo, un grupo de botánicos dictaminó, tras varias excursiones, que no existía una especial vegetación volcánica en el Campo de Calatrava, a pesar de haber herborizado algunas plantas que declaraban como novedades provinciales o manchegas. En esta entrada quiero demostrar todo lo contrario y mostrar el gran alcance, especificidad y valor de la vegetación de los volcanes calatraveños.


Erodium primulaceum, corriente pero aquí con una floración totalmente explosiva

                Como he dicho antes, estos terrenos son especialmente fértiles, hasta el punto que las zonas más pedregosas, si no son demasiado abruptas, también se han cultivado, incluso un buen pueblo asentado en la falda de un volcán, se llama Piedrabuena. Casi ninguna zona de lava ha escapado al cultivo o a un pastoreo intensivo y para colmo, esta gran área volcánica está fragmentada en diferentes núcleos, mayores o menores, a veces muy distantes de su centro. 


Los pastizales reúnen la mayoría de las joyas botánicas de este territorio

                 Estas áreas más distales, pequeñas islas en un mar silíceo, apenas difieren mucho en vegetación con sus áreas vecinas, mostrando más significado las notorias ausencias (como los distintos tipos de jaras) o abundancias (cornicabras, acebuches y almendros), que su flora propia.


             Florísticamente predominan las gramíneas y terófitos, casi abusivamente sobre el resto. Esto se puede deber a su aprovechamiento secular e intensivo y a su especial litología, pues la alteración de las lavas, produce arcillas que captan el agua hinchándose y encongiéndose al secarse, creando grietas de retracción y una gran movilidad de gravas y bloques.

Bolo basáltico alterándose en capas de cebolla

              En poco tiempo se puede pasar de la abundancia a una sequía severa y las plantas tienen adaptarse por lo que predominan aquí las plantas de carácter sureño, plantas más andaluzas que manchegas. También el magnesio y carácter de básico a ultrabásico de los suelos contribuye a la especificidad de la flora.


En algún volcán destaca la abundancia de higueras rupícolas

                En lo arbóreo destaca la abundancia del allozo o almendro silvestre, tanto que hace plantearse si no se trata de un árbol autóctono, dando el nombre de arzollar a numerosos enclaves volcánicos. La termicidad anterior se muestra en la abundancia de acebuches, dándose, en los enclaves más occidentales, un fuerte contraste con los encinares contiguos de lo no volcánico. También son comunes los higuerales en situaciones rupícolas.


Acebuchal y almendros en las cimas de los volcanes más occidentales

           No soy un buen botánico, no me suelo meter en subespecies o plantas de difícil determinación, más bien siempre me han llamado la atención, las diferentes especies por su belleza y por eso quiero mostrar estas plantas de auténtico escándalo, incluso por su tamaño; algunas de ellas teóricamente “inexistentes en Castilla la Mancha” y otras “novedades provinciales”.


De impresionante tamaño, el Allium nigrum es una joya de la región

              Todas ellas son plantas muy escasas, tanto que me niego a recolectarlas para ningún herbario para no poner ninguna de ellas en riesgo por mi científica culpa, aunque un amigo mío y magnífico botánico (D.S.M.), me suele decir que si no meto la planta en un herbario, a los ojos de la ciencia, es como si no existiese, y cualquiera me la puede pisar. 
Las plantas volcánicas que más destacan son:

-          El ajo negro, Allium nigrum, no está citada en CLM, aparece en vaguadas y laderas bajas de los volcanes, es una planta enorme, contundente y llamativa, tanto por su porte, como por su floración, como por sus persistentes frutos. De una belleza y tamaño que me extraña que no haya sido descrita mucho tiempo atrás en CLM.


-          El gladiolo grande, Gladiolus italicus, es parecido al otro gladiolo, pero mayor y de flores dísticas. Aparece en bordes de arroyos de laderas volcánicas, el medio más demandado por su producción hortícola, apareciendo marginalmente en bordes de fincas y arroyos. A pesar de su tamaño y resistencia, incluso de su muy puntual abundancia, un par de pasadas de arado pueden acabar con su presencia en CLM, donde creo es la primera cita tras Albacete.


-          El geranio malva, Geranium malviflorum, es muy escaso, aparece en coscojares al pie de las laderas volcánicas, vuelve a aparecer en las faldas de Sierra Morena y luego en Extremadura y Andalucía. Lo cité hace años como novedad en CLM.


-          Onosma tricerosperma, es una planta rarísima, relacionada con las montañas béticas, muy escasa y cercana a la extinción, pues solo hay dos localidades en volcanes de Ciudad Real, con una o dos plantas cada una, y en una de ellas ya no la localizo, esperemos que no la haya recolectado ningún aficionado a la botánica.


-          Geropogon hybridum, bella flor estrellada que si aparece citada en Ciudad Real, pero que yo solo he visto en volcanes o en su inmediata vecindad sobre calizas, también existe en las margas de Toledo.


-          Cynoglossum clandestinum, especie muy poco corriente frente a las otras más comunes de este género, solo se tiene una cita provincial y manchega, apareciendo exclusivamente en estos volcanes.


-          Cardillo manchado, Scolymus maculatus, poco corriente en CLM y sin citar en Ciudad Real y probablemente en CLM, es de terrenos más cálidos como la costa mediterránea y Andalucía.


-          Azafrán amarillo, Sternbergia colchiciflora, aparece en las zonas yesosas y margosas de CLM, pero en Ciudad Real no está citada, apareciendo solamente sobre coladas de lava. También aparece su congénere S. lutea, pero se trata de una planta más naturalizada que natural.


-          Hay otras dos plantas, Teucrium spinosum y Senecio sylvaticus que son únicas citas provinciales, ambas de carácter nitrófilo, la primera de charcos efímeros entre cultivos y la segunda relacionada (por mí), con lugares nitrificados por las aves.


A finales de febrero perduran las últimas flores de los lirios pero aún no han florecido los geranios malva

Aparte de estas dos últimas y las que, seguro,  nos deparará el futuro, destacan poderosamente las floraciones que ya tengo bien documentadas en este blog . El lirio de invierno (Iris planifolia), que solo aparece en los volcanes o en su inmediata vecindad, y el que llamo geranio de los volcanes (Erodium primulaceum), común en otros medios pero aquí absolutamente masivo en las áreas pastoreadas por ovejas. Ambos muestran floraciones espectaculares, a primeros de año el lirio y a primeros de marzo el geranio.

Cima de un volcán calatraveño cubierto de lirios a primeros de febrero


                Todas estas plantas no son exclusivas de los volcanes calatraveños, pero curiosamente, en la región solamente aparecen sobre ellos y para buscar a sus vecinos más inmediatos a veces habría que viajar a cientos de kilómetros. 


Macizo estrellado de Geropogon hybridum

           Esta flora se encuentra muy amenazada, pues aparte de su escasez, del aprovechamiento agrícola o de la minería, ni siquiera figuran en la Directiva Hátitats por ausencia de estudios científicos que determinen una valía y exclusividad que aún ningún botánico ha sentado, pero solamente con ver las imágenes de esta entrada, creo que queda claro que es algo absolutamente especial y en verdadero riesgo.



                Estoy muy al día de lo ocurrido en el CTC de Coslada con una gran cantidad de plantas únicas, extinguidas en masa gracias al celo en conseguirlo mostrado por las “autoridades” madrileñas. Es curioso, la especifidad de ese lugar consistía en la abundancia de magnesio en sus arcillas verdes; una abundancia cuyo origen, los científicos han sido incapaces de demostrar y echaban de menos una zona volcánica cercana que lo produjera. Aquí en el Campo de Calatrava sí tenemos esa fuente de magnesio volcánico y, por lógica, las coincidencias florísticas con esa excepcional flora genuinamente madrileña y casi extinguida, son más que  notorias.


                En el caso madrileño quisimos recurrir a Europa para que parasen la enorme tropelía que se estaba cometiendo delante de nuestras narices con total descaro, pero la contestación fue que esa no era un área protegida porque no estaba catalogada como Hábitat prioritario en la directiva comunitaria. Ese buen botánico que menciono antes, intentó trasponer la normativa valenciana de Microrreservas a Madrid, pero las autoridades has sido más diligentes en su empeño de hacer desaparecer la vegetación del CTC de Coslada.


Explosión intempestiva del geranio de los volcanes Erodium primulaceum a pesar de la sequía

              Espero que esta entrada sirva para llamar la atención sobre unas pocas localidades que tiene una flora que se sale de lo común en La Mancha, que testifica la singularidad de una vegetación relacionada con los infra-valorados volcanes del Campo de Calatrava y que sirva para proteger la vegetación de una pequeña zona manchega que está perdiendo sus últimos efectivos frente a una agricultura que ya se comió casi todas las llanuras de inundación y que ahora está acabando con los escasos arroyos de los volcanes calatraveños y con una minería que está devorando sus volcanes.

Una explotación minera devorando el volcán de la Yezosa en Almagro, bajo un arzollar

     Pero seamos optimistas, el Guadiana y las llanuras de inundación, así como todas las lagunas, están viviendo un momento de oro, llenas de agua y de una vida excepcional, que probablemente sea reconocida en forma de un futuro Parque Natural de las Lagunas Volcánicas del Campo de Calatrava.


Iris planifolia

      Yo sigo aquí en mi empeño, clamando por un Parque Nacional del Guadiana, que desde sus Ojos llegue hasta el límite con Extremadura, reuniendo a su alrededor todos esos entornos únicos como volcanes, llanuras de inundación, lagunas y esos enclaves cercanos con una vegetación única: bonales, robledales, quejigares, murtedas, alisedas, abedulares, riberas del Guadiana, Bullaque y Bullaquejo y un largo etcétera. Pero de momento aquí he señalado las plantas menos comunes y características de una vegetación exclusiva que merece sin duda ser considerada como Hábitat prioritario, por su singularidad y por su peligro de desaparición.


Los Bonales de la Puebla de Don Rodrigo

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Hoy me ha invitado Valentín a dar una  vuelta por los bonales de su pueblo, los famosos bonales de Puebla de Don Rodrigo, cuyas mejores representaciones están protegidas bajo la figura de Microrreservas, algunos desde 2002 y otros con  posterioridad. Una figura de protección idónea para pequeñas y delicadas áreas con valores de gran importancia ecológica, no  solo a nivel local, sino nacional.

Teucrium fruticans recordándonos que estamos casi fuera de la meseta por el sur

Los bonales son pequeños pero completos ecosistemas hídricos debidos a la aparición de manantiales en la base de algunas laderas con  una  interesantísima vegetación  asociada a ellos. Son islas verdes en medio del secorro monte mediterráneo, con una  vegetación que incluso escasamente, encontraremos en la cornisa cántabro-pirenaica o en las cumbres del Sistema Central e Ibérico. Manifestando muchas especies las localidades más meridionales de su área de distribución.


Un arroyo pletórico de helechos reales

Los bonales son un ecosistema peculiar y representativo de la naturaleza en buen  estado de conservación del oeste de Ciudad Real, desde los Montes de Toledo hasta Sierra Morena, donde en los últimos decenios, su declive parece  inexorable. Son más abundantes en la zona central, a medio camino entre los dos macizos y en  sus confines occidentales, los más lluviosos al marcar un pequeño, pero pluviométricamente importante, escalón entre la penillanura extremeña y la sub-meseta manchega.

Serapias parviflora, una de la numerosas orquídeas de los bonales

Esta bonanza en  aguas, también ha sido la causa de su transformación o desaparición, a la vez que  punto vital, para el asentamiento del hombre en el territorio. Casi  se podría decir que la totalidad de los pueblos y aldeas de los Montes de Ciudad Real han tenido su origen en un bonal, incluso algunos asentamientos poseen este topónimo.

La extraña orquídea Limodorum abortivum en el quejigar cercano a un bonal

Valentín, buen experto en orquídeas y mayor aún en  setas, conoce todo este territorio al dedillo, él y sus compañeros y amigos del pueblo, a tiempo completo o parcial, tienen el buen juicio de valorar y apreciar las cosas buenas del campo; salen juntos siempre que pueden, a setas, a espárragos, a ver plantas poco comunes o a bañarse en las tablas del Guadiana y disfrutan su campo como en pocos pueblos he visto. Siempre que pueden quedan, se organizan, hacen una ruta por el monte o cerca del río y pocas cosas escapan a su curiosidad.

Escudriñando  el terreno en el borde de un manantial

Hace tiempo que ando detrás de una  orquídea muy rara, la Serapias perez-chiscanoi o serapia verde, Valentín me comentó que el cree haberla visto por estos bonales y vamos a echar un  vistazo y, de paso, ver si  han salido boletos. Nos  dirigimos a raña Maleta, una raña (las llanas y poco inclinadas peanas de las serretas de cuarcitas, formada por angulosos bloques de cuarcitas empastados en  una  matriz de arcillas y limos rojizos), con varios de los más célebres bonales de La Puebla.


Ya de camino, para abrir boca, en uno de los arroyos iniciales se ven mirtos (Myrtus communis) algo recomidos por la caza y el ganado.  Los bonales se ven con claridad, porque al estar vallados, para protegerlos del pastoreo, se resalta el contraste entre esas zonas de lozana vegetación natural y los cultivados o pastoreados terrenos exteriores.

Una gran pasarela rodea una de las vejigas de un bonal

Al atravesarlos veo que la vegetación arbustiva está en un buen momento, destacando la escandalosa floración, porque nunca había visto tanta aulaga ratera (Genista anglica), ni tan alta, ni tan florida, aunque quienes dominan son los brezos, en una  amplia gama, aunque ya pasados los brezos blancos y los de arroyo (Erica arbórea, E. lusitanica y E. scoparia), empiezan a florecer los de turbera (Erica  tetralix).


La vegetación de los bonales varía mucho según su estado de conservación, de si han  sido  manejados para sacarles agua para algún abrevadero o para regar huertos, de si se encuentran muy pastoreados o si han sido levantados y arados; malgastados en una poco productiva superficie que se anega siempre que llueve algo más de lo normal. Del ganado o de la caza se protegen ellos solos pues siempre a su alrededor crece una espesa orla espinosa de zarzales, rosales y espinos, en muchos casos impenetrable.

Anthericum baeticum, una blanca joyita del borde de algunos bonales

Esa vegetación que los coloniza varía en función de la cercanía al agua, a su constancia y régimen, desde aguas quietas o “estagnantes” a corrientes. El monte mediterráneo de encinas, quejigos o alcornoques, en su transición comienza a llenarse de brezos, luego se hace demasiado húmedo para quercíneas, a no ser algunos quejigos, hay más madroños, algunos hediondos, como llaman aquí al arranclán (Frangula alnus), zarzas y helechos.


El brezo de turbera Erica tetralix

El paso a la vegetación más  propia del humedal llega por la mayor abundancia de hediondos  y sauces, aunque en los mejor conservados aparece el fragante arrayán de pantano o mirto de Bravante, un arbusto que podría tener una de sus mejores representaciones mundiales aquí, en el oeste de Ciudad Real. Este bello arbusto posee, para mi gusto, uno de los mejores aromas que jamás he olido. En las pocas zonas de centro-europa donde existe, un uso tradicional suyo es el de aromatizar la cerveza.

El arrayán de pantano o mirto de Bravante (Myrica gale)

El paso siguiente ya es la turbera, áreas cercanas al nacedero, cargadas de agua retenida por musgos y unos suelos formados por materia orgánica sin terminar de descomponerse. Aquí ya escasean los arbustos, quedando solo los especialistas en estos medios, como la genista ratera Genista anglica, el brezo de turbera Erica tetralix, y otra genista, más herbácea que arbustiva, la Genista tinctorea.

Las macollas más verdes son Carex lusitanica y las verde-grisáceas Molinia caerulea

En lo herbáceo, y con las raíces en el barro, aparecen los pajonales o masegares, grandes macollas de gramíneas adaptadas a estas humedades, por un lado las molinias (Molinia caerulea), de largas hojas acintadas, con macollas que pueden elevarse hasta casi un  metro por encima del barro o del agua; y la parecida, pero mucho más  verde y vigorosa, la gran cárice, (Carex paniculata subsp. lusitanica), aunque en arroyos más protegidos y sombreados, se ve la enorme Carex pendula; bajo ellas, a veces, aparecen micro-céspedes floridos como los de Anagallis tenella o Scutellaria minor o las acuáticas Eleocharis sp.,Callitriche, juncos y nano-juncos. También, menos dominantes, aparecen otras gramíneas norteñas, como Dantonia decumbens y otras cárices como C. echinata, C. distachya, etc .


Los musgos Sphagnos son las esponjas del bonal

En los puntos iniciales del manantial cuando  el estado de conservación es bueno aparecen las verdaderas turberas, suelos siempre húmedos con las permanentemente empapadas esponjas de musgos esfagnos, a veces creciendo tan apretadamente entorno al manadero, que los hacen elevar el punto de salida de agua por obstruirlo lateralmente con su espeso crecimiento, creando lo que aquí llaman “vejigas”, las llamadas turberas altas, acumulaciones turbosas en forma de montículos que pueden superar los dos metros de altura, pudiendo ser funcionales hoy , aunque la mayoría son relictas o heredadas.


Una vejiga de más de dos metros de alto, roedeada de una alta pasarela como atracción de visitantes

En estas zonas de esfagnos rezumantes es donde aparecen los verdaderos especialistas del bonal (en otras zonas: tremedales, toyas o turberas), aquí aparecen las plantas carnívoras: la drosera Drosera rotundifolia y la grasilla portuguesa Pinguicola  lusitanica, el algodonoso Senecio helodes y también rarezas norteñas como Rhyncospora alba o los raros helechos Ophyoglossum e Isoetes. En las pequeñas pocillas y arroyos iniciales flotan las hojas de los Potamogetum polygonifolius.

Hace pocos días parecía una Serapia perez-chiscanoi pero es una S. lingua bastante clara

Esta vez no va a ser, unas serapias que hace una semana aparecían casi blancas, ahora se muestran más rojillas, no es la serapia verde sino la más común, Serapias lingua, muy abundantes y con una  buena gama de tonos y formas. También vemos, casi sin abrir alguna  Serapias parviflora, pero no hay nada de la otra, aunque algunos amigos de Valentín, me dicen, tras ver varias fotos, que sin duda la han visto, y que tarde o temprano, darán de nuevo con ella. 


 Serapias perez-chiscanoi era exclusivamente extremeña y solo de la cuenca del Guadiana norte, hace  unos años apareció una  población al oeste de Toledo, y el año pasado se encontró otra cerca del límite con Ciudad Real. Aquí solo tenemos noticias de Jesús Víctor García y María Jesús Fernández, que en el blog de Arroba, hace tiempo dieron noticias de su hallazgo y unas fotos magníficas.

La auténtica Serapias perez-chiscanoi ciudarrealeña, foto de Jesús Víctor García

Tras  un  repaso a los primeros bonales y ver un manantial de aguas casi calientes, bajamos por el bosque, se ven muchas plantas semi-parásitas, las grandes Orobanches o jopos, al poco me muestran un buen rodal de una orquídea también semi-parásita, el Limodorum abortivum de bellos tonos violáceos y flor sin terminar de abrir (abortada antes de abrir).


Jopos (Orobanche latisquama) bajo el quejigar

En medio de la sequía de esta primavera, Colombia canta el hallazgo de un boleto en buen estado, ese fue el único que apereció ese día y  casi en  todo el resto de seca primavera. Es un placer ir con gente primero, con tan  buena vista y, segundo, tan  conocedero de la naturaleza de su pueblo.


  
El único Boletus que he visto esta primavera

 Vimos una virutas en el suelo, en seguida, se buscó el nido de un pájaro carpintero, y además por los bordes con plumón pegado, ya me dijeron, que no hacía falta asomarse, que tenía pollos. Al poco rato, al remontar un arroyo, un nido y por el tamaño y el lugar, sin duda de azor.


Remontamos un arroyo que recogía el agua de varios bonales y vimos que tenía un alargado bonal de ladera, casi imposible de andar, con bastantes genistas rateras, brezo de turbera y mirto de Bravante. El arroyo también gozaba de un ambiente húmedo y  sombrío y  pudimos ver más mirtos y helecho real (Osmunda regalis) en abundancia y bellas rarezas como Anthericum baeticum .

Nido  de azor, como siempre, cerca de un arroyo

 Pero lo más valioso de estos vallejos es la gran biodiversidad que acumulan, incluso en lo arbóreo, aparecen  los alcornoques, quejigos encinas y algún roble, mezclando sus correspondientes cortejos, de arbustos (jaras, genisteas y brezos), junto con todo lo higrófilo de bonales y arroyos.


Al fondo tonos grises del brezo de turbera (Erica tetralix) entre amarillos de Genista anglica en un bonal de ladera

Pero también me contaron de algún buen bonal recién desaparecido para crear un charca contra incendios (obra del estado) o una raña entera, como ésta, cuyos bonales habían sido arados no hace muchos años. A pesar de ser un Hábitat Prioritario y tener casi toda su vegetación protegida sobre el papel, todavía hay muchos bonales sin inventariar, sin proteger. No hacen falta muchas vallas o prohibiciones, solo saber lo que se tiene, cuidarlo mínimamente e impedir que nadie los destruya. 
Los bonales son, como decía D. Salvador Rivas Goday, "Islas Atlánticas en un Mundo Mediterráneo".





Ruta por la Vegetación climácica de los Yesos

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Hace poco organicé con Darío, por fin, una ruta planteada varios años atrás, un paseo por una de las zonas mejor conservadas de los yesos de la cuenca  de Madrid. El aljezar (el yesar) aquí se encuentra en todo su esplendor, esas teóricas catenas que se explican en los libros aquí se ven claramente. A diferencia de otros lugares, aquí el yesar se muestra en toda su variedad, desde la más pelada costra de líquenes hasta espesos rodales de encinar.

Costra liquénica, espartos, jarillas y encinar de fondo

                Coincidimos unos cuantos aprendices de botánicos, algún bichero y tres blogueros (Javier, Juanjo y el que escribe), y la excursión, a pesar de estar curtidos en estos medios, no dejó de sorprendernos, incluso a  mí, que he venido varias veces a preparar la ruta. A pesar de los calores, de la logística y de las numerosas garrapatas que se abalanzaban sobre los que iban en cabeza haciéndoles acelerar el paso, con lo que acabamos en una marcha bicéfala, salió una ruta redonda en todos los aspectos.

Tras pasar estas orzagas y herbazales, muchos ya iban cargados de garrapatas

                 La ruta se realizó siguiendo un arroyo que va desde el estrato superior calizo que corona el mioceno de la llamada Cuenca de Madrid, hasta el río Tajo, de yesos ricos en sales y suelos aluviales. El plan inicial era continuar por la otra orilla, en tierras toledanas, para visitar alguna salina, pero ya era demasiado andar. A pesar de estar en Madrid, fue una excursión manchega, pues más de medio  Madrid, manque les  pese a algunos, es Mancha manchega.

Los yesares del otro lado del Tajo tienen otro aspecto, más salvaje y rojizo

        En esta región hay dos buenas representaciones de ecosistemas casi desaparecidos del resto de la comunidad madrileña, los encinares bien conservados sobre yesos y los albardinales. Sí hay encinares cercanos, pero mayoritariamente prosperan sobre materiales calizos, y el albardín (Lygeum spartum) si antaño fue abundante, hoy solo aparece de manera puntual y testimonial.

Probablemente el mayor albardinal (Lygeum spartum) madrileño

                Este año, a estas alturas, ya está todo achicharrado, pero aquí en los yesos, muchas de las plantas tienen carácter termófilo y esas, siempre florecen más tarde, así pasaba con unas de las plantes dominantes del jabunal, el tomillar gipsícola con jabuna (Gypsophilla struthium), las jarillas de los yesos, la llamada jarilla de escamas (Helianthemum squamatum) y la mayor y más térmica (H. syriacum); la retama de bolas está en su punto llenando de su fragancia alguno  de los tramos del camino.

Jarilla de hojas de lavanda (H. syriacum) derecha  y de escamas (H. squamatum) izquierda. 

                Para estudiar el aljezar, no es que haya que saber árabe, pero sí hay que mantener y no dejar que caigan en el olvido, la gran cantidad de palabras heredadas de nuestros mayores que se están perdiendo en medio de tanta modernidad y falta de aprecio por nuestros ecosistemas más cercanos. Fitotopónimos como: calaminar, albardinal, fenalar, sapinar, jabunal, atochar, arnachos, orzagal, jabunal, lastonar, almorchinar, etc., son formaciones vegetales presentes en el aljezar, y como dice Salvador Rivas-Martínez, en España hay más nombres de formaciones vegetales que de los mismos vegetales que las forman.

Ontinar (Artemisia herva-alba) abajo y atochar (Stipa tenacissima) arriba

               Comenzamos la  caminata dejando la vega, con huertos, sembrados y barbechos a mano derecha y el encinar, más o menos aclarado, a la izquierda; en algunas vaguadas la cobertura es casi total. A la sombra del encinar apenas crecen algunas lianas, esparragueras y algún jazminorro. Al otro lado, muchos  campos llevan varios años de barbecho y se van naturalizando; el arroyo apenas conserva vegetación riparia dado el ajustado aprovechamiento de los cultivos, aunque en algún momento aparecen restos de olmedas, tarayes y cañaveras de Arundo donax, para tutores y tomateras. Aguas abajo el arroyo se naturaliza, llenándose de orzagas (Atriplex halimmus) y tarays.

Costra, espartal, fenalar, orzagal y encinas sueltas en un valle sin transformar demasiado

                Surge con Javier la discusión de cuál es la clímax de los yesos, él no duda de un espeso bosque que iría de las olmedas del arroyo a los encinares y quejigares de las laderas. Para mí estaría muy cercana a lo que vemos, encinares más espesos en la umbría y dispersos en la solana, alternándose con coscojares y efedras; con albardinales en los vallejos, donde a más humedad aparecerían los orzagales seguidos de los tarayales (Tamarix canariensis), olmedas y quizás en las vaguadas casi endorreicas y meandros del valle principal, pequeños saladares con su vegetación halófila.

Espartales, albardinales abajo, encinares en umbría y jabunal-espartal en solana

La aridez, las sales y los venenosos sulfatos no dan para muchas alegrías forestales, aunque sí podría ser con suelos orgánicos, difíciles de conseguir y mantener. Por eso pienso que en su día el bosque sería más variado, más parecido al de cercanas áreas calizas, habría quejigos y algunos arces en las umbrías, y probablemente tendríamos un bosque mixto de encinas y pinos carrascos, con Juniperus de varios tipos (por esta región llegan a aparecer puntualmente J.thurifera, J. phoenicea y más común J. oxycedrus.

Encinar con un gran pino carrasco aislado, no lejos está el Pinar de la Encomienda

No hay que olvidar que estamos a poca distancia del Pinar de la Encomienda, donde aparte del pino aparecen casi todas las especies forestales y arbustivas de la región con un séquito que da fe de su naturalidad. Actualmente un alto porcentaje de todas las laderas del Tajo han sido y están  siendo repobladas con este pino, cuestionable, porque no suelen respetar el medio donde se implantan, a veces incluso levantan chaparras en progreso, al pasar el subsolado, que sirve para recoger más humedad para los plantones pero que destroza el monte, dejando casi de por vida, esos surcos y caballones en curvas de nivel.

Pinos colonizando poco a poco laderas, afortunadamente, sin roturar

La gente empieza a calentarse tras las lentitudes iniciales, el valle se va poniendo más salvaje y menos humano según bajamos. Vamos viendo todas las plantas de los yesos y sobre todo comenzamos a disfrutar con la  visión, casi marina, de los grandes albardinares llenando las amplias vaguadas que van a dar al arroyo principal. Antes era común, ahora casi todos los fondos de valle en comarcas yesíferas, son cultivos cerealísticos o de regadío, con sus arroyos convertidos en rayas.

Arriba el esparto y abajo, como un brazo de mar, el esparto fino o albardín

No falta el ambiente salino y de hecho van apareciendo sus protagonistas, vemos varias matitas de Plantago maritima, el escaso y “protegido” Lepidium cardamine. Este es un tipo de albardinal que Jesús Izco en su famoso y lamentablemente descatalogado “Madrid Verde”, daba casi por común, y para no contradecirle, apareció otra famosa “joyita” botánica madrileña, el Senecio auricula que seguro que los que deberían velar por su protección, probablemente no sepan que aún existe en esta Comunidad tan regañada con su naturaleza.

El albardinal salino completo: Lygeum spartum, seco Senecio auricula, abajo izquierda Lepidium cardamines 

      Este hallazgo no nos lo esperábamos  a pesar de estar “previsto” en un todo buen albardinal, otra interesante planta salina, junto con Suaeda splendesn fue la rastrera Frankenia pulverulenta.

Botánicos adorando la rastrera Frankenia pulverulenta como si del becerro de oro se tratase

Como nos hemos juntado un grupetto todoterreno, vamos viendo insectos, hongos, un lagarto que tras ver el par de perros decide subirse a un  alto olmo fané; al rato oímos un reiterado quejido, uno de los perros tiene entre sus fauces el cuello de un corcino, no se sabe quién tiene más susto, si el corzo o el perro al ver que le perseguimos para obligarle a soltar su presa.

Lagarto ocelado encaramado a lo alto de un olmo seco

          Afortunadamente el pobre corzo se largó saltando por la alta hierba a la espesura del arroyo. Otro disgusto fue ver recién atropellado a un eslizón, aún no he conseguido ver uno vivo, siempre los he visto como ahora, una lagartija de cristal, brillante y tornasolada, pero muerta.

Ephedra dystachia, ni tan fina como E. nebrodensis ni tan gruesa y gris como E. fragilis

En el recorrido vemos las tres efedras, por una vez no discutimos sobre la menos común Ephedra dystachia, solo con compararla vemos claramente los tallos algo mayores que en E. nebrodensis. Seguimos viendo cosas interesantesBupleurum ramossisimus y Dorycnium gracile, también de carácter salino y según Flora Ibérica inexistente en  Madrid.

Insólito, la liana riparia Cynanchum acutum, planta de la mariposa monarca, creciendo en la costra liquénica

      Al igual que Ignacio López Colón viene demostrando que cada planta del aljezar tiene su insecto  específico, algo similar ocurre con las plantas parásitas del género Phelipanche,  bellezas algo similares, pero cada una eligiendo una especie, el año pasado ví Phelipanche resedae, parasitando al gran endemismo Reseda suffruticosa, ahora le toca el turno a P. portoilicitana con su Centaurea hyssopifolia, en Rivas Rubén encontró al P. georgii-reuterii sobre Lepidium subulatum, y todavía quedan unas cuantas más por ver.

La pequeña Orobanchacea Phelipanche portoilicitana parásita de la Centaurea hyssopifolia

No es menos interesante la “costra liquénica”, una cuasi-vegetación exclusiva de la dureza ambiental de los yesos, aquí la riqueza y cobertura de los líquenes supera con creces a la flora vascular, pero las plantas que aparecen son verdaderos especialistas que solo se dan en el aljezar.

El bello especialista de lo más crudo de la costra, Teucrium pumillum

     Su  gran especialista, embajador de otros congéneres suyos del sureste ibérico es el Teucrium pumillum, acompañado por el tomillo de Aranjuez Thymus lacaita, Launaea fragilis y anualitas como Ziziphora hispanica o Campanula fastigiata.

Resedas en primer plano: R.stricta y R. suffruuticosa

      En los abundantes taludes y cortados abunda la Reseda suffruticosa y la boca de dragón Antirhinum graniticum. Hay algún tipo de vegetación que no había visto antes como la perfecta comunión del espartal con el romero, salpicado con algunas encinas y efedras.

La gran reseda sufruticosa, uno de los más bellos endemismos gipsícolas del centro peninsular

Finalmente, al acercarnos al Tajo vemos formaciones de conglomerados, en cotas altas llenos de plantas gipsícolas y más cerca del río con algunas plantas menos afines. Aparecen   estratos inclinados de cantos más gruesos o de arenas. Poco más adelante, para contrarrestar el calor del mediodía nos esperaban los verdores del Tajo con su fresca vega y el impresionante azud de Buenamesón, donde dimos por finiquitada la excursión con un buen sabor de boca en todos los paladares.

                

Los Bonales más térmicos de Ciudad Real

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            En una entrada reciente ya he hablado de los bonales, esas islas de vegetación húmeda en medio de la extensa sábana calcinada que son nuestros campos en verano. Algunos son poco más que unos amplios brezales con juncos en los que se intuye la cercana circulación del agua bajo tierra, mientras que otros tienen en su interior grandes pajonales de herbáceas hidrófilas o buenos trampales (turberas) en torno a aguas nacientes y regueros iniciales. Son estos últimos los que atesoran en estos micro-ecosistemas, verdaderas joyas botánicas y faunísticas.

Una de las plantas protegidas del bonal: Lobelia urens

            Si bien es muy raro encontrar estos ecosistemas fuera de las grandes y norteñas montañas ibéricas, como ocurre en las montes del oeste manchego, más peculiar aún resulta encontrarlos en la más baja y térmica comarca de los Montes de Almadén o Montes Sur de Ciudad Real, región a medio camino entre La Mancha, Andalucía y Extremadura. Aquí los bonales se encuentran totalmente desprotegidos al no existir ni siquiera una sola micro-reserva, como sí ocurre, afortunadamente, más al norte.

El brezo de turbera (Erica tetralix) abunda en todos estos bonales

            Solo algunos bonales se encuentran bajo el paraguas, muy difuso legalmente y más en la práctica, de tres Lugares de Importancia Comunitaria, concretamente los de: Sierras de Almadén, Chillón y Guadalmez, Sierra de los Canalizos y el de los Ríos Quejigal, Valdeazores y Alcudia; coincidentes con ZEPAs, Area Crítica de la Cigüeña Negra y Zona de Importancia para Aguila Imperial y Buitre Negro.

Helecho (izqda.), brezo de escoba (arriba) y brezo de turbera (en medio), típicos de un  bonal

          Estas figuras de protección aunque velan por la protección de estos ecosistemas, se centran en la protección de las grandes aves. Los bonales de esta zona apenas han sido estudiados y ni siquiera inventariados, de ejemplo os muestro varias imágenes localizadas gracias a Iberpix.

Conjunto de bonales del extremo suroeste manchego

           Toda esta región estuvo capitaneada económicamente por Almadén y como esta capital sufre la debacle económica y poblacional que supuso el cierre de la mina más antigua del mundo, sin una visible alternativa económica, la mayoría de la población en edad laboral ha emigrado y los que permanecen, son guardeses de fincas cinegéticas, pastores o atienden los escasos olivos de la familia.


La bella seta Hygrocibe miniata (gracias Valentín) en el verano del bonal

             Contrariamente a lo que se pueda pensar, el abandono no es bueno para la naturaleza, siempre íntimamente relacionada con el hombre, pues a más abandono, menor cuidado y mayor desfachatez de algunos terratenientes o aprovechados, por segar el pan para hoy y sembrar el hambre para mañana.

Nadie pudo impedir el drenaje de este otrora magnífico bonal del que apenas quedan unos restos

La otra cara de la moneda, bonal recuperándose tras el abandono de la majada de la Cabrera

            Aquí aparecen fantásticos e impensables rincones boscosos y la nota general del paisaje es la de las grandes dimensiones, con horizontes que se pierden en cadenas de serrezuelas y grandes manchas de un buen bosque mediterráneo, rico y variado, en toda su gama ecosistémica y por otro lado su magnífico estado de conservación. Llama la atención la abundancia de aguas superficiales debidas a una pluviometría significativamente más húmeda que el resto de Castilla la Mancha, muestra de ello es la abundancia de alcornocales, quejigares y pequeños, pero buenos robledales en las zonas más propicias.

Pequeño bonal entre grades pies de roble (Quercus pyrenaica) y algunos mestos

            Esta región registra muchos años, como el sureste de Albacete, las temperaturas estivales más altas y también los inviernos más suaves de la región manchega. La vegetación es el reflejo más claro sobre el terreno de esta bonanza climática, a pesar de los rigores del verano, por ello aquí abundan el alcornoque, el mirto (Myrtus communis) o la aliaga de tres espinas (Genista triacanthos).

Mirto común en plena floración

            Gracias a mi amigo Leovigildo Flox he podido disfrutar de un par de excursiones por lo más recóndito de estas serrezuelas, aunque ya he hecho algunas incursiones, las últimas salidas con él han sido totalmente provechosas y clarificadoras de lo que puede dar de sí esta zona, aunque él es mucho más experto en especies animales en peligro de extinción que en lo mucho y bueno que sabe sobre bonales.


            Dado el poco grado de alteración que presenta toda la región podemos encontrar una buena cantidad de bonales, todos sin inventariar ni valorar, y dada también la bonanza climatológica aparecen con rasgos diferenciadores del resto de los bonales en torno al Guadiana o a los más norteños de la provincia. Aquí ya es más difícil encontrar el arrayán de pantano (Myrica gale) e impensable la presencia de abedules (Betula fontqueri), pero aparecen otras como la inmediata vecindad de murtedas (de Myrtus communis). Aunque dada la gran cantidad y variedad de bonales (de raña, de ladera, de solana, de umbría, de valle, de bosque, etc.), es difícil sacar conclusiones de una vegetación que todavía pueden dar sorpresas.

Dos buenos bonales sin visitar, uno de raña y otro (arriba-izquierda) de valle

            Con Leovi estuve en unos cuantos bonales y no pudimos llegar, por cancelas en los caminos a alguno de los más interesante. En uno de ellos encontramos rodeando un pequeño bonal de valle, un espeso rodal de ciruelos silvestres (Prunus insititia), pero en el que más tiempo estuvimos fue en el Trampal de Santorrostrillo, en una zona donde en cada valle hay varias bonales: Trampal del Lobo, Trampal del valle de la Quejigosa, etc.

Leovi avanzando penosamente entre los pajonales

            En la aproximación al bonal, vemos que los pequeños arroyuelos cercanos también tienen algo de pajonal, con su zona más húmeda enmarcada entre zarzales, brezos y, sobre todo, mirtos, que ahora se encuentran en plena y fragante floración. La variedad arbustiva es apabullante y casi sin dominancia de ninguna especie: madroño, genista (Cytisus striatus), mirto, jara pringosa, jara cervuna, brezo de arroyo, brezo blanco, brecina, zarza, aulaga, etc, y los árboles: alcornoques, quejigos, encinas y sauces.

Sauces, escoba estriada, jaras cervunas, mirtos, zarzas, aulagas, brezos, etc.

            Con el calor, la humedad y la espesura de arbustos y pajonal, su recorrido se hace muy fatigoso, además nunca sabes donde va a quedar el pie, si arriba o medio metro más abajo, si sobre blando, sobre duro o en medio del agua, de ahí le viene el nombre de trampal, pero merece el esfuerzo pues siempre hay cosas interesantes que ver.

Como en casi todos, se han excavado balsas para la sed del ganado, silvestre o doméstico

          Primero se trataba de acercarse y buscar el lugar por donde entrar al bonal. Al llegar vemos varias vías de entrada demasiado enzarzadas como para avanzar, pero más abajo era factible, además nada más seguir el primer arroyuelo, algo despejado por estar pastoreado, topamos con un buen suelo de musgos esfagnos, entre los pajonales.

Sphagnos bajo el tapiz de la florida Anagallis tenella

            Nos internamos por el herbazal que está surcado por numerosos y pequeños cauces que embarran el terreno bajo las macollas de molinia, desde lejos vemos la parte central e inicial del bonal dado el caótico abombamiento del terreno que apenas pueden contener la vegetación, al situarlo visualmente se levanta un cuello de ese punto, es una corza a la que hemos sorprendido y que desaparece pronto entre la espesura.

Parte central del bonal, donde estaba escondida la corza

           Casi no se ven, pero quedan flores de la escoba de pantano (Genista tinctorea), luego vemos que es masiva por todo el bonal, apenas vimos al aulaga ratera (Genista anglica) dentro de bonal, pero luego vimos que todo el jaral-brezal circundante rebosaba de ella.


Masa de genista tintorera hace varias semanas en un bonal cercano

            Vamos comprobando que se trata de un bonal en toda regla, con toda su gama o catena vegetacional. Lo más abundante son los pajonales de Molinia caerulea, los brezos de turbera, escasa pero presente algunas grandes macollas de Carex lusitanica. En los puntos de agua algo más profunda la Callitriche brutia, los pequeños y floridos céspedes de Anagallis tenella y, también en flor, los de Scutellaria minor

Scutellaria minor en flor

            No encontramos plantas carnívoras, pero sí la protegida y casi orquídea, Lobelia urens. Los hipéricos están casi todos, Hypericum elodes, H. undulatum, H. linarifolium, H. perforatum e H. perfoliatum. En un bonal aguas abajo, hace un mes pude ver la rara Gratiola officinalis entre una multitud de serapias, satiriones (Orchis laxiflora) y genistas tintoreras.

La poco común Gratiola officinalis

            Todavía dio tiempo para ver algún bonalillo suelto y otro muy interesante al estar en una vaguada rodeado de algunos robles de muy buen tamaño, algunos de ellos mestos. Aquí vimos en el arroyo antes de llegar a él un gran pie de avellano, probablemente naturalizado; como de costumbre algunos nacederos de aguas ferruginosas a juzgar por el color rojo de los bordes y los brillos metalizados de su superficie.


Stachys officinalis abundante entre el bosque y el bonal

           Nos sorprendió en medio del herbazal la florida abundancia de las otoñales campanitas blancas, Leucojum autumnale, también estaba en flor la betónica Stachys officinalis.

La primera vez que veo floridas las campanitas blancas, Leucojum autumnale, fuera de los inicios de otoño

            El calor empezaba a apretar y decidimos dar fin a esta intensa jornada por una de las regiones que conserva mejor su naturaleza de toda la península. No hace falta escalar montañas o largarse a tierras de mayor fama eco-turística, a veces los lugares de los que menos se oye hablar son los que encierran las mejores sorpresas. Esta región, tan difícil de recorrer y tan lejos de cualquier gran ciudad o autovía, nunca dejará de sorprenderme.

Sorpresa, un avellano en el arroyo, entre un variado bosque mediterráneo

Por la Sierra de Béjar

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Hace pocos días tuve la oportunidad de subir con mi familia a la sierra de Béjar, en una excursión algo improvisada aprovechando una estancia en Hervás (Cáceres). Coincidiendo afortunadamente con unos días de bajada de temperaturas, llegamos a esas cimas en lo mejor de su primavera (julio), cuando todo a sus pies se encuentra ya agostado.


No sé como llamar propiamente a esta sierra de la que mi amigo Ángel Vázquez sacó hace poco más de un año el único libro sobre sus rutas montañeras más destacadas. Gredos es la porción del Sistema Central entre el Guadarrama y la Sierra de Gata-Peña de Francia; dentro del cordal principal de Gredos están Gredos Oriental, el Alto Gredos y Gredos Occidental, y aquí están las sierras del Barco -Tormantos y la Sierra de Bejar -Traslasierra, flanqueando respectivamente a este y oeste la gran falla de Plasencia que entre el valle del Jerte, al sur y el Aravalle, al norte, forma el puerto de Tornavacas.

Tras el valle del Trampal, Gredos, desde el Almanzor, cima del Alto Gredos (izqda.) ,a la Covacha cima de la sierra del Barco (dcha.)

Hay quien independiza la sierra de Béjar (o de Candelario) de Gredos, pero mayoritariamente se la incluye en Gredos Occidental, como Santiago Sardinero que realizó su magnífica tésis sobre la vegetación de este macizo, aquí voy a llamar sierra de Béjar a las sierras al oeste de Tornavacas aunque gran parte de ella sea abulense.

La clavelina de Gredos domina los pastos de gran altura de la sierra

Hace bastantes años realicé junto con el Club de Montañeros Sierra de Béjar  una ruta inolvidable con una de los mayores descensos que he realizado, de casi 1800m; entonces subimos a la sierra desde el refugio de Candelario, recorrimos toda la cuerda del Calvitero hasta el Torreón y bajamos directamente a Hervás donde una suculenta comida dio fin a la reunión de madrileños y salmantinos.

Momento álgido de la floración de la uña de gato Sedum brevifolium

            Ahora subo desde la plataforma de El Travieso a la enorme cuerda del Calvitero, una loma uniforme de 11km de longitud y una altura entre 2250 y los 2400m. que muestra todos los signos de haber soportado un casquete o montera de hielo de la que partían aparatos glaciares en todas las direcciones, siendo los mayores los orientales, los del Trampal y Malillo hacia tierras abulenses; hacia el oeste, en Salamanca, el mayor es el de la Hoya Moros, cabecera del río con uno de los nombres más sugerentes, el Cuerpo de Hombre; hacia el sur, hacia Cáceres las huellas glaciares son mucho menores y algo de su vegetación se puede saborear en “Desde el Torreón”.

Echinospartum ibericum subsp. pulviniformis, muy parecido E. barnadessi del resto de Gredos

            La floración del piorno en las laderas ya se ha pasado, pero en la parte alta y en la ladera abulense aún continúa, como también lo hace la del cambrón (Echinospartum pulviniformis). En este momento queda claro cuales son los lugares donde ha durado más tiempo la nieve, pues la ladera está tachonada de grandes oquedades alargadas de piornal  en plena floración, en claro contraste con el piornal ya pasado que las rodea. 


Los "hoyos" amarillos señalan los neveros fundidos hace poco. Al fondo derecho un par de morrenas paralelas.

         Casi al coronar la cuesta me desvío del camino para asomarme a la Hoya Mayor, cabecera de la garganta que baja directamente al pueblo de Candelario, todavía con impresionantes neveros de más de 5m de espesor, ahora teñidos de color rosa, la “watermelon snow” de los sajones, color debido a la micro-alga Chlamydomonas nivalis.

Los ingleses la llaman "watermelon snow", no confundir con polvo sahariano sobre la nieve

            Ya estamos al coronar la loma en el piso bioclimático crioromediterráneo con su vegetación característica, un escaso y ralo pastizal que apenas llega a cubrir la mitad del suelo, aquí abundan las plantas más específicas de la sierra, muchas formando cogines o pulvinículos y con nombres específicos como “alpina” o “gredensis”.

Linaria alpina en el piso crioro-mediterráneo

          Destaca el ahora florido clavel de Gredos, Dianthus gredensis, en vaguadas nivosas Plantago alpina; entre la grava blanca, destaca el color violeta y anaranjado de Linaria alpina, el cardillo rastrero Jurinea humilis también en flor y los compactos coginetes de Minuartia recurvasubsp. juressi, muy diferentes de la subsp. recurva que fotografié en el Pico del Lobo en Ayllón.


Coginete tendido de Minuartia recurva subsp. juressi


            Voy con mi mujer y mi hija mayor, y al poco de coronar la cuerda quiero que vean las lagunas del Trampal desde lo alto y abandonamos el camino para ir bajando hasta tener una magnífica vista de ellas. Al ver a alguien pululando por rellanos inferiores cercanos a la laguna y la aparentemente fácil bajada, me decanto por tomar la directa. Yo estoy muy acostumbrado a estos terrenos y a buscar salidas y requiebros a los cortados, pero he sido tan torpe e irresponsable como para subestimar las dificultades y meto a las chicas en un berenjenal detrás de otro.

Entre este rellano y la laguna hay un laberinto de cortados, lagunillas y rocas aborregadas

            Todo es una sucesión de cortados y rellanos, sobre rocas aborregadas por el paso de los hielos, y como es habitual, estas cabeceras de los antiguos glaciares son hoy en día los lugares donde más dura la nieve. Pero no eran los neveros sino las aguas del deshielo, las que hacían peligroso el paso por cervunales y rocas pulidas. El lugar era magnífico, con los cervunales cuajados de flores, con la nieve fundiéndose y creando lagunillas en los rellanos, pequeñas cascadas y arroyuelos.

Jardín de orquídeas en un rellano

         Pero el horno no estaba para bollos, al principio iba haciendo fotos pero ya lo principal era ir encontrando las mejores o simplemente, las posibles bajadas para salir del atolladero. Ví maravillas como el flamante Ranunculus amplexicaulis en flor y grupos florales impresionantes, pero estaba al borde del divorcio y/o del parricidio; finalmente llegamos al borde de la laguna superior del Trampal donde descansamos  y comimos.

El símbolo de la flora de Gredos, la boca de dragón endémica Antirrhinum grossi

            En esa bajada de alturas escalonadas por donde bajé a la laguna me fijé en la abundancia de ericáceas, muy rara en Gredos a estas alturas (2200m.) de matas de brezos de buen porte (Erica arborea) y, ya más común, la brecina (Calluna europea) y el brezo de turbera (Erica tetralix), bordeando los trampales y cervunales húmedos, todo esto más difícil de ver en Gredos donde las cabras monteses los ramonean hasta su final.

En esta ladera y a 2200m no es raro el brezo blanco, junto con la calluna y el brezo de turbera

            A partir de aquí ya todo lo que recorreríamos serían caminos, pero como de costumbre dediqué la siesta a escaparme a ver los sitios más apetecibles, que eran demasiados para tan poco tiempo, porque no podía haber llegado a este lugar en mejor momento, su momento álgido, con el piorno florido, bastantes neveros todavía y un día con una buena temperatura para andar por la sierra.


            La primera gran hoya del valle es la que da nombre a toda la garganta y sus lagunas, pues se trata de una alargada laguna recién colmatada, con unas enormes pedreras de bloques gigantes que le llegan desde la cuerda de la Ceja, punto culminante de esta sierra a 2428m. Este lugar está lleno de manantiales, turberas, arroyos zigzagueantes que en el Pirineo llaman aguas tuertas; es el gran trampal, la gran turbera, uno de los ecosistemas que en esta sierra es donde los he visto en mayor abundancia de la península, si exceptuamos el Pirineo granítico leridano.

La primera hoya del valle es una lagunilla colmatada convertida en un gran "trampal"

            Voy montaña arriba, la base de las grandes paredes están llenas de grandes bloques fruto de desprendimientos masivos durante la rápida deglaciación de la sierra. Uno de estos taludes forma por delante un gran lóbulo de rocas, lo que denota la existencia de un buen lentejón de permafrost relativamente reciente.

Este enorme lóbulo gelifluidal evidencia que el periglaciarismo sigue activo en lo más alto de la sierra

       La vegetación aquí apenas aparece y casi todo son cervunales, helechos (Cryptogramma crispay Dryopteris oreades), plantas rupícolas (Saxifraga almanzorii, Armeria bigerrensis, Valeriana tripteris, Murbeckiela boryi, etcétera), junto a algunas plantas de hojas grandes, los megaforbios.


Gran comunidad megafórbica llena de calabacera, angélicas, helehcos y valeriana en flor.

            Subo a las grandes comunidades megafórbicas al pie de los paredones de la Ceja, son las únicas formaciones vegetales que alcanzan una buena talla en estas alturas, pues los piornales cimeros están fuertemente baqueteados por el viento y no llegan al metro de altura.

Angélicas y las hojas redondas de calabacera (Adenostyles alliaria)

            Frente a los megaforbios de Gredos dominados por el Veratrum album, aquí dominan las grandes hojas de Adenostyles alliaria acompañada por la Angelica sylvestris. La cantidad y variedad de musgos es sorprendente, lamento saber tan poco sobre ellos, pero admirándolos me llama la atención una plantita que destaca, no me lo puedo creer, es una planta que más de un botánico pagaría por verla viva, el raro helecho Botrychium lunaria, del que sabía que había una cita en Gredos y que luego investigando, vi que había alguna más para Béjar.

El rarísimo helecho Botrychium lunaria

            Esta sierra, dada su alta pluviometría, es ideal para todos los ecosistemas ligados a la abundancia de agua. Las aguas nacientes e iniciales crean unos apretados céspedes, herbáceos o muscinales, que en los rellanos dan turberas, lagunillas, ambientes de aguas temporales o permanentes. Unas de las comunidades típicamente gredenses ligadas a estos medios son las fontinales, con Myosotis stolonifera, Stellaria alsinae y Saxifraga alpigena, y las de los ajos de Gredos, de las aguas rezumantes de neveros sobre pequeños rellanos y grietas.

Ajillos de Gredos a punto de florecer

            Caminando por estas rocas me he acordado de Bernardo García, el mejor conocedor de la vegetación de Gredos que me decía que la boca de dragón de Gredos (Antirrhinum grosii) es una planta estrictamente rupícola en Gredos, pero solo por culpa de las cabras, pues aquí en Béjar, al no haber cabras aparece por todas partes, en pedreras, en rellanos, en grietas horizontales. Me doy cuenta de que tiene toda la razón, no deja de ser el símbolo de la hermosa flor en medio de una pared, pero aquí presenta una ecología más variada. También me contó que encontró aquí el extremo sur de la distribución europea (y española), de otro también raro helecho Huperzia selago.


Esta sierra es la primera gran altura que encuentran los vientos atlánticos, los ábregos, en su trayecto hacia el noreste, y por eso es uno de los lugares de la península donde más precipitaciones se registran. Si en el Alto Gredos tenemos precipitaciones muy por encima de los 2000mm, aquí debe llover entre un 10-20% más, a falta de pluviómetros o de registros duraderos de datos, la precipitación a estima debe rondar los 3000 litros anuales.

El bello Doronicum kuepferi al borde de una laguna

A pesar de ser el mismo macizo que el Alto Gredos, con idénticas alturas y litologías, la vegetación, aún siendo la misma en rasgos generales, se enriquece en especies con mayores requerimientos hídricos: Angelica major, Doronicum kuepferi, Echinospartum pulviniformis, Eleocharis acicularis, Isoetes lereschi, Minuartia juressi, Ranunculus amplexicaulis, Ranunculus omiophylus, Trichophorum germanicum, etc.

La extraña flor de Phyteuma hemisphaericum

Una de las grandes diferencias con Gredos, es la “difícilmente explicable” ausencia de cabras monteses. Esta ausencia conlleva una serie de consecuencias que marcan una gran diferencia con el macizo de Gredos, empezando por la libertad de movimientos que se puede tener a la hora de recorrer la sierra, abierta por sus cuatro costados a quien quiera recorrerla, tarea que recomiendo sin ninguna duda, a pesar del general abandono de los caminos serranos menos transitados, aunque afortunadamente, el movimiento de los ganados de unos pastos a otros, conlleva que los pastores mantengan gran parte de los caminos y manantiales.

La manzanilla de Gredos (Santolina oblongifolia), debido a las cabras a pasado de ser muy abundante a poco corriente

En la vegetación esta ausencia de cabras monteses, que en Gredos han pasado de ser una especie silvestre a ganado suelto por el monte, está teniendo consecuencias nefastas sobre la vegetación. Seguro que si se hiciera un trabajo comparativo entre la vegetación de ambas sierras, daría unas señales alarmantes sobre la pérdida de biodiversidad que se está produciendo en Gredos, en especial sobre sus especies endémicas o más relevantes. Especies como la manzanilla de Gredos, la viborera de montaña, las bocas de dragón y cualquier otra que no sea venenosa, están desapareciendo a ojos vista de todo Gredos.

Una viborera sin identificar (Echium cantabricum??) es una de las más buscadas por las monteses

La acción de las cabras es apreciable para cualquiera que lo intente observar, pero me remito a la imagen que me mostró Bernardo García, el mejor conocedor de la flora de Gredos. Yo estoy más acostumbrado a ir durante el verano, pero él va todo el año y me contó que las cabras se disponen en una franja inmediatamente por debajo de la nieve, peinando y ramoneando todo en esa área. La línea nival va bajando según avanza el invierno y con ella las cabras van triscándolo todo, luego con la primavera la línea va subiendo y ellas vuelven a repasarlo todo en sentido inverso, en verano es realmente cuando más libres andan y ocupan una mayor superficie, aparentando una densidad menor de la que realmente existe. 


Realmente es casi imprescindible que el lobo vuelva a estas sierras para poner un poco de orden, ya que la caza realmente hace una selección natural a la inversa y como suele ocurrir que se prefiere la cantidad a la calidad, todo esto acarreará, a largo o medio plazo, un debilitamiento genético sobre este símbolo de la naturaleza salvaje de Gredos, tras haber puesto su vegetación endémica en el límite de la desaparición. Pero a pesar de todo a nadie le cabe la menor duda de que estamos en uno de los lugares más maravillosos y salvajes de Europa.




Abedulares Manchegos

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            Sí,  has  leído bien,  aunque la región donde los abedules se encuentran no es la región natural  de La Mancha,  sí que se trata de Castilla la Mancha, en concreto el oeste de Ciudad Real, en su porción norte y central,  y el suroeste de Toledo, sin llegar a tierras extremeñas. También existen algunos abedules en altas áreas puntuales del Sistema Ibérico de Cuenca y Guadalajara, pero estos ya tienen otra ecología más en consonancia con la idea de bosque atlántico-alpino que los abedules suelen transmitir.



            Cuando hace años, apenas conocía varias localidades en Gredos y me enteré de que en Ciudad Real había abedules, apenas me lo creía, y me dediqué a buscarlos infructuosamente por aquellas carreteras. Eso sí, descubrí la existencia de quien siempre, desde lejos, me engañaba con su blanca corteza y recto fuste, un álamo desdeñado por los estudiosos, entre el álamo blanco (Populus alba) y el temblón (Populus tremula) de tronco muy recto y corteza apenas maculada. Un “alamillo” oretano, de distribución poco más extensa que este abedul.

Alamillos oretanos en la  misma  ecología que los abedulares


            Posteriormente, viajando por los montes hacia el gran Cíjara, sí di con ejemplares sueltos, en alguna fuentes y cabecera de arroyo. Por fin los había visto, a partir de ahí fui descubriendo la mayoría de las localidades, menos dos o tres a las que intenté llegar, pero los altos vallados cinegéticos, la video-vigilancia o la larguísima aproximación que hacía necesario echar el día entero o pernoctar, me hicieron desistir, quedándome muy cerca.



            El abedul luso-extremeño como le llamaba uno de sus descubridores, D. Manuel Peinado Lorca, no es exclusivamente oretano, aunque hay que señalar que lo de los abedules ibéricos son un galimatías en el que no ha querido “mojarse” nuestra Biblia botánica, Flora Ibérica, pues prácticamente sólo adaptó Flora Europea a la península. Más acertada veo la escuela de Salvador Rivas-Martínez que, aparte de mostrar las pequeñas diferencias morfológicas entre las especies, sí establece unas diferencias ecológicas y corológicas muy claras, al menos en  Betula pubescens.



En la península hay dos grandes grupos de abedules, los alpino-atlánticos, Betula pubescens (B. alba) y los más mediterráneos Betula pendula. Los primeros tienen las subespecies carpatica (pirenaicos), pubescens (atlánticos) y celtiberica (extra cantabro-pirenaicos). Betula pendula tiene las subespecies pendula y fontqueri, contando el segundo con dos variedades, fontqueri yparvibracteata. Los alpinos llegan a los Sistemas Central e Ibérico (Betula pubescens subsp. celtiberica), y los segundos son de las altas montañas andaluzo-rifeñas con irradiaciones hacia el norte, dándose el caso de que en algunas localidades puedan vivir ambos abedules, como en puntos del sur de Ayllón y el norte de Gredos; en esas localidades, los requerimientos ecológicos son distintos, asentándose unos en las pedreras y cauces encajados del límite superior del bosque, y los norteños en situaciones riparias o turbosas de cotas inferiores.



            El abedul que habita desde los montes de Toledo hasta el Guadiana es el Betula pendula subsp. fontqueri var. parvibracteata, son los abedules que viven en las condiciones más térmicas y mediterráneas de toda la península y han llegado hasta hoy, casi milagrosamente, dado el buen estado de conservación de estas zonas del suroeste ibérico. Aunque algunas localidades, como su mejor y mayor población, la de Riofrío, se libraron de la repoblación salvaje con pinos por asentarse en terrenos demasiado mojados para máquinas y pinos, pero las cercanas localidades del Valle de la Viuda y el Gargantón no superaron ese atentado ecológico en  toda regla.



Su areal a pesar de haberse reducido ligeramente en los últimos decenios (D. Salvador Rivas Goday llegó a conocerlos en las localidades anteriores), se supone que fue mucho mayor en el pasado, constituyendo la clímax forestal de la vegetación de bonales e iniciales arroyos de aguas puras semi-permanentes, sobre suelos ácidos del sur de Gata y Gredos, Montes de Toledo y Sierra Morena norte y sus estribaciones. Si el agua fuese más permanente sería desplazado por alisos o álamos, y si fuese menos permanente, tampoco podrían vivir, aunque viéndolos sobrevivir en pleno agosto o septiembre parece creíble que puedan soportarlo todo.

Remanso con Potamogeton polygonoides y nomeolvides en el borde de un abedular


            Este árbol como he dicho es la cabeza de serie de una vegetación riparia exclusivamente manchega, desapareciendo el abedul, la etapa siguiente en esa serie es una arbusteda higrófila comandada por dos especies, aparte de varios tipos de brezos y helechos, el hediondo como llaman por estos montes al arranclán (Frangula alnus o Rhamnus frangula) y el espléndido y fragante mirto de turbera (Myrica gale), al que dedicaré alguna entrada para reafirmar el enorme valor y significancia de su presencia en estos lugares que aún está muy lejos de reconocérsele.

Rodal de mirto de Bravante (Myrica gale) en el  interior  de  un  abedular


En una ignota localidad puede verse (quien pueda llegar hasta ella), una mezcla impensable, el abedul mezclado con el loro (Prunus lusitánica), no de forma puntual  como al norte de Montes de Toledo, sino  en una larga banda  con el abedul en el contacto con la ladera y en paralelo el loro en el contacto con un largo arroyo. Pero esta coincidencia no es tan impensable pues su ecología es potencialmente la misma. De hecho creo que de no ser por la apetencia del hombre sobre su madera o por el ramoneo de sus hojas, en las cacereñas Villuercas compartiría el protagonismo de las cabeceras de los valles con las loreras. Su memoria ya casi se ha perdido, pero recuerdo pastores que me comentaban que daban el ramón del “aliso blanco” a sus animales a finales de verano, cuando apenas tenían qué comer.

Pajonal con arranclanes, brezos y algún madroño, atrás los abedules


A partir de la arbusteda de brezos, hediondos y mirtos, la vegetación viene a ser una mezcla entre la clásica vegetación riparia y la de los bonales, aunque quizás posee una peculiaridad distintiva en su orla espinosa, la participación en el zarzal-espinar de la bella trepadora Clematis campaniflora, una clemátide de apetencias termófilas de los arroyos del suroeste ibérico, como también ocurre con la parra silvestre.



Es más fácil ver abedules dispersos que abedulares, bosquetes hay solo en tres o cuatro gargantas del norte de Montes de Toledo, varios en Cabañeros con mucho ejemplar disperso, uno cerca del Bullaque y otro en uno de sus tributarios (valle del Beato) y dos al sur, ya muy cerca del Guadiana, el de los Horcones, y la localidad más celebrada, Ríofrío, donde llegan hasta los 600m. de altitud.

Macizo de helechos Blechnum spicant acompañante típico de estos abedulares


La localidad de los Horcones, también conocida como Valdelapedriza o Santa María, ya era bien conocida por los lugareños antes de un trabajo botánico, de extraña adscripción geógrafica, sobre varias fincas dispersas y Piedrabuena, al norte del Guadiana, que los dio a conocer. Una de las zonas clave para un futurible Parque Nacional del Guadiana y que recientemente acaba de ser adornado con una enorme pista de aterrizaje en las fincas de la familia Botín, familia que al menos en Cantabria, ha tenido en consideración los árboles singulares de esa tierra y que aquí poseen unas fincas dignas de ser Parque Nacional con algunos de estos abedules.

Canal semiartificial? en el abedular  de la Ventilla


Una característica típica de este abedul, consiste en la ausencia de pilosidad de las ramas jóvenes; un  día al acercarme al abedular de la Ventilla, pensé que debería estar confundido yo y que realmente lo típico era esa pilosidad (no sabía que a B. alba ya le  llamaban B. pubescens). Poco tiempo después, leyendo un artículo sobre el abedul en los Montes de Toledo, descubrí que precisamente esa localidad era la única en que existía el otro abedul, Bétula pubescens subsp. celtiberica. Pero esta es una localidad sospechosa, las aguas del bonal se ven dirigidas por antiguas canalizaciones y no hace mucho, a su vera había un variado plantel de especies exóticas, por eso hay quien dice que esos abedules fueron introducidos. Aún así la conjunción con el medio es perfecta y los abedules se han mantenido sin ningún tipo de artificialidad, lo que por otro lado apunta a su naturalidad.



En una  buena turbera de los montes toledanos se introdujeron con un resultado magnífico y si no fuera por la desmesurada presión de los herbíboros, no olvidemos que en su práctica totalidad se encuentran en grandes fincas cinegéticas, estaríamos hablando de un tipo de bosque en expansión. Pero ocurre todo lo contrario, apenas hay plantones, y eso que se trata de una  especie muy  prolífica, porque en cuanto nace un plantón hay verdadera competencia por comérselo o por bañarse encima, como ocurre en estos lugares tan proclives a ser bañaderos de los jabalíes.

Bañera de jabalíes en un bonal que alimenta al abedular


En principio las grandes fincas cinegéticas han sido un factor clave para su supervivencia, al conservar grandes espacios ajenos al mercantilismo agropecuario de quienes necesitan hacer productiva la tierra, pero hoy en día las altas densidades de jabalíes y ungulados en prácticamente todas estas fincas (es más productivo que la agricultura), están llevando a la decrepitud y falta de relevo poblacional en los abedulares, lo que apunta a un futuro muy negro para este árbol tan blanco, y más aún, si le sumamos el previsible cambio climático.

Ejemplar centenario en una localidad sin apenas  relevo  generacional


El  abedul podría vivir casi en cualquier bonal o arroyuelo protegido, desde el sur de Gredos hasta  Sierra Morena, en Extremadura y en el oeste de Castilla la Mancha. No se le ha dado la  importancia que tiene y estamos cerca de quedarnos sin la cabeza de serie, sin la vegetación clímax de ese ecosistema de bonales y arroyos en buen estado de toda esta región. Ya se ha comprobado que es fácil y factible su recuperación, a pesar de los años hidrológicamente malos, siempre y cuando no se les ataque y se impida que los hervívoros esquilmen sus renuevos.

Nido de azor sobre un abedul


Desde aquí llamo a la sensatez a las autoridades  responsables de velar por una  naturaleza que es  de todos, no solo de cuatro cazadores, generen o no puestos de trabajo, en un medio rural que a pesar de la devacle poblacional sigue despoblándose. Con poco más que pequeños cercados temporales o algunas repoblaciones idóneas, podríamos contribuir a la salud y diversidad de un medio ambiente que posee especies tan señeras y llamativas como ésta.

Raíces del abedul impidiendo la erosión de los suelos estos años pasados de abundantes precipitaciones

"Dedicado a la constancia de Lansky"

Haciendo el bestia por el sur de Gredos

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           Hay excursiones en las que, no es que se haga el bruto por el monte, sino que ya se roza el masoquismo. Tampoco ha sido por azar, la intención era llegar al nacimiento de la garganta Lóbrega de Candeleda, cuyo camino desde este pueblo es larguísimo y bastante perdido desde el restaurado puente del Puerto; por eso la idea era ir por la plataforma del Nogal del Barranco en Guisando y saltar hacia el oeste o cuerdear hasta encontrar una bajada fácil a la Lóbrega.

El célebre Nogal del Barranco

            En el Nogal del Barranco aún no dan los rayos del sol, recorremos menos de 100m. de camino y nos despedimos, mi hermano Carlos y yo, de cualquier cosa parecida a un camino hasta nuestro regreso a este mismo punto. Cruzamos el río, la Vertiente de Galayos que baja directamente de esos picos, para coger la Vertiente de Pelayos que viene del oeste. En el punto de encuentro de ambas vertientes se encuentra el famoso nogal, especie de la que afortunadamente se han plantado más ejemplares por las cercanías de la plataforma; también vemos las restauradas casillas o “puestos” de los cabreros, con sus paneles explicativos para la poca gente que viene por aquí, pues todo el mundo sigue el camino que sube y va directamente al refugio Victory, al pie de los Galayos, y a la Mira, el punto superior de este macizo con sus 2343m.


En el arroyo encuentro una boca de dragón de Gredos en plena floración entre los bloques rodados, algo muy poco comúm a estas alturas. Subiendo la vertiente de Pelayos seguimos la sombra de caminejo que ya conocía y que salva los cortados más delicados con bastante habilidad, pero ya está muy perdido. Pasamos los cortados sobre el arroyo un poco por encima de las enormes morrenas del pequeño glaciar que ocupó este fondo de valle y que algo ha alisado su fondo dejando unas pulidas lanchas por las que apenas baja un hilo de agua; creo que estas morrenas marcan la cota inferior de todo el glaciarismo de Gredos.

Primicia: la morrena terminal más baja de todo Gredos

           Acabamos de superar el límite forestal del pinar, un pinar viejo, pero no natural, como se encargan de mostrarnos las escasas encinas y robles agazapados en las fisuras de rocas y paredes, de hecho este lugar se llama el Pimpollar de Manoli (pimpollo: rebollo pequeño). También este es de los pocos sitios de Ávila en que se puede apreciar que el ralo enebral que ocupa la franja final y superior del pinar del valle del Tiétar, en realidad debió de ser en su día un buen encinar, del que solo quedan ejemplares sueltos en lugares difíciles para el fuego o como grandes árboles junto a alguna majada de cabras. (Habrá una entrada sobre los encinares de Gredos).

Enebral-encinar, véase el enebrillo seco y enrojecido por la actual sequía

            Frente a nosotros tenemos las casi verticales paredes, lanchares y picachos que jalonan toda la cara norte del Cabezo del Cervunal, que en caída vertiginosa pasan de los 2089m. de su cima a los 1300m. en apenas 1km. en la horizontal. En su caída orientada al noreste, sobre una vaguada se forman buenas cascadas de hielo conocidas por la élite de la escalada, pero a esas alturas (1600m.), solo se hielan con garantías, en las olas de frío de varios días. Aunque estamos lejos, es fácil adivinar por los colores de sus frutos anaranjados, los serbales que se enseñorean de algunas rocas.

Paredes del Cabezo del Cervuna, arriba en negro el lugar de las cascadas de hielo invernales

            Seguimos subiendo, ya penosamente, por entre los altos piornos, buscando rellanos fáciles de andar ocupados por un cantuesar y helechar disperso, pero a medida que subimos, todo van siendo grandes bolos, rodeados de piorno y el caminar se hace cada vez más fatigoso, hasta llegar al collado de este cordal que hacia la Mira se llama el cuchillar del Amealito, y ya se sabe que cuando en Gredos un cordal se llama cuchillar, es que no hay quien lo ande.

Cuchillar del Amealito, entre la Mira, al fondo, y el collado del Cabezo

            A media subida ya comenzamos a ver los primeros buitres y antes de iniciar la vuelta, nos dimos cuenta de que habíamos visto todas las especies de aves carroñeras de la península, sí, ¡Todas! Al poco de ver los primeros buitres leonados vimos un alimoche, inconfundible con su nívea cola, pero es que antes de llegar al collado vimos la silueta inconfundible de un quebrantahuesos inmaduro y nos dio varias pasada, pues tienen un vuelo ágil y movido.

Arriba derecha un alimoche, el quebrantahuesos volaba más alto y las fotos eran infumables

            Reconozco que me dio mucha alegría verlo, pero que no me extrañó demasiado, pues Rafa Gonsalves me contó que Jesús Charco, coordinador de la reintroducción del buitre barbudo en Cazorla, le había mandado un mapa con los desplazamientos de los quebrantahuesos monitorizados y se veía que la mitad se quedaba en Cazorla y cercanías, y que el resto se acercaban a Sierra Morena y Montes de Toledo, pero en su mayoría se iban a Gredos, aunque luego solían volver a Cazorla. Una hora más tarde vimos la oscura silueta de un buitre negro; los necrófagos al completo, la pena es no haber traído el teleobjetivo.


Por las Galayos ya es posible, con suerte, ver la enorme silueta del quebrantahuesos

        Días después estuve en el Centro del Quebrantahuesos de Asturias, allí me dijeron que les iba muy bien, incluso con ejemplares que venían “solos” de Pirineos, aunque hace unos días recogieron un inmaduro muerto, probablemente herido por un águila real. Me contaron que los adultos se dan la vuelta en el aire y muestran sus enormes garras emplumadas a estas rapaces que enseguida desisten del ataque, pero los inmaduros no tienen aún esa desenvoltura.

El Alto Gredos con el Almanzor al fondo, abajo la Lóbrega y una pedregosa gargantilla

            La cabecera de la Lóbrega hace honor a su nombre, es una garganta angosta a la que le llegan lateralmente un sinfín de gargantillas aún más angostas, mostrando algunas de ellas, señales de glaciarismo y casi todas una parte final inclinada, pero lineal, como de haberse rellenado por miles de grandes bloques en movimiento. Las precipitaciones en esta cabecera puede ser, a falta de estudios que lo concreten, de las mayores de la península pues se trata de un valle en forma de embudo, perfectamente embocado a los vientos del suroeste, los ábregos, que son los responsables del 80% de las precipitaciones en esta cara sur.

El comienzo de la Lóbrega recoge la torrencialidad de un abanico de laderas finales

            A este embocamiento del aire húmedo hay que sumarle el efecto de pantalla orográfica que supone el paulatino aumento de altitud del valle desde los 400m. del valle del Tiétar a los 2343m. del Torreón de la Mira, aunque teóricamente a eso de los 1800-1900m. debería de situarse el punto máximo de precipitaciones, pues a partir de esas cotas, la precipitación también debe ser muy alta, pero las nubes ya empiezan a estar “ordeñadas” y van bajando ligeramente su descarga.

Todas las rocas de una y otra garganta han sido transportada por la fuerza de las aguas recién recogidas

            El panorama ha ganado mucho en paisaje, pero no ha mejorado en posibilidades de andar sin grandes esfuerzos, además se nota que es agosto y que empieza a pegar bien el Lorenzo. Ahora aparecen espolones rocosos y “tors” de bloques que hay que ir superando.


Cervunal en primer término con el Cabezo del Cervunal al fondo

          Algo más adelante encontramos un pequeño cervunal, un pastizal de montaña con su nacedero y pequeña turberilla, algo muy común en la cara norte pero bastante escasos en la sur, de hecho el pico Cabezo del Cervunal recibe ese nombre porque es de los pocos lugares de la cara sur, donde hay un cervunal con “cierta” entidad.

La genciana de turbera en una de sus escasas localidades de la cara sur

            Por fín nos podemos tirar un rato en la hierba y beber algo, aprovecho para ver las plantas del cervunal y ahí están, aparte de las gramíneas Nardus stricta y Agrostis castellana que forman la pradera, Erica tetralix, Campanula herminii, Carex carpetana, Potentilla erecta, la carnívora Drosera rotundifolia, la increíblemente azul, Gentiana pneumonanthe, la pequeña Walenbergia hederacea, la blanca Parnasia palustris, etc.

La drosera muestra que este trozo del cervunal es casi una turbera

            Seguimos hacia el norte sin perder altura a unos 1900m, ya hemos comprobado que no merece la pena bajar al valle, como quería en un principio; nos han faltado un par de horas o una marcha menos fatigosa. Entre las rocas ya vemos las plantas genuinamente oromediterráneas: el helecho Cryptogramma crispa, Murbeckiella boryi, Saxifraga orogredensis, la Centaurea avilae, un endemismo que está desapareciendo poco a poco por la hibridación con su congénere más común Centaurea alba y también, muy recomida por las cabras el Echium, la viborera tan difícil de determinar de este piso bioclimático; todo apunta a Echium flavum, de los prados de siega de la cara norte, pero yo no lo veo ni en hábito ni en ecología.

La endémica y escasa, en la cara sur, Centaurea avilae

            Finalmente llegamos al último cordal sobre la hoya de los Cotriles, que son unos picos que asoman a media altura en la ascensión del fondo del valle hacia La Mira. La vista es majestuosa, parece increíble que tantos arroyos, vaguadas y canales vayan a parar al fondo de esta hoya; la pesadilla o el gran reto para cualquier geomorfólogo. Aquí abajo se reúnen materiales rocosos procedentes de todo tipo de procesos: torrenciales, coladas de bloques, glaciares, caída asistida, etc., en un revoltijo inextricable que debería saber discernir y que ha sido la excusa para hacer esta excursión.

Véase el batiburrillo de acumulaciones de bloques de las más diversas procedencias que rellenan esta gran hoya

            Tomo fotos de las laderas que van a parar a los Cotriles y su hoya; me da cansancio pensar en andar las dos o tres vertientes que tengo que estudiar, pero la verdad es que el recorrido íntegro de la garganta Lóbrega me parece unos de los mejores recorridos de todo Gredos, con el aliciente de que, como no te encuentres un cabrero en las majadas bajeras, no verás a nadie en todo el día. Aquí se halla también el mayor enebral de todo Gredos que une esta garganta y la cabecera del Arbillas, espeso y en algunos puntos con encinas, como dije antes.

El risco Pelucas con sus buitreras, junto con las del Fraile, las más altas de Europa

            Decidimos subir a la cuerda del Cuchillar del Amealito, algo más abajo de la famosa peña del Chocarrón, un clásico reto para escaladores, pues a pesar de su escasa altura, por cualquier via hay que pasar un extraplomo y para bajar hay que hacerlo de tal manera que se pueda recuperar la cuerda. Llegamos a una portilla a partir de la cual empiezan las Cuchilleras y hemos tenido suerte, la bajada es dura, pero muy factible, nos quedan más de 300m de bajada hasta los riscos del Jugaero y luego por el tendido valle del helechal hasta la vertiente de Galayos.

Descenso del el collado de las  Cuchilleras hasta la plataforma del Nogal del Barranco

        Desde aquí arriba hay unas buenas vistas de los Galayos, aunque no se ve desde donde arrancan las agujas. No sé si esta localidad ha sido la que ha dado nombre a la forma, un tramo o cordal de agujas ya directamente se denominan galayos, al igual que un yelmo es una gran roca convexa pero de cima curvada.

El risco del Águila y las Berroqueras, la parte inferior del cordal de Galayos, al fondo el Torozo y el Cabezo.

            Da gusto ver a las cabras salir corriendo a distancia, como dice Carlos, son cabras “no contactadas”, de las que tienen miedo, no como las de la laguna grande o las de cerca de la Plataforma. Aún así se nota mucho la presión sobre las plantas, aunque con suerte logramos ver unas cuantas matas más de boca de dragón de Gredos, unas en su típica posición, colgando de paredes verticales, y otras entre el pedregal de los torrentes.

La endémica boca de dragón de Gredos entre los cantos rodados del Pelayos

            Con mucho esfuerzo vamos llegando a la vida forestal tras atravesar un enorme pringoso helechal que rezumaba una pegajosa sabia que te dejaba los pantalones sucios y las manos pegajosas. También nos llamó la atención la gran cantidad de pequeños enebros de color rojo anaranjado, parece que estos tres buenos años anteriores crecieron, pero que ahora no han podido aguantar la sequía que arrastramos desde mayo. 
        Poco más tarde llegamos a reponer líquidos al chiringuito cercano a la plataforma.

Tras las birras con limón del chiringuito de la plataforma nos quedamos como aquí el amigo

Los Encinares de Gredos

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Algunos encinares de la Vera llegan a contactar con los piornales de las cumbres

           Al hablar de los encinares de Gredos, en las publicaciones te remiten a las áreas basales aunque, propiamente, eso ya no es Gredos, eso no es la montaña; pero es lo lógico, siguiendo el esquema clásico de los pisos de vegetación o pisos bioclimáticos. Es esta una catena esquemática fundamental de la zonación vegetal en cinturones o fajas superpuestas en función del cambio vegetacional que se produce al aumentar la altitud y endurecerse o cambiar las condiciones ambientales, aumentando el frío y el volumen de las precipitaciones.


Encinas sobre una alfombra de cerrillo (Festuca elegans)


Tenemos así en el piso basal, el mesomediterráneo, al encinar; por encima en el piso supramediterráneo, al robledal (y a los pinares de repoblación); por encima en el piso oromediterráneo, al piornal y, finalmente, en el piso crioromoediterráneo, un ralo pastizal de festucas y cervuno.

De estos encinares del valle del Tiétar a los de las laderas de Gredos hay más de 1000m. de altura

           A este esquema de cinturones altitudinales habría que hacerle varias salvedades de importancia, como que en toda la región suroccidental, la Vera y algo más, la abundancia de lluvias hace que pueda estar el roble en el piso basal, y que en el piso oromediterráneo haya restos de pinar natural (pino silvestre o albar y albareas sus pinares y pino negro, aquí llamado cascalbo); aunque sólo tengan carácter testimonial, pues son propios de áreas más continentales como ocurre ya en el Guadarrama que tiene su tramo inferior y medio de este piso, poblado de pinares naturales de pino silvestre.

Entre los 1300 y los 1600m, dominio de los enebrales-encinares pueden aparecer pinos silvestres o cascalbos relictos

           Gredos tiene varias dimensiones territoriales, en sentido amplio es todo el tramo de montañas comprendidas entre el Guadarrama al este y las sierras de Gata y Peña de Francia, ya en los confines occidentales; por otra parte el sentido más restrictivo, se refiere a la cordillera que arranca al oeste de San Martín de Valdeiglesias en Madrid y llega al puerto de Tornavacas, aunque por similitud y continuidad, prosigue por la llamada sierra de Béjar.

Véase la calidad del sustrato del encinar

           Si tenemos en cuenta todos los encinares de la región, hay que optar por el sentido amplio, y aquí entrarían los buenos y viejos encinares situados desde el sur de Ávila (valle de Amblés-Riofrío) al norte, hasta el valle del Tiétar al sur, quedando al oeste los encinares del Tormes-Corneja, a partir de la curva del Tormes en Barco de Ávila y los encinares del Alberche (Burgohondo-Navaluenga-El Tiemblo), al este.


            Todos estos encinares tienen en común, obviamente, a la encina, pero son de mundos diferentes. Los del Alberche son encinares guadarrámicos, idénticos a los que hay en las estribaciones de la sierra de Madrid, encinares con enebros y pobres en variedad de especies, muy parecidos a los del sur de Ávila y los del Tormes.


Encinares luso-extremadurenses del valle del Tiétar

            Los del valle del Tiétar son encinares luso-extremadurenses, con perales silvestres, ricos en especies y de amplia influencia atlántica. Todos estos encinares están en el piso mesomediterráneo, salvo los que remontan las sierras al sur de Ávila y que se introducen algo, en una suave transición, en el piso supramediterráneo, ascendiendo las faldas de la sierra de Ávila, Serrota y Paramera.

La escoba blanca no aparece en  los encinares del Tormes

             Hablando propiamente de Gredos, sí que aparecen unos encinares verdaderamente gredenses y montañeros, a un lado y otro de la cordillera principal. Se trata de los encinares que habitan las altas laderas de sus solanas y que gozan de unas características que les diferencia del resto de los encinares situados en las áreas basales que circundan las montañas del sur abulenses o del valle del Tiétar.


Los  mayores enebrales (con alguna encina) del Sistema Central aparecen en la garganta Lóbrega

               Estos encinares se encuentran en las verticalizadas laderas de solana del valle del Tiétar entre los 700 y los 1550m. si el sustrato es muy rocoso, pero lo hacen con mayor abundancia entre los 1200 y los 1500m. En parecidas laderas, en la orilla derecha del valle del Tormes entre los 1100m y los 1550m en el tramo de la sierra de los Castillejos y Solana del Carrascal, también hay muy buenos encinares; todos estos ya sí que son los verdaderos encinares de Gredos.


           Los encinares de la sierra de los Castillejos son evidentes y notorios, cubren casi sin resquicios, las pedregosas laderas de solana en el margen derecho del Tormes al oeste de Navalperal de Tormes hasta las cercanías de Barco de Ávila por el este, donde muere este serrezuela. A veces se le ha puesto de ejemplo de inversión de pisos bioclimáticos, pues abajo, en las vegas de Tormes y pie de la sierra, existen muy buenos robledales y por encima, aparecen estos encinares, en una sierra llena formas graníticas acastilladas que le dan el nombre.


La sierra de los Castillejos-Solana del Carrascal, en la margen derecha del Tormes

           Estos encinares tienen una flora característica, en el sotobosque aparecen algunos enebros, entre jarales de jara estrepa Cistus laurifolius; entre los tomillos y cantuesos, casi siempre a la sombra, aparece abundante la pequeña aliaga Genista tounefortii y la lechetrezna Euphorbia oxyphylla.Pero allí donde los suelos se hacen menos pedregosos y más profundos, aparecen los robles o los fresnos.

La occidental Euphorbia oxyphylla crece en los encinares del Tormes


            Los encinares de las solanas del valle del Tiétar han pasado más desapercibidos. Hace tiempo se hablaba de un piso, por encima de los encinares basales y de los robledales de las medias laderas (o pinares de repoblación), formado por un ralo enebral, entre formaciones rocosas, helechales y cantuesares. Esa era la formación más aparente, entre el comienzo del valle del Tiétar en Casillas y las altas laderas de Candeleda. Pero, mucho menos conocidos y explorados, por toda la comarca de la Vera, ya en Cáceres, se conocían buenas masas de encinares que ocupaban verticales y pedregosas laderas y que llegaban casi a contactar con los piornales de las cimas.


Enebral (encinar  potencial) de ladera y suelos apropiados para el roble en  el helechar

            Con el tiempo se fueron hallando multitud de localidades, puntuales y en situaciones poco propicias para el fuego, de encinas que acompañaban a estos enebrales de altura. Realmente, se trata de la misma ecología, del mismo ecotopo, en el valle del Tiétar, sin encinas o con muy pocas, que en las solanas de la Vera, con encinares compactos. Pero no se pueden comparar con los encinares basales. Estos encinares no son la vegetación potencial de estas laderas en condiciones normales, pues entonces quien se instalaría aquí, sería el robledal, como queda patente cuando mejoran las condiciones edáficas.

Al mejorar los suelos, se introduce el robledal que es la verdadera vegetación potencial

           Sobre la existencia o mayor o menor abundancia de encinas en estos enebrales, habría que ver su historia antrópica. Sobre este tipo de suelos y condiciones, y sin la vecindad de encinas viejas, parece muy difícil la recuperación del encinar. Los usos del territorio ganaderos, con su desmedida afición por el fuego como herramienta de manejo del monte, parece ser clave en la desaparición de los encinares gredenses, y más en las últimos decenios cuando nadie sabe, ni quiere, manejar el fuego y se prefiere prender y largarse.


Por encima de los pinares solo aparece alguna encina en localidades extremadamente rocosas

            Pero más aún parece influir la presencia "pirófila" del pinar, por encima de ellos, solo aparecen encinas en situaciones díficiles para la propagación del fuego.


Al fondo el  valle  del Tiétar por debajo de los 400m.

 Se trata de comunidades “permanentes” y relictas, ligadas a unos suelos muy pobres, poco profundos y pedregosos. Da igual que se superen con creces el metro de precipitaciones, el sustrato granítico y la fuerte pendiente, hacen que los suelos drenen rápidamente, y que los veranos sean igual de duros que  mil metros más abajo. Esta premisa es la misma para estos dos encinares gredenses, aunque los encinares del Tormes tengan que soportar temperaturas más frías y menores precipitaciones, el mismo rocoso e inclinado sustrato granítico, conduce a que finalmente se igualen las condiciones de sequedad y termicidad.


            Por ser comunidades permanentes, deberían ser unos encinares “azonales”, aunque a los del sur se les haya metido en una comunidad fitosociológica supramediterránea, el encinar acompañado por la bella gramínea Festuca elegans. Pero estos mismos encinares apenas difieren florísticamente en cotas inferiores, desaparecen los piornos o esta gramínea y aparecen elementos más térmicos como el torvisco, incluso localmente el almez, pero siguen sin parecerse a los encinares basales, unos encinares ricos en piorno blanco Cytisus multiflorus, jaras (Cistus ladanifer y C. psilosepalus), brezos (Erica arbórea y E. australis), madroños y labiérnagos

Un almez se cuela entre robles y encinas a unos 700m. en  La Vera cacereña

             Estos encinares son muy pobres comparativamente, aunque si pueden estar esas especies lo hacen en muy poca cantidad, y abundan las especies de las etapas más regresivas de esos suelos: helechos, dedaleras, cantueso, tomillos y una cobertura herbácea francamente pobre y escasa.

Dedaleras abundantes en el pedregoso suelo del encinar

             Para los encinares del alto Tormes, Santiago Sardinero propuso una asociación claramente definida, diferente de los encinares guadarrámicos, apoyada en la presencia constante de la Genista tournefortii y la lechetrezna Euphorbia oxyphylla, aunque esta lechetrezna también aparezca, bastante menos abundantes, en los encinares más occidentales del sur de Gredos.

Son centenares las altas majadas abandonadas en lo alto del Gredos de La Vera

           Gredos se está despoblando de pastores, lo que parecería una  oportunidad para la remontada de estos encinares, no  lo es tanto; ahora, sin ellos, el peligro de incendio es mayor, y  en el tipo de localidades, de laderas tan  inclinadas y rocosas, no hay quien ataque un fuego. Por otra parte, la desaparición del ganado caprino no ha supuesto una gran mejora, ya que ahora ha aumentado mucho la fauna mayor, tales como venados, corzos y jabalíes; y las monteses, como los otros, gustan de las hojas y  brotes de las encinas, por encima de casi todos los demás árboles y arbustos de la zona.


La Rubía : Requiem por el Último Pinar Natural de Gredos

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Parte del pinar de La Rubía años antes del incendio de Arenas

Lamentablemente esta entrada trata de la desaparición del último pinar, de pino silvestre, genuinamente autóctono de todo Gredos. A falta de una mayor concreción sobre la naturalidad de otras masas pinariegas gredenses, temo que nos hemos de conformar con este último pinar, para terminar, a mi pesar, de dar la razón a aquellos que mantienen que en Gredos no hay pinares enteramente naturales.

Los  restos del pinar de La Rubía en la actualidad

Hablando de pinares, Gredos tiene dos caras que no son la norte y la sur, sino la oriental y la occidental, contrastando claramente por la presencia o ausencia de pinares y divididas a partir de un  meridiano que iría poco más al oeste de Hoyos del Espino en el norte a Madrigal de la Vera en el sur. Desde aquí hacia al oeste, la presencia de pinos es absolutamente puntual o claramente artificial, de repoblaciones de negral, Pinus pinaster en el sur, y muy poco de éste y Pinus sylvestris en el norte.


En la mitad oriental destacan, en claro contraste con los robledales veratos, los extensos pinares que cubren todos los montes. El pinar mayoritario es de Pinus pinaster que ocupa parte del piso mesomediterráneo y las dos terceras partes inferiores del supramediterráneo, en ambas vertientes. Aunque al norte, a partir de Navaluenga hacia el oeste cede ante el robledal, no  ocurriendo lo mismo en la orilla de solana del Alberche, donde de nuevo el pinar,  junto con la encina  y algo de roble, se enseñorean de estos territorios.

A saber cuantos años llevaba muerto este enorme ejemplar

Pero no todo son P. pinaster, en el extremo oriental del valle del Tiétar, también abundan, a pesar de un incendio que se cebó con una de sus mejores bosques, las masas puras o mixtas del piñonero, Pinus pinea que ocupan desde el fondo del valle hasta una altura de unos 700m. y también en los límites superiores del bosque, en el Timberline de los sajones, abundan los ejemplares o rodalillos aislados de los más antiguos pinos de la zona, vetustos troncos de Pinus sylvestris y de P. nigra, localmente llamados albares y cascalbos respectivamente.

Rodal de viejos pinos negros en medio del pinar de resineros con enebros en Mijares

En la cara norte ocurre algo parecido, si bien los pinares de piñoneros comienzan muy al este, cuando el Alberche empieza a dar su curva hacia el sur, ya fuera de Gredos. En pocos lugares aparecen ejemplares y rodalillos de silvestres y de cascalbos, principalmente en el afamado valle de Iruelas, y en la otra orilla del Alberche, cerca de Navalacruz, una joyita natural que no sé cómo ha llegado hasta hoy, un frondoso pinar de Pinus nigra. Aquí cerca viene a morir una extensa zona que, como la compartida con Segovia, también se ha dado en llamar “de pinares”, con varios pueblos que se apellidan con ese topónimo y aunque aparece documentada la repoblación antigua de estos pinares, no se sabe a ciencia cierta, si se repoblaba sobre lo que anteriormente también fueron pinares.

Comunidad de pinar con cambrones (Echinosparto barnadesii-Pinetum ibericae)

En esta cara norte es donde aparecen los buenos pinares de pinos silvestres, en la zona “puente” entre los valles del Alberche y del Tormes, lo más alto y continental de toda esa falla que recorre Gredos de este a oeste. Los mejores pinares se encuentran en la cabecera del Tormes, a los pies del Parador de Gredos y también la joya botánica del pinar de Hoyocasero, cerca del Alberche. Todo lo demás son repoblaciones, como la magnífica de la falda norte del Torozo, en la caída del puerto del Pico o en la Cueva del Maragato (pugnando con robles); el resto de repoblaciones de silvestre, salpica toda esta montuosa región, como las celdas negras de un crucigrama.

Magníficos pinares silvestres entre Navarredonda y Hoyos del Espino

Pero todas estas masas de pinares silvestres están manejadas y explotadas silvícolamente, no llegan a la gran calidad de los pinares de Valsaín, nombre de su madera en serrerías y carpinterías. En los pinares del Tormes ya aparece el robledal hacia occidente, aunque cerca, al este, se encuentra el magnífico, aunque pequeño, robledal de San Martín del Pimpollar y, algo más alto, el de Navalsáuz, casi rodeado de repoblaciones de silvestre que empiezan a tomar cariz de bosque.


Pulsatilla alpina var. apiifolia en flor bajo el dosel del pinar de Hoyocasero

Más significativo es el pinar de Hoyocasero, donde si no fuera por el manejo del bosque, el robledal se comería el pinar por sus pies, como queda de manifiesto donde menos se ha intervenido. Aun así, la riqueza y originalidad florística de este pinar, no  se da en ningún robledal de la región y tampoco, y esto ya es más raro, en los cercanos pinares del Tormes, aunque hace un  par de veranos sí encontré allí una de esas magnífica plantas hoyoqueseranas como es la Pulsatilla alpinaLo que queda del robledal, aparece un “escalón” altitudinal más bajo que los pinares, en las riberas del Tormes y del Alberche o, ya muy por encima, en situaciones  rupícolas en bastantes localidades dispersas por todo Gredos, sur incluído, marcando el límite superior del arbolado, entre los 1800 y los 1900m.

En el límite superior del bosque (La Rubía), también aparecen pies de roble casi rupícolas

Muchos  años llevan  discutiendo los botánicos sobre la naturalidad de los pinares de Gredos, en franco contraste con los del Guadarrama, donde su naturalidad es incuestionable. Pero, obviando opiniones preconcebidas, a la luz de todos los  datos paleobotánicos actuales, no hay duda de la pretérita existencia de pinares en Gredos, hasta tiempos históricos y actuales. Este hecho es tan incuestionable como su retroceso y desaparición hacia el presente.

Los pinares del Guadarrama ocupando la mayor parte del piso oromediterráneo y mucho del supramediterráneo

Los datos paleobotánicos proceden del análisis de los pólenes conservados en turberas y también de los llamados, por contraste, macrofósiles, es decir, piñas, hojas y las conocidas en la sierra, como “troncas”, es decir los tocones de grandes pinos que por una razón u otra se han conservado hasta nuestros días, enterrados o puestos al descubierto por procesos erosivos. Estas troncas se han hallado en zonas desarboladas actualmente como La Serrota, Zapatero y laderas y valles del cordal principal.

Varias troncas (recientes) sobre una turbera, ambas contienen abundante información paleobotánica

La hipótesis mayormente aceptada sobre el devenir de estos pinares sugiere que tras la retirada glaciar que afectó fuertemente a estas montañas, existieron varios períodos climáticos sucesivos, un período preboreal, donde la dominancia de los pinares fue casi absoluta, seguido de un período subatlántico, en el que el pinar, perdiendo algo de protagonismo, cedió terreno ante especies menos continentales. 


Frondosas conviviendo y desplazando al pino silvestre en Lillo (León)

Posteriormente llegó un periodo más cálido que inició el período actual, en el que la presión de las quercíneas, principalmente los robles melojos, hicieron retroceder los pinares a las áreas más altas, xéricas y continentales. En estas condiciones entra en juego, de importancia aún mayor que la climática, el hombre.

Como  La Rubía cientos de pinares debieron caer bajo la acción del fuego

La participación humana empezó pronto, con los  Vettones ampliando las áreas de pastoreo para sus rebaños de vacas y caballos, se cree que con ellos comenzó la transhumancia que sigue realizándose todavía hoy. A partir de ellos la deforestación fue galopante, a pesar de alguna medida protectora de los montes en siglos pasados. Sólo la táctica bélica de la “tierra quemada” podría compararse al dominio de La Mesta o a la plaga de los incendios forestales de nuestra época. El fuego siempre ha sido un factor importante, pero nunca tan continuado y reiterativo, como en las últimas cinco décadas.

La protección solo es real sobre el papel o sobre el cartel

Vista la tendencia ecológica de predominio de las quercíneas que solo han ido dejando a los pinos las tierras más altas, expuestas y escabrosas, y el interés comercial por los buenos fustes de pino silvestre, parece claro que la pervivencia de los pinares gredenses, ha sido mantenida por el hombre, al tiempo que también ha sido el causante de su drástica disminución. 


Robles arrinconando a los últimos pinos silvestres de Peneda-Xéres en el norte de Portugal

Observando la pujanza del robledal bajo los pinos de Hoyocasero y la limpieza y ausencia de vegetación bajo los de Navarredonda, no puedo decir que no sean de origen natural, pero sí, que están mantenidos artificialmente. No sé si podrían vivir aquí en buena compaña pinos y frondosas, como sí ocurre en el pinar de Lillo en la Cantábrica, pero la mano humana para el mantenimiento del pinar, es fundamental.

Puerto del Pico con el pinar natural al sur (izquierda) y el repoblado al norte (derecha), incendiados

Pero de todos los pinares de Gredos que he conocido, para mí, solamente uno es o mejor dicho, “ha sido” totalmente natural. El pinar de La Rubía en Cuevas del Valle, al oeste y por encima del puerto del Pico entre los 1550 y los 1850m. Lo conozco desde hace muchos años y casi lloré cuando fue arrollado por el incendio de Arenas de San Pedro en 2009. Un incendio que tras cobrarse una  vida, las autoridades decidieron dejarlo arder libremente, delante de las protestas y lágrimas de la gente de los pueblos que tuvieron que ver, cruzados de brazos, como ardían sus tierras.

La Rubía poco después del incendio de 2009

Tan incompetentes fueron que incluso el fuego pasó al otro lado de Gredos, a pesar de disponer de un  terreno tan favorable como eran los prados abiertos del puerto del Pico, pero ni  por esas. Al par de días del incendio me pasé por allí para ver el desastre, eché un ojo al pinar y me pareció que no estaba muy tocado, pues aún se veían verdear algunas de esas escasas masas de pinos. Pero craso error, los pinos tocados en más de un  20% murieron uno tras otro, de los 350-400 grandes pinos, solamente se habían salvado unos 70. Un desastre en  toda regla, en una  ladera que por sus características de orientación y la presencia de barreras rocosas, se venía salvando de los grandes fuegos desde hacía muchos años y esa era la razón de que los pinos resistieran en esta localidad.


Cuando  conocí este pinar, algo disperso  entre  el roquedo, me pareció una maravilla; entre ellos se contaban muchos individuos de pié, muertos por el rayo o por la edad, vetustos e impresionantes osamentas de antiguos dioses, solemnes vestigios vivientes de la antigüedad. En cierta excursión, en la que mi padre nos dijo a mi hermano y a mí que no volvía a salir con nosotros al monte por las palizas que le dábamos, nos topamos con una excursión de veteranos que estaban admirando boquiabiertos, como nosotros, la belleza de esos enormes pinos.


Entonces uno de los hombres que parecía especialmente conmovido nos contó: nunca olvidaré que yo fui uno de los que talaron cientos de estos magníficos árboles. La verdad es que imponía oírle hablar porque parecía estar conmovido y sintiendo en sus propias carnes, lo absurdo y terrible que pueden ser los actos humanos. Nos contó  que a mediados de los 50’ el ayuntamiento del pueblo no tenía un duro y que al alcalde se le ocurrió la idea de cortar los pinos de La Rubía para sacar un dinero extra para el pueblo. Casi todos los mozos fuertes del pueblo  subieron hasta allí para cortar los pinos, pinos de un pinar cuatro veces mayor que el que estábamos viendo.

Varias formaciones rocosas impiden o dificultan la progresión de los fuegos

Lo triste de esta historia era que cortar los pinos fue fácil, lo extremadamente difícil era sacarlos de allí. Nos habló de lo durísimo que fue el trabajo con los mulos, pues el valor de los pinos era el de los grandes fustes, no el del pino troceado. "En cuanto un tronco se nos iba un poco ya no había marcha atrás, había que dejarlo allí abandonado, sólo si estorbaba el camino de bajada, lo troceábamos; a los diez días comprobamos que solo sacábamos uno de cada tres pinos cortados, después de trabajar como negros".


A comienzos de los 50 el número de pinos era al menos el triple que en esta foto

El alcalde vió que el dinero no llegaba ni para pagar los jornales y se abandonó la empresa, el pinar reducido a una tercera parte ya no volvería a ser el mismo. Yo creo que ninguno de los que entonces admirábamos esos grandes árboles vivos o muertos de pie, lo hacía con  tanto sentimiento o admiración como este hombre, nos contó que durante varios meses estuvo la gente de Cuevas subiendo con caballerías a trocear los troncos perdidos y atascados.

Al ver esta imagen pensaba que sobrevivirían más ejemplares, pero estaban ya muertos de pie

Hoy,  años después del incendio, apenas llegan a 70 los pinos que siguen vivos, a pesar de ello, todavía se puede decir que es el mayor rodal de silvestres de la cara sur, aunque creo que hay algún rodal de su congénere cascalbo (Pinus nigra) por encima de El Arenal que supera esta cifra. Me llama la atención que en la cara norte, a pesar de tener un clima supuestamente más favorable, sólo haya algún rodal o pies aislados, cerca del límite del bosque en el valle de Iruelas y no por toda la cordillera.



La naturalidad de Pinus sylvestris var. Iberica en Gredos es incuestionable, hace poco se criticaba con dureza a los fitosociólogos por no avalar su naturalidad con ninguna comunidad vegetal como sí hicieron en el Guadarrama. Pero, como me decía uno de sus valedores, muéstrame algún pinar o más que puedas decir que son verdaderamente naturales y ecológica y estadísticamente, te defino esa comunidad. Eso me decía cuando le insistía en la ausencia de comunidades vegetales del muy abundante Pinus pinaster, pero a ver quien pone la mano en el fuego por un par de localidades verdaderamente naturales suyas, aunque se sabe claramente que es autóctono.

La presencia del enebro rastrero aboga por la naturalidad de los pinares silvestres o negros, como el de la imagen

Hoy, con más datos, ya se han establecido comunidades vegetales naturales para casi todos los pinos ibéricos, faltan P. pinaster y P. pinea, pero ya Gredos tiene dos nuevas comunidades para P. sylvestris, el pinar con cerrillo, Festuca eleganssubsp. merinoi, esa gramínea que describe a la perfección el piso supramediterráneo gredense y el pinar con cambrón, Echinospartum barnadesii, esa genistea pinchuda típica del piso supramediterráneo superior y oromediterráneo inferior de todo Gredos. También las hay para los pinares de Ayllón y Pela, en el extremo oriental del Sistema Central.

El cerrillo (abajo), define el pinar de silvestre supramediterráneo gredense (Festuco merinoi-Pinetum ibericae)

Por todo el sur de Gredos aún sobreviven enormes pinos silvestres y cascalbos dispersos por las laderas más protegidas, pero apenas tienen  relevo generacional; los  incendios ganaderos en otoño y los veraniegos, están diezmándolos poco a poco hasta  hacerlos desaparecer. Los pinos negros son una joya  que  hasta podría ser una subespecie silicícola ibérica de esta especie, definida para los suelos básicos. Las autoridades forestales, a pesar del potente banco genético que representan, apenas los tienen en cuenta. 


En Gredos apenas hay unos pocos mostajos, la mayoría estaban aquí en La Rubía

Sería teóricamente fácil y factible llevar una protección eficaz de estos rodales previniendo adecuadamente los fuegos en su  entorno inmediato o limitando la instalación del pino resinero entre sus rodales, así como fomentando la plantación, sin  aterrazamientos, de estas especies en sus zonas más querenciosas. Si dejamos todo a su libre albedrío sin intervenir para proteger, ya podemos, de seguir como vamos, despedirnos de estos árboles que son los seres vivos más viejos y enormes de todo Gredos.



Las morrenas terminales del glaciar de La Nava en Gredos

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           La Nava es un pueblo serrano situado al sureste de Barco de Ávila donde confluyen un par de gargantas que tuvieron importantes aparatos glaciares, amén de otros glaciares menores tributarios de éstas. Ambas gargantas vienen de las nieves acumuladas en el macizo de La Covacha (2.395m. segunda cumbre extremeña un par de metros por detrás del Torreón). La mayor y más occidental es la garganta de Galín Gómez, al noroeste de la Covacha y tras un largo recorrido deja sus morrenas terminales poco antes de la unión con la otra gran garganta, la de La Nava que recogía los hielos que se formaron al noreste de La Covacha.

El cordal del fondo separa las gargantas de la Nava (izquierda) de Galín Gómez (derecha)

            Ambas gargantas tienen dos buenas lagunas en sus cabeceras, la de La Nava y la del Barco, ésta la segunda mayor de Gredos después de la del Duque, cercana pero por algunos adscrita a otra sierra, la de Béjar o Candelario, aunque hablando en propiedad se trataría del Macizo Occidental de Gredos. En este mismo macizo de la Covacha y orientado totalmente al este (muy raro en Gredos), existe en un valle interminable, con otra bellísima laguna que es la de los Caballeros, a poco más de un km. lineal desde la de La Navahacia el sur-suroeste. En este macizo tiene lugar la prueba de sky más clásica del centro peninsular, la Carrera de Los Tres Circos (Caballeros-Nava-Barco), realizada desde antiguo por el Club Alpino Madrileño.

Gama de morrenas terminales. Al fondo la sierra de Béjar o macizo occidental de Gredos

            Una morrena es una formación de rocas y materiales acumulados en el frente y laterales de un glaciar que, a modo de pala de bulldozery debido al empuje de la enorme masa de hielo en su avance, va arrancando esos materiales de la base y laterales del valle, dejándolos enmarcando su recorrido, a partir del punto en que empieza a depositar su carga lateral, y al final de su recorrido. Posteriormente sigue una retirada del hielo, y si existe otro ciclo de frío, se vuelve a través de toneladas de nieve a generar hielo, que se acumula y pesa, deslizándose de nuevo por las laderas arrastrando y erosionando de nuevo todo a su paso.

Claro surco del glaciar de la Nava con sus dos morrenas laterales

            El estudio que estamos llevando a cabo, un equipo de geógrafos de la Universidad Complutense, va a intentar datar las diferentes morrenas terminales del glaciar de La Nava, para determinar como ocurrió la deglaciación, con sus diferentes retiradas y re-avances glaciares. Fácil de apreciar en todos estos glaciares gredenses porque todos finalizan en un conjunto de entre cinco y ocho arcos morrénicos frontales. Solo unos pocos valles muestran claramente morrenas intermedias o pequeñas morrenas tardías.

La morrena terminal está llena de bloques redondeados arrancados del superficial manto de alteración inicial

            El método de datación es bastante complejo e incierto, pues se trata de buscar entre los numerosos bloques aquellos que más tiempo hayan estado expuestos a la atmósfera, en concreto a la radiación cósmica y en función de la proporción de determinados isótopos es posible calcular su edad de exposición. Es complicado localizar los bloques ideales, que no hayan basculado ni hayan estado tapados; al tiempo hay que arrancar un trozo de su superficie a base martillo y escoplo, lo que siempre es muy laborioso.

Eligiendo el bloque y la muestra ideal

            El aparato glaciar de la Nava se inicia en un hermoso lugar, el Corral del Diablo, un circo bastante cerrado con una gran laguna originada por la sobre-excavación glaciar y ligeramente recrecida a principios del pasado siglo. Como bastantes valles glaciares de Gredos tiene una cabecera un tanto extraña para aquellos que conocen los clásicos glaciares alpinos que rematan en unas agrestes y escarpadas laderas, creadas por la propia acción de los hielos. En esta garganta el remate final tiene una empinada ladera orientada al este, mientras que las orientadas al norte y al oeste, son unas suaves lomas cubiertas de piornal.

La laguna de la Nava, al este una empinada y rocosa ladera frente al suave piornal cimero del este.

            En todo Gredos queda muy claro que las orientaciones al este son las que registran las mayores acumulaciones de nieve debido a que la circulación general de la atmósfera registra (y también la hizo en el pasado máximo glaciar), la mayor parte de las precipitaciones de procedencia atlántica. Por esto las ventiscas acumulan la nieve, que posteriormente se va apelmazando y convirtiendo en hielo al aumentar su cantidad, en las laderas orientadas al este; además el sol matinal siempre actuará con menor intensidad sobre la nieve que el sol de la tarde.


Final morrénico de Galín Gómez, se pasa de un valle en "U" a un valle en "V"

            Este valle tiene un buen camino que muestra toda la gama de formas que la geomorfología glaciar (el hielo y su posterior deshielo es quien  las crea) y periglaciar (quienes las crean son los ciclos diarios o estacionales de hielo/deshielo) pueden formar en estas montañas. Al poco de introducirnos en el valle vamos recorriendo el final de los diferentes arcos morrénicos, algunos claros y otros deshechos en grandes acumulaciones de bloques redondeados, para posteriormente andar por los llanos prados, seccionados por la garganta que ha erosionado estos materiales poco cohesionados,llanura que es una terraza fluvio-glaciar en ligera rampa desde la apertura del valle pero perfectamente plana.

Las fuertes heladas van congelando los cervunales a pesar de la poca lluvia caída este otoño

            En los laterales del valle vemos al pie de los escarpes magníficas pedreras, de bloques de todos los tamaños, esta vez llenos de aristas, arrancados de la roca por la explotación de las fisuras por el hielo. Vemos según subimos varias cubetas de sobre-excavación glaciar, pretéritas lagunas ahora ocupadas por pastos de cervuno y cerrados aguas abajo por umbrales rocosos perfectamente pulidos, son las rocas aborregadas.

Poza alojada en un estrecho canal sub-glaciar

            La garganta se encajona en la roca dejando unas muy buenas pozas, se trata de canales sub-glaciales. En una ladera se puede apreciar un surco o cicatriz en la ladera producido por una impetuosa bajada de una masa mixta de agua, suelo y rocas, tan rápida y erosiva que ha dejado un canal flanqueado por líneas de rocas y que acaba desparramado en lóbulos de rocas al final de su recorrido, es una corriente de derrubios, más conocido en inglés como debris flow.

Canal producido por el recorrido de un debris flow con sus levées laterales

            En un tramo llano, entre umbrales rocosos de la garganta, vemos el jaleo de canales y depósitos fluvio-torrenciales debido a bajadas impetuosas de aguas tras fuertes episodios lluviosos combinados o no, con los deshielos. Esto deja un cauce caótico lleno de bloques movidos y crestas de bordes de corrientes, con una gama de tonos desde los grises a los más blancos, que son los más recientemente removidos.

Céspedes almohadillados o hummocks debidos a la congelación bajo un cervunal con dinámica solifluidal

            El camino en lo más rocoso se pega a las paredes y muestra el buen hacer de quienes lo empedraron. Bajo algunos resaltes rocosos hay buenas muestras de megaforbios, formaciones vegetales que requieres de frío, sombra, humedad y mucha materia orgánica para prosperar; aquí se dan plantas nórdicas poco comunes al sur de los Pirineos, plantas de grandes hojas como la calabacera Adenostyles alliaria, el acónito amarillo Aconitum vulparia, el vedegambre Veratrum albumStreptopus amplexicaule, uva del diablo Paris quadrifolia y grandes helechos norteños entre otras.

Rincón megafórbico, con helechos, angélicas, acónitos, streptopus, hipéricos, etc.

            En alguna pared podremos ver la boca de dragón de Gredos Antirrhinum grosii, una planta antaño corriente pero que las cabras están relegando a las paredes lejos de sus dientes. Desde aquí abogo por que permitan el retorno de los lobos a Gredos y no sean abatidos los escasísimos individuos que por allí pululan, como hasta ahora, será bueno para todos, incluso para los cada día más vagos rebaños de montesas, para todos  menos para los ganaderos más vagos, aunque probablemente se les subvencionarán sus escasas pérdidas.

La cada día más escasa boca de dragón de Gredos (Antirrhinum grosii)

            Al parecer el rellano inferior de la laguna de la Nava acogió una lagunilla en su seno que fue colmatada por las rocas en la desastrosa ruptura del inicial dique de piedra que se hizo, teniendo que rehacerse con posterioridad en mejores condiciones que la primera.
            Toda esta parte occidental quizás sea de lo menos conocido de Gredos a pesar de contar la misma espectacularidad del área central de la laguna de Gredos y Cinco Lagunas. La Nava y Galín Gómez están algo más transitadas pero la infinidad de valles laterales y otros valles como La Serrá o San Martín apenas tienen visitantes fuera de los escasos pastores.

Morrena adosada a una ladera formando un "barquillo"

            Yo estoy ya muy unido sentimentalmente a esta sierra y me duele verla, a veces tan turisteada, aunque la mayor parte de la gente sea estupenda. Siempre recordaré una vez apagando un incendio de piornal junto a los Barrerones, con una buena cantidad de domingueros que pasaban hacia la laguna Grande, por el camino sin pararse a ayudar o mirando sin entender que se necesitaba su ayuda, hasta que acudieron dos pastores del prado de las Pozas y pudimos controlar el fuego.

La Nava, el valle del Tormes y delante de la sierra de Villafranca y la Sª de Ávila al fondo a la izquierda

            Hay mucho Gredos, desde la sierra de Ávila hasta el Piélago (Sª al sur del Tiétar), desde Hervás hasta el Tiemblo, no quiero hablar siquiera de la cara sur y su enorme cantidad de gargantas no aptas para cobardes. Afortunadamente se necesitarían varias vidas para conocer todos los rincones que encierra Gredos.

            Espero que los estudios de las morrenas de la Nava sirvan para desvelar claramente como se produjo una deglaciación plagada de incógnitas y congeturas.

Las Minas de San Quintín

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              Por más veces que vaya por las minas de San Quintín, no dejan de asombrarme, siempre hago algún nuevo descubrimiento o un rincón inesperado, ¡Qué pena las veces que he ido sin la cámara! Veces que he ido por allí de paso al río Tirteafuera o expresamente a ellas.


               Estas minas están cerca de Cabezarados, aunque pertenecen al Villamayor de Calatrava. Son una muestra bien clara de en lo  que ha quedado la minería de Ciudad Real, perseguida por el “mal fario” de estos malos tiempos para la minería de ciertos productos que han caído en desgracia, por contaminantes.

Vista aérea de las minas

        Antes no, ahora sí. El mercurio de Almadén, el carbón de Puertollano, el plomo  del valle de Alcudio y zonas cercanas; y no se que ha pasado con otros que parece que ya han quedado esquilmados o que han sido sustituídos por elementos sintéticos, los pequeños yacimientos de cobre de Sierra Morena o el manganeso del campo volcánico de Calatrava.


                Hoy por hoy solo están activas las grandes canteras de los volcanes calatraveños y bajo mínimos el carbón de Puertollano para no traumatizar demasiado a la traumatizada población de Puertollano, antaño campeona demográfica provincial y hoy marcando un desempleo parejo al gaditano.


        A medio camino entre una explotación minera del vulcanismo o un sanatorio, estaban los numerosos baños de aguas termales, establecimientos numerosos, pero todos desaparecidos hasta los cimientos en  apenas unas décadas.


               En muchos países es común el turismo en las grandes instalaciones minero-industriales abandonadas, al igual que la  restauración de minas y galerías para los aficionados a la mineralogía.  O simplemente  por un respeto al  pasado  de  generaciones de trabajadores se han  conservado museizadas.


        Pero aquí tenemos una de las minas más antiguas del mundo, con más historia que muchos  países, impecablemente museízada y casi nadie se acerca hasta ellas para disfrutar con la visita, con la  historia con una de las joyas de la  corona de este país, que  como decía un amigo mío, saludos Jose, todo el  mundo tendría que verlas, como poco una  vez en su vida.


               Las mayores minas de Ciudad Real (San Quintín, Diógenes, Riofrío,   etc.), no eran lugares  de trabajo, eran  lugares en los que se vivía. Eran pueblos, que ahora son  inimaginables, con su iglesia, sus tiendas, sus cementerio, sus destacamento de Guardia  Civil, sus enfermerías.


          Lugares donde se ganaba el dinero y también se gastaba. Por otra parte también había multitud de minas de muy pequeña escala, casi familiares, donde se intentaba con  un trabajo extra, a parte del ingrato de esos campos, salir de pobre buscando  un  filón interesante.


               Las minas  de San Quintín, dadas sus dimensiones, pues son muchas concesiones y unas cuantas explotaciones reunidas, tienen tanta historia, dicen que desde los romanos y  con  toda seguridad al menos desde el S. XVI, con el nombre de El Viejo, vienen funcionando y  modificando el paisaje, aunque su mayor desarrollo se prudujo en torno a 1900, en que se aplicaron los métodos industriales y se llevó uno de los primeros ferrocarriles provinciales para sacar sus productos.


             Los, en un principio abundantes de plomo, plata y zinc, fueron mermando hasta que nuevas técnicas extractivas hicieron que se volvieran  a re-explotar, dejando de nuevo cientos de toneladas de estériles a la intemperie.


               Lo  que queda de la explotación minera es de una  peculiar belleza “geológica”, de unos tonos y  colores muy diferentes  a los de las  tierras que la rodean; incluso aparecen nuevos ecosistemas, nuevas geoformas dominantes, amén de otros problemas no menos despreciables como la contaminación por metales pesados. De hecho  existen buenos  trabajos universitarios sobre la geoquímica o la restauración de estas instalaciones mineras abandonadas.


               Hace unos  meses saltó la  noticia de que se estaba estudiando la reapertura como explotación minera de San Quintín, al parecer la  subida de precios del zinc y de la plata, así como la explotación a cielo abierto con maquinaria podría hacer de nuevo rentable la extracción del mineral, ya bastante esquilmado pero más rentable que antaño.


               La gran duna tiene por delante una formación a medio camino entre un  humedal, con sus carrizos y juncos, y un arenal, con una especial biodiversidad aunque  con una flora marcada por los contaminantes peligrosos.


              Las pocas especies que prosperan en estos arenales, son gramíneas tipo Piptapterum milliaceum, Scrophularia canina, Rumex scutatus y R. bucephalophorus y carrizos, retamas y juncos. Como cosas poco comunes aparecen en este humedal de finos y arcillas aparecen  Centaurium pulchellum y Linum tenue.


               Pero realmente la riqueza de San Quintín es su historia y lo que queda de cientos o miles de vida que fraguaron aquí sus ilusiones y quehaceres, de personas que amontonaron aquí esos materiales que hicieron esas construcciones. í esos materiales que hicieron esas construcciones.

Restos de las casas de la Peña del Rayo

            Ya poco queda de sus casas, distribuidas en varios cuarteles diferentes (Musa, Peña del Rayo, Navaceniza, etc.), pero de tan malas calidades que apenas quedan los cimientos.



               Bajo un vendaval del oeste o envueltas en niebla esta zona minera es de una belleza fuera de lo común, en primavera, lástima de fotos, muchas partes del suelo aparecen escándalosamente recubiertas por la roja belleza explosiva de la Spergularia rubra y por otra espectacutar también al ser masiva, el Rumex bucephalophorus. Pero cualquier época del año es buena para dar un paseo por ellas, con suerte de no  coincidir con ningún amante de los ruidosos motores del motocross.


La Costra Liquénica de los Yesos

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            Los paisajes de los yesos del centro de la península son uno de los medios naturales menos conocidos y valorados de la península, incluso por los habitantes de esas regiones. Los tópicos y lugares comunes de la ecología “verde” han fabricado una imagen de la naturaleza como la del puzzle o el calendario con sus bosques virginales, sus montañas de cimas nevadas y un lago en primer plano que no se corresponde, aunque en algún lugar de nuestra geografía sí que exista, con nuestra realidad natural.



            Más claro aún es el ejemplo madrileño, donde la imagen generalizada de la naturaleza en buen estado, es la de los bosques del Guadarrama, recientemente “medio” bendecidos como Parque Nacional, pero con un medio natural, en el sureste madrileño, que sobre calizas y yesos, “pulveriza” con sus cifras sobre biodiversidad, la riqueza biológica serrana, a pesar de los varios pisos biológicos, del medio natural serrano. Tanto es así que a pesar de sus valores, casi siempre en peligro por su cercanía a la capital española, no goza sino de una sola área protegida, la del Parque Regional del sureste, que en la realidad es puro papel mojado por su abandono, cuando no verdadero escándalo, respecto a su uso y gestión.



            El aljezar (el yesar) del  sureste madrileño es uno de los medios menos conocido, valorado y visitado. Pero realmente es un medio tan duro para la vegetación que sólo los verdaderos especialistas, pueden vencer las dificultades de los sulfatos, las sales, el polvo de yeso cubriendo las hojas, la insolación unida a la reflejada por los suelos, etc. Por ello es un ecosistema de plantas exclusivas y de seres únicos que desde miles de años se han ido adaptando al yeso, hasta llegar a diferenciarse de sus ancestros, debido a esas adaptaciones.

Reseda suffruticosa endemismo de los yesares interiores ibéricos

            Sobre los yesos viven diferentes comunidades vegetales, desde una potencial y lejana vegetación forestal, la del encinar manchego, pasando por el coscojar con efedras, el tomillar gipsícola con jabunas, lepidios y centáureas, el espartal, los ontinares, las comunidades de terófitos, hasta llegar a un mínimo de vegetación vivaz con la zamarrilla de los yesos en un suelo prácticamente desnudo. Pero esa “aparente” blanca desnudez, no es tal, no es suelo rocoso de yesos cristalinos o sacaroideos, aunque veamos un pequeño porcentaje, realmente ese suelo pétreo es una mezcla heterogénea de líquenes crustáceos terrígenos que ven en este medio, poco vegetado, una oportunidad para prosperar con verdadero éxito.

Líquenes, terófitos poco visibles y Hernianria, Launaea, Thymus lacaita, Reseda stricta,..

            Se trata de uno de los medios ecológicos más complejos, especializados y adaptados a la adversidad de la naturaleza española. Es la costra liquénica de los yesos, se trata de una comunidad compuesta mayoritariamente por líquenes, con algunos musgos y algunas especies vegetales, principalmente anuales exclusivas y escasas  vivaces como la herniaria, el teucrio o zamarrilla de los yesos y el tomillo de Aranjuez.

Apenas indiferenciado de un liquen blanco este saltamontes sin alas del  género Ocnerodes

            La procedencia de casi toda esta vegetación es de regiones de climas muy duros, muy xéricos y continentales, como el interior de Asia oriental, la región Irano-Turaniana, climas más duros que los ibéricos pero aquí potenciados por las duras condiciones edáficas de yesos y sales. En tiempos Messinenses con un Mediterráneo reducido a su mínima expresión o a través del norte de África, esta vegetación llegó a la península y se fue adaptando y separándose genéticamente de esa flora este-asiática. No sólo plantas como la ontina Artemisia herva-alba, el esparto Macrochloa tenacissima, efedras, jabunas Gypsophila spp., el sisallo o calamino Salsola vermiculata, albardín Lygeum spartum, Stipa pennata, etc.,  sino también líquenes como Fulgensia desertorum, Diploschistes steppicus, Psora saviczii, Buellia zoharyi, etc.

Psosa decipiens rosa, Fulgensia desertorum amarilla y Diploschistes diacapsis blanco, entre otros tipos de líquenes

            La costra liquénica ocupa los claros de tomillares y espartales, a parte de las laderas más inclinadas y las áreas más expuestas al viento y la insolación. En temporadas húmedas da corte andar por ella porque te vas hundiendo un poco en ella y es muy fácil de erosionar. Entonces es su momento más delicado y una sola moto trotando por estas laderas puede hacer un daño irreparable durante años. Cuando está seca, resuena como algo hueco al golperla, tal es la unión de los líquenes con la capa superior del suelo que viene a ser como una manta cerrada sobre el terreno.

Un solo día de carrera de motos dejó esta lamentable imagen de la costra liquénica

Incluso existen peculiaridades geomorfológicas, tras los inviernos o en épocas lluviosas es corriente ver como al pie de los cerros, a veces a través de un agujero, como pueda ser una madriguera de tarántula, empieza a salir una corriente de barro semilíquido que deja en superficie un montículo como el de un topo, debido a una corriente de barro líquido bajo la costra. Eso da una idea de la compacidad y hermetismo de la costra en su conjunto.

Aquí no hay topos, lo blanco es el resultado de una surgencia de barro líquido

Los líquenes de los yesos ibéricos son mayoritariamente terrícolas, aunque pueden incluir, dada la fragilidad del yeso, pequeños trozos rocosos, poblados de otro tipo de yesos, los saxícolas, otros los errantes e incluso sobre las ramillas de las escasas plantas vivaces pueden habitar líquenes epífitos. A ellos se les unes algunos musgos y toda una serie de microorganismos bacterianos, algas, hongos liquenícolas, etc. Debido a esta amplia conjunción biótica, el término general para hablar de estas costras “vivas” es el de Costra Biológica del Suelo (CBS), siendo la costra liquénica de los yesos un caso particular, aunque el más representativo y extendido. Otras costras, también  a veces llamados mantos bacterianos, se dan en superficies permanentemente humectadas, sobre lechos salinos, en rocas rezumantes, etc.


Grimmia pulvinata entre líquenes como Toninia coeruleonigricans

La costra liquénica es beneficiosa para los suelos al sellarlos frente a la desecación, protegerlos de la erosión y por proporcionar nitrógeno asimilable para las plantas. Por ello suele haber una relación que juega en su contra al promover el establecimiento de la vegetación, si ésta consigue introducir alguna semilla, con la que entran en competencia directa. Aunque casi siempre esta vegetación es tan banal que se agosta pronto y deja de ser competencia para los líquenes.

Sedum gypsicola creciendo entre un mar de líquenes

Los líquenes al igual que la vegetación superior tienden a agruparse en comunidades según sus afinidades ecológicas, en función de la exposición, inclinación y carácter del sustrato. Al hablar propiamente de la costra de los yesos y los claros del tomillar-atochar gipsícola, estamos hablando de los más heliófilos. Aquí destacan por su biomasa los que más se confunden con el blanco del yeso: Aspicilia spp., Buellia epigaea (consistencia farinácea) y B. rivasmartinezii, B. zoharyi, , Collema teñax y C. cristatum (también sobre calizas) , Diploschistes diacapsis  (el más abundante de todos), D. steppicus (cerebriforme en áreas poco inclinadas), Endocarpum pusillum(algo marrón), Lecanora spp., Lecidea gypsícola y L. circinarioides (en yesos pétreos casi verticales), Lepraria crassisima (primocolonizadora y  masiva en taludes inclinados poco expuestos), Squamaria lentigera (algo verdoso), S. crassa, etc.


Dan su característica policromía a la costra, sobre todo cuando ésta se encuentra hidratada, los tonos amarillentos de Fulgensia desertorum y F. subbracteata, los rosados de Psora decipiens y P. saviczii, los marrones rojizos de Dermatocarpon trapeziforme, los amarillento-verdosos de Acarospora placodiiformis,  A. reagens y A. schleicheri (en sustrato blando) o los oscuros de Toninia coeruleonigricans. También estarían el resto de líquenes y hongos parásitos que dan punteados negros, rojos o azulados sobre muchos de los enumerados.

La amarilla compuesta Launaea fragilis

Si los líquenes de la costra son algo muy especial, no lo son menos los vegetales que osan vivir en estos medios. Los de mayor talla son las pequeñas matas de cistáceas como las jarillas Helianthemum squamatum y H. siryacum (indica termicidad), la crucífera Lepidium subulatum, la rosácea jabuna Gypsophilla struthium, las bellas compuestas Centaurea hyssopifolia y Launaea fragilis,componentes mayoritarios del tomillar-jabunal. Pero mucho más adaptados a vivir en lo más duro de la costra liquénica están Teucrium pumillum y Herniaria fruticosa, denotando la última esta peculiar ecología, pues la zamarrilla es menos común al ser más exigente en exposición y termicidad.

Teucrium pumilum y Herniaria fruticosa, los verdaderos especialistas de la costra liquénica

Los únicos vegetales verdaderamente adaptados y característicos de la costra liquénica, a parte de esas vivaces, son los más efímeros, los terófitos que solo viven lo imprescindible para crecer y reproducirse, desapareciendo, casi absolutamente, una vez dispersadas las semillas. Aquí entran  como más representativos, la bella y delicada gramínea Ctenopsis gypsophila, Campanula  fastigiata y Sedum gypsicola, acompañados usualmente por:  Asterolinum linum-stellatum, Centaurium quadrifolium, Chaenorrhinum reyessi yCh. rubrifolium, Echinaria  capitata, Erodium pulverulentum, Euphorbia falcata, Filago pyramidata, Limonium echioides, Macrosyringion longiflorum, Parapholis incurva, Pistorinia hispanica, Reseda stricta y R. suffruticosa, Sedum sediforme, Thapsia villosa, Trisetum loeflingianum yZiziphora hispanica.

Centaurium quadrifolium con la jarilla de los yesos Helianthemum squamtum

Esta vegetación terofítica pasa desapercibida a no ser que, prácticamente te tires al suelo a mirarla, salvo llamativas excepciones como las escandalosas centaurium o pistorinias, entonces se descubre su mínima pero espectacular belleza, la belleza de una adaptación que les permite prosperar entre los resquicios de la masa de líquenes.


La casi invisible Campanula fastigiata floreciendo entre los resquicios de los líquenes

Hace años existía una fuerte polémica entre los naturalistas de mitad del siglo pasado sobre si los paisajes desarbolados del centro de las mesetas eran estepas o no, a esta polémica contribuía sin duda la gran extensión de los paisajes yesíferos con sus costras cuasi desérticas, la pesadilla de la ardilla ptolemaica que no podría recorrer la península de norte a sur. Esa polémica será caldo de cultivo para una futura entrada de este vuestro blog.

           




Los bosques lluviosos del centro peninsular

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               Al hablar del bosque lluvioso no hay porqué referirse al bosque tropical, al “rain forest” o bosque pluvial, pero la idea general es esa y si no tropicales sí subtropicales, si no son temperaturas muy calurosas al menos suaves en invierno y calurosas en verano, pero siempre con humedad, una precipitación alta y situaciones protegidas frente a la desecación veraniega. Este tipo de bosques es poco corriente en nuestra península, pero lo debió de ser mucho más en periodos algo más húmedos y sin duda, menos vapuleados, por nuestra acción humana.


                Los bosques húmedos abundan por todo el norte peninsular, pero bosques cálidos y húmedos, ya es otra cosa, ya habría que irse a las fragas atlánticas de los tramos bajos y algo encajonados de ríos gallegos y portugueses, o áreas norteñas como el Jaizkibel y bajo Bidasoa en Guipuzcoa-Navarra, cerca de la frontera francesa. O por el contrario bajar al sur e internarse en los encajonados “canutos” de los Alcornocales gaditanos y otros arroyos húmedos de los montes pre-litorales portugueses.


                Pero todavía quedan en el centro peninsular pequeños restos de lo que debió ser el bosque húmedo ibérico, el de las zonas más térmicas y lluviosas del interior peninsular, con una flora además, en sus últimos estertores, pero bastante homogénea. Una vegetación que pervive difícilmente en intrincadas gargantas de los Montes de Toledo, en sentido amplio, y del sur de Gredos.

Un pino cascalbo gredense (Pinus nigra) entre la aliseda y junto a la Charca Verde

                Probablemente Gredos reúna las mejores condiciones hídricas, pero el estado de conservación del bosque es mejor en los montes Oretanos y en la vecindad del Guadiana. Después de ver muchas de estas localizaciones, parece deducirse que estos valles suelen estar bastante bien protegidos de los vientos fríos o desecantes del exterior de estos macizos, por lo que, no suelen aparecer en situaciones de borde, sino en el interior de estos macizos en áreas de recovecos montañosos y encajonamientos fluviales.

En una aliseda cercana al Guadiana florecen estos narcisos

             El bosque potencial en el que se encuentran estas formaciones suelen ser robledales o, a menor altura, masas de quercíneas mixtas, como puede ser un encinar con quejigos en los suelos más profundos y alcornocal disperso. La arbusteda quizás sea lo más característico ya que suele faltar a veces el dosel de robles o haber sido sustituído por pinares. 


Los durillos forman la parte principal de la arbusteda de estos bosques

         Esta arbusteda es básicamente lauroide, dominada por el durillo (Viburnum tinus) con madroños, hiedras, ruscos, brezos arbóreos y rojos, y al entrar más el sol, irrumpiendo una variada corte de jaras y genisteas, dominando Cistus populifolius, C. psilosepalus, C. salvifolius, Halimium ocymoides, Pterospartum tridentatum, Cytisus striatus y gran variedad de helechos con abundancia deAsplenium onopteris y de Blechnum spicant.

La carquesa aparece en los bordes menos húmedos de este tipo de bosques

                Es en las pocas localidades poco alteradas donde aparecen los verdaderos especialistas de estos medios, los árboles, comandados, siempre cerca de los arroyos por el loro (Prunus lusitánica) y en algunos escasos puntos por el abedul oretano (Betula parvibracteata), en alguna localización y más escaso, puede aparecer el acebo (Ilex aquifolium), el tejo (Taxus baccata) por arriba, en áreas más frescas y el almez (Celtis australis) por abajo, en lo más caluroso


El acebo se ve muy poco, tanto que éste pensé que era un loro

             En alguna localidad de Gredos llega a entrar el pino cascalbo (Pinus nigra). Otro de los grandes protagonistas, junto con los robles (Quercus pyrenaica) es el ribereño aliso (Alnus glutinosa), pues este tipo de bosque aparece en el ecotono entre la vegetación potencial del robledal y la riparia aliseda, aunque en los lugares más térmicos y secos, como Montes de Toledo haya sido sustituída por un abedular o un quejigar.

Endrinos en flor entre el matorral de durillos

                En Montes de Toledo este tipo de bosques se localizan en las escasas gargantas encajonadas de aguas relativamente permanentes (Gévalo, Ríofrío, Estena, Pusa, Cedena, Guadarranque, Gualija, Ibor, Viejas, Guadalupejo, etc.). También aparecen, en menor  proporción, en gargantillas que van a dar al Guadiana de Los Montes. 


Macizo de helechos reales en una arroyo ciudarrealeño

         Estos vallejos oretanos tienen helechos en abundancia, destacando, aparte de los citados, el helecho real (Osmunda regalis), combinado a veces con el mirto de turbera (Myrica gale) y siendo  abundante la alta cárice Carex pendula, el lirio Iris foetidissima y Narcisus hispanicus. Abundan también los mestos y quejigos, los madroños arbóreos, Acer monspessolanum y el agracejo (Phillyrea latifolia), mezclándose ambas pistaceas, cornicabra y lentisco, entre abundantes ruscos.

Setos de ruscos entre brezos arbóreos

                En Sierra Morena, al ser menor la altitud y mayor la mediterraneidad, apenas aparece, al igual que tampoco lo hacen el tejo, el abedul y el loro. Pero existen varias gargantas que tienen casi toda la vegetación descrita, a la que se unen los únicos robles gaditanos (Quercus canariensis) de la meseta, junto con el endémico Narcissus muñozii-garmendiae.

La vinca suele ser habitual en los bordes del bosque

              En Gredos, lógicamente solo se dan en la cara sur, aunque es sospechoso el toponímico del pueblo de Loros en el norteño Aravalle. El bosque lluvioso gredense aparece  principalmente en el tramo central, allí donde los interfluvios son más altos y los valles más retorcidos, es decir, entre Candeleda y Ramacastañas. 

A veces se ven narcisos extraños, como el de arriba, abajo Narcissus bulbocodium

                Una acompañante clásica gredense es la bellísima Paradisea lusitánica, junto con todo tipo de vegetación nemoral; dando la nota lluviosa y norteña la grácil (Linaria triornitophora) y una serie de plantas poco comunes como Astragalus gerardii, Leuzea raponticoides, Serratula monardii, Epipactis helleborine, Ononis pinnata, Symphytum tuberosum, Lithodora diffusa, etc.

Un grupo de loros (Prunus lusitanica) robles

Por regla general, al bosque potencial se le unen los elementos lauroides antes mencionados, elementos hidrófilos y abundantes lianas como la parra silvestre, las hiedras, la clemátide de flor acampanada, etc. A esta vegetación boscosa le seguiría serialmente, una alta arbusteda lauroide, con abundantes durillos, madroños, ruscos y brezos arbóreos. 

Brezos de turbera (Erica tetralix), mirtos de Bravanta (Myrica gale) y robles al sur del Guadiana

   En un estado de mayor degradación, a ésta le seguiría otros arbustos, de menor porte, con parte de las especies anteriores y arbustos más heliófilos, como el brezo rojo, la carquesa, jaras y algunas escobas. A esta arbusteda le seguiría otra menor, pero ya casi indiferenciable del bosque zonal, es el jaral-brezal típico, con muchos elementos anteriores, y jaras, jarillas, Polygala microphilla y labiadas como romero, cantueso y mejorana. A este matorral, a su vez, le seguiría otro de menor porte, el nano-jaral-brezal. Con jarillas como Helianthemum umbellaltum, Halimium halimifolium, Halimium ocymoides, Tuberaria lignosa, Erica umbellata, etc.

La jarilla Cistus salvifolius no es exclusiva de estos medios

                Mucho se ha hablado de la laurisilva canaria, pues bien, este tipo de bosque sería como los últimos coletazos de la laurisilva peninsular. Una vegetación que está en el límite de la desaparición, una vegetación que en épocas de mayor continuidad sería más rica y uniforme, que iría por todo el oeste peninsular desde Cádiz hasta el Bierzo y sur de Galicia. Una vegetación que repartiría por todo el occidente húmedo y térmico a los rododendros, a los helechos casi-fósiles: Psilotus, Vandesboschia, Culcita, etc.

El robledal ha sido sustituído por pinos resineros, pero el sotobosque es de brezos y durillos

                Entre el descuido, cuando no destrozo, humano; las necesidades de recursos hídricos actuales (aquí principalmente huertos, segundas residencias, áreas recreativas, etc.). Una de las presiones más importantes es la derivada de los usos cinegéticos, pues la elevada presión de corzos, venados y jabalíes impiden de manera tajante y clara, la regeneración natural del bosque. Para colmo el más que previsible calentamiento hace que esta vegetación tenga sus días contados si no hacemos algo por remediarlo.



Las gargantas y valles donde prospera son de difícil aprovechamiento, no costaría mucho dejar este bosque a su albedrío o mejor aún, ayudarle a regenerarse. La iberia tropical no está tan lejos, ni es tan utópica, solo hay que reconocer los bosques que tenemos y darles la suficiente libertad para que se desarrollen.



Un Paseo por un "Canuto" Gaditano

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            Hace poco realicé una  entrada sobre los bosques lluviosos ibéricos. Semanas más tarde, azarosamente, estuve por Algeciras y aproveché para acercarme a ver el interior de estas sierras gaditanas y “bucear” en lo mejor del bosque pluvial ibérico.



        Me ratifico, una vez visto el íntegro original, en todo lo expuesto en la anterior entrada; y aunque me han quedado muchas cosas por ver, ahora tengo una idea mucho más clara de la ecología de este tipo de bosques mediterráneos húmedos y calientes.

Scrophularia sambucina, una novedad para mí

            Estas sierras gaditanas tienen ventajas climáticas sobre lo dicho para las formaciones, “cuasi riparias”, del interior peninsular. De entrada apenas hiela en invierno y en los  veranos son algo más comunes los episodios nubosos, aparte de que los, casi constantes, vientos húmedos de un mar o del  otro, aportan la nada desdeñable “precipitación horizontal” de las abundantes nieblas orográficas y las rociadas matinales.


            El día prometía chaparrones, y alguno me cayó, pero en lugar de entorpecer la ruta, la hicieron mucho más acorde al verdor y a la frondosidad imperante por todos los rincones. Entonces se comprende mejor la enorme diversidad de helechos y musgos que crecen al amparo de esa humedad y que convierten estas serretas en un “punto caliente” de la biodiversidad de helechos, musgos y liquénes ibéricos, Canarias incluída.

Ruscos, helehcos y candilillos tapizan el suelo del bosque

           De hecho, con esta región tiene lazos innegables; y de hecho, hay quien incluye estos extremos del suroeste ibérico en la región macaronésica (Cabo Verde-Canarias-Madeira-Azores). Una muestra de los helechos poco comunes que aparecen por aquí son: Davallia canariensis - Phillitys sagittata - Culcita macrocarpa - Psilotum nudum - Pteris incompleta - Vandenboschia speciosa - Christella dentata - Diplazium caudatum; frente a otros más comunes.  


            El primer contacto con la vegetación algecireña me deparaba todo un botánico mundo nuevo, los espacios abiertos llenos del amarillo de unas  escobas que  desconocía (Stauracantha boivinii, Teline monspessolana, etc.), cunetas y baldíos llenos de plantas que desconocía (Scrophularia sambucifolia, Cerinthe major, Cynara baetica, Scilla peruviana, Asphodelus baeticus, Calamintha baeticus, etc).

La enorme Scilla peruviana en una cuneta del camino de acceso a la zona

Me interné primero por un arroyo principal, con una gran aliseda que prosperaba entre los grandes  bloques de arenisca, orlados de grandes y vistosas cárices; pero  ese día, con todo mojado, no me daba ninguna confianza saltar entre rocas y piedras mojadas. El suelo del bosque se encontraba tapizado de bellos geófitos blancos como  de ilustración de cuentos infantiles (Allium triquetrum).

Lágrimas de la virgen, un bello ajo forestal, fue la flor más abundante del bosque en estas tempranas fechas

            A partir de este río,  tomé el  arroyo que me interesaba con la intención de subir lo más que pudiera hacia la  montaña. Entre lo resbaladizo de las piedras ribereñas y lo selvático de ese primer kilómetro, tuve que desistir de esa idea y buscar los claros del bosque y, a ser posible, sendas en su  interior.


         Afortunadamente me vi en medio de un buen bosque, la mayor parte de él de quejigos andaluces (Quercus canariensis) que, allí  en donde había menos suelo, eran sustituídos por alcornoques o por acebuches.

Quejigos andaluces rodeados por alcornoques, más oscuros

            Pronto asocié la  imagen de la maraña de ramas a imágenes de la laurisilva de Garajonay. Claro que no ví loros (Prunus  hixa o P. lusitanica) pero si mucha vegetación lauroide: laureles, durillos o el labiérnago de hoja ancha (Phillyrea media). Pero lo que más diferente me pareció era el conjunto de lianas que subían o  bajaban de los troncos y que conseguía hacer el campo a través, casi impracticable. 


          Allí estaban impidiendo el avance de “la  botánica”, la hiedra, Hedera helix subsp. canariensis y sobretodo la pinchuda zarzaparrilla Smilax aspera, la parra Vitys  vinifera, los candilejos Aristolochia baetica, la madreselva Lonicera periclymenum subsp. hispanica, la nueza negra Tamus communis, etc.

Una maraña de zarzaparrillas y otros bejucos, impide el avance por muchos rincones del bosque

Bajo lo más espeso del dosel arbóreo apenas entra la luz, por zonas  a ras de suelo, apenas aparece vegetación herbácea. Me llamó la atención la  presencia del rusco, pero no solo el común, sino el que por el centro peninsular, solo crece en maceteros de sombra, el Ruscus hyppophyllum, junto con la rubia, aunque en una variante endémica de Rubia peregrina subsp. longifolia.

El aún no florecido lirio hediondo

      El suelo también se cubre de los lirios hediondos Iris foetidissimus, de lágrimas de la virgen Allium triquetrum y de un original candilillo, el Arisarum proboscideum y gramíneas y cárices varias.

El rusco y la rubia sureña, acompañados por polipodios

            Este clima del  Campo de Gibraltar ha conseguido variar ligeramente las especies a formas locales, como con ruscos, rubias, candilillos y también con el avellanillo, un arranclán, Rhamnus frangula subsp. baeticus, de hojas mayores que el común.

Las hojas recién estrenadas del quejigo gaditano (Quercus canariensis)
          O quizás ¿Ha sido el clima del interior el que ha cambiado a estas especies?, con un clima que ha ido amesetándose paulatinamente, pues partimos de climas fini-terciarios húmedos y cálidos que se han ido endurenciendo con el devenir de los tiempos hasta la actualidad.

El candilillo de los Alcornocales, una de las plantas más abundantes en lo más sombrío del bosque

            El ambiente húmedo y lo cerrado del bosque, creaban un ambiente fantasmal, además parece que el día frío y lluvioso, dejó el monte sin ningún visitante. Los quejigos andaluces iban progresivamente aumentando su tamaño según me internaba en el bosque, al mismo tiempo que se cargaban de musgos y helechos, a veces quedaba claro, que a estas iniciales alturas de primavera, tenían mucha más superficie foliar en la carga de helechos de sus troncos que en sus hojas

Un enorme tronco de quejigo tomado por el helecho Davalia canariensis
.
            Casi todos los quejigos andaluces tienen una forma parecida a encinas o alcornoques,  pero a lo bestia, en  contraste con los que yo conocía de alguna  garganta de Sierra Morena. Luego me enteré de que es  una forma debida a las podas para carboneo que afectó a estos bosque hasta no hace mucho tiempo.  


          Con carboneo o sin él, puedo decir que toda esta región posee uno de los bosques más variados e interesantes de toda la península, con una muestra de casi todos ellos. Pero no hay duda que están entre los mejores bosques mediterráneos lluviosos, junto con algunos del NE catalán o algunas serretas portuguesas litorales

Típico quejigo gaditano con porte en candelabro

Aparecen todas las queríneas marcescentes y esclerófilas, incluído el arbustivo Quercus lusitanicus, las formaciones de acebuchales, de puros a en buena mezcla con alcornoques, encinares, alguna pequeña mancha de pinar relicto de Pinus pinaster y llegando a contactar con los pinsapares de Grazalema. Los bosques de ribera muestran magníficas alisedas, fresnedas y en los más frescos “canutos” aparece el bellísimo rododendro.



Bordes de la aliseda orlados por Carex pendula
    Todo esto sin despreciar las faciaciones secas y termófilas de los palmitales costeros, a los “herrizos” o brezales de las pobres arenas cimeras, ricos en la rara carnívora Drosophillum lusitanicum. En fin, todo un compendio botánico ibérico y casi tropical que hay que preservar para las generaciones venideras.

Laureles entre los quejigos



Los Bonales de la Puebla de Don Rodrigo

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Hoy me ha invitado Valentín a dar una  vuelta por los bonales de su pueblo, los famosos bonales de Puebla de Don Rodrigo, cuyas mejores representaciones están protegidas bajo la figura de Microrreservas, algunos desde 2002 y otros con  posterioridad. Una figura de protección idónea para pequeñas y delicadas áreas con valores de gran importancia ecológica, no  solo a nivel local, sino nacional.

Teucrium fruticans recordándonos que estamos casi fuera de la meseta por el sur

Los bonales son pequeños pero completos ecosistemas hídricos debidos a la aparición de manantiales en la base de algunas laderas con  una  interesantísima vegetación  asociada a ellos. Son islas verdes en medio del secorro monte mediterráneo, con una  vegetación que incluso escasamente, encontraremos en la cornisa cántabro-pirenaica o en las cumbres del Sistema Central e Ibérico. Manifestando muchas especies las localidades más meridionales de su área de distribución.


Un arroyo pletórico de helechos reales

Los bonales son un ecosistema peculiar y representativo de la naturaleza en buen  estado de conservación del oeste de Ciudad Real, desde los Montes de Toledo hasta Sierra Morena, donde en los últimos decenios, su declive parece  inexorable. Son más abundantes en la zona central, a medio camino entre los dos macizos y en  sus confines occidentales, los más lluviosos al marcar un pequeño, pero pluviométricamente importante, escalón entre la penillanura extremeña y la sub-meseta manchega.

Serapias parviflora, una de la numerosas orquídeas de los bonales

Esta bonanza en  aguas, también ha sido la causa de su transformación o desaparición, a la vez que  punto vital, para el asentamiento del hombre en el territorio. Casi  se podría decir que la totalidad de los pueblos y aldeas de los Montes de Ciudad Real han tenido su origen en un bonal, incluso algunos asentamientos poseen este topónimo.

La extraña orquídea Limodorum abortivum en el quejigar cercano a un bonal

Valentín, buen experto en orquídeas y mayor aún en  setas, conoce todo este territorio al dedillo, él y sus compañeros y amigos del pueblo, a tiempo completo o parcial, tienen el buen juicio de valorar y apreciar las cosas buenas del campo; salen juntos siempre que pueden, a setas, a espárragos, a ver plantas poco comunes o a bañarse en las tablas del Guadiana y disfrutan su campo como en pocos pueblos he visto. Siempre que pueden quedan, se organizan, hacen una ruta por el monte o cerca del río y pocas cosas escapan a su curiosidad.

Escudriñando  el terreno en el borde de un manantial

Hace tiempo que ando detrás de una  orquídea muy rara, la Serapias perez-chiscanoi o serapia verde, Valentín me comentó que el cree haberla visto por estos bonales y vamos a echar un  vistazo y, de paso, ver si  han salido boletos. Nos  dirigimos a raña Maleta, una raña (las llanas y poco inclinadas peanas de las serretas de cuarcitas, formada por angulosos bloques de cuarcitas empastados en  una  matriz de arcillas y limos rojizos), con varios de los más célebres bonales de La Puebla.

Para Valentín estas láminas reticuladas lo identifican rápido: Polyporus arcularius

Ya de camino, para abrir boca, en uno de los arroyos iniciales se ven mirtos (Myrtus communis) algo recomidos por la caza y el ganado.  Los bonales se ven con claridad, porque al estar vallados, para protegerlos del pastoreo, se resalta el contraste entre esas zonas de lozana vegetación natural y los cultivados o pastoreados terrenos exteriores.

Una gran pasarela rodea una de las vejigas de un bonal

Al atravesarlos veo que la vegetación arbustiva está en un buen momento, destacando la escandalosa floración, porque nunca había visto tanta aulaga ratera (Genista anglica), ni tan alta, ni tan florida, aunque quienes dominan son los brezos, en una  amplia gama, aunque ya pasados los brezos blancos y los de arroyo (Erica arbórea, E. lusitanica y E. scoparia), empiezan a florecer los de turbera (Erica  tetralix).


La vegetación de los bonales varía mucho según su estado de conservación, de si han  sido  manejados para sacarles agua para algún abrevadero o para regar huertos, de si se encuentran muy pastoreados o si han sido levantados y arados; malgastados en una poco productiva superficie que se anega siempre que llueve algo más de lo normal. Del ganado o de la caza se protegen ellos solos pues siempre a su alrededor crece una espesa orla espinosa de zarzales, rosales y espinos, en muchos casos impenetrable.

Anthericum baeticum, una blanca joyita del borde de algunos bonales

Esa vegetación que los coloniza varía en función de la cercanía al agua, a su constancia y régimen, desde aguas quietas o “estagnantes” a corrientes. El monte mediterráneo de encinas, quejigos o alcornoques, en su transición comienza a llenarse de brezos, luego se hace demasiado húmedo para quercíneas, a no ser algunos quejigos, hay más madroños, algunos hediondos, como llaman aquí al arranclán (Frangula alnus), zarzas y helechos.


El brezo de turbera Erica tetralix

El paso a la vegetación más  propia del humedal llega por la mayor abundancia de hediondos  y sauces, aunque en los mejor conservados aparece el fragante arrayán de pantano o mirto de Bravante, un arbusto que podría tener una de sus mejores representaciones mundiales aquí, en el oeste de Ciudad Real. Este bello arbusto posee, para mi gusto, uno de los mejores aromas que jamás he olido. En las pocas zonas de centro-europa donde existe, un uso tradicional suyo es el de aromatizar la cerveza.

El arrayán de pantano o mirto de Bravante (Myrica gale)

El paso siguiente ya es la turbera, áreas cercanas al nacedero, cargadas de agua retenida por musgos y unos suelos formados por materia orgánica sin terminar de descomponerse. Aquí ya escasean los arbustos, quedando solo los especialistas en estos medios, como la genista ratera Genista anglica, el brezo de turbera Erica tetralix, y otra genista, más herbácea que arbustiva, la Genista tinctorea.

Las macollas más verdes son Carex lusitanica y las verde-grisáceas Molinia caerulea

En lo herbáceo, y con las raíces en el barro, aparecen los pajonales o masegares, grandes macollas de gramíneas adaptadas a estas humedades, por un lado las molinias (Molinia caerulea), de largas hojas acintadas, con macollas que pueden elevarse hasta casi un  metro por encima del barro o del agua; y la parecida, pero mucho más  verde y vigorosa, la gran cárice, (Carex paniculata subsp. lusitanica), aunque en arroyos más protegidos y sombreados, se ve la enorme Carex pendula; bajo ellas, a veces, aparecen micro-céspedes floridos como los de Anagallis tenella o Scutellaria minor o las acuáticas Eleocharis sp.,Callitriche, juncos y nano-juncos. También, menos dominantes, aparecen otras gramíneas norteñas, como Dantonia decumbens y otras cárices como C. echinata, C. distachya, etc .


Los musgos Sphagnos son las esponjas del bonal

En los puntos iniciales del manantial cuando  el estado de conservación es bueno aparecen las verdaderas turberas, suelos siempre húmedos con las permanentemente empapadas esponjas de musgos esfagnos, a veces creciendo tan apretadamente entorno al manadero, que los hacen elevar el punto de salida de agua por obstruirlo lateralmente con su espeso crecimiento, creando lo que aquí llaman “vejigas”, las llamadas turberas altas, acumulaciones turbosas en forma de montículos que pueden superar los dos metros de altura, pudiendo ser funcionales hoy , aunque la mayoría son relictas o heredadas.


Una vejiga de más de dos metros de alto, roedeada de una alta pasarela como atracción de visitantes

En estas zonas de esfagnos rezumantes es donde aparecen los verdaderos especialistas del bonal (en otras zonas: tremedales, toyas o turberas), aquí aparecen las plantas carnívoras: la drosera Drosera rotundifolia y la grasilla portuguesa Pinguicola  lusitanica, el algodonoso Senecio helodes y también rarezas norteñas como Rhyncospora alba o los raros helechos Ophyoglossum e Isoetes. En las pequeñas pocillas y arroyos iniciales flotan las hojas de los Potamogetum polygonifolius.

Hace pocos días parecía una Serapia perez-chiscanoi pero es una S. lingua bastante clara

Esta vez no va a ser, unas serapias que hace una semana aparecían casi blancas, ahora se muestran más rojillas, no es la serapia verde sino la más común, Serapias lingua, muy abundantes y con una  buena gama de tonos y formas. También vemos, casi sin abrir alguna  Serapias parviflora, pero no hay nada de la otra, aunque algunos amigos de Valentín, me dicen, tras ver varias fotos, que sin duda la han visto, y que tarde o temprano, darán de nuevo con ella. 


 Serapias perez-chiscanoi era exclusivamente extremeña y solo de la cuenca del Guadiana norte, hace  unos años apareció una  población al oeste de Toledo, y el año pasado se encontró otra cerca del límite con Ciudad Real. Aquí solo tenemos noticias de Jesús Víctor García y María Jesús Fernández, que en el blog de Arroba, hace tiempo dieron noticias de su hallazgo y unas fotos magníficas.

La auténtica Serapias perez-chiscanoi ciudarrealeña, foto de Jesús Víctor García

Tras  un  repaso a los primeros bonales y ver un manantial de aguas casi calientes, bajamos por el bosque, se ven muchas plantas semi-parásitas, las grandes Orobanches o jopos, al poco me muestran un buen rodal de una orquídea también semi-parásita, el Limodorum abortivum de bellos tonos violáceos y flor sin terminar de abrir (abortada antes de abrir).


Jopos (Orobanche latisquama) bajo el quejigar

En medio de la sequía de esta primavera, Colombia canta el hallazgo de un boleto en buen estado, ese fue el único que apereció ese día y  casi en  todo el resto de seca primavera. Es un placer ir con gente primero, con tan  buena vista y, segundo, tan  conocedero de la naturaleza de su pueblo.


  
El único Boletus que he visto esta primavera

 Vimos una virutas en el suelo, en seguida, se buscó el nido de un pájaro carpintero, y además por los bordes con plumón pegado, ya me dijeron, que no hacía falta asomarse, que tenía pollos. Al poco rato, al remontar un arroyo, un nido y por el tamaño y el lugar, sin duda de azor.


Remontamos un arroyo que recogía el agua de varios bonales y vimos que tenía un alargado bonal de ladera, casi imposible de andar, con bastantes genistas rateras, brezo de turbera y mirto de Bravante. El arroyo también gozaba de un ambiente húmedo y  sombrío y  pudimos ver más mirtos y helecho real (Osmunda regalis) en abundancia y bellas rarezas como Anthericum baeticum .

Nido  de azor, como siempre, cerca de un arroyo

 Pero lo más valioso de estos vallejos es la gran biodiversidad que acumulan, incluso en lo arbóreo, aparecen  los alcornoques, quejigos encinas y algún roble, mezclando sus correspondientes cortejos, de arbustos (jaras, genisteas y brezos), junto con todo lo higrófilo de bonales y arroyos.


Al fondo tonos grises del brezo de turbera (Erica tetralix) entre amarillos de Genista anglica en un bonal de ladera

Pero también me contaron de algún buen bonal recién desaparecido para crear un charca contra incendios (obra del estado) o una raña entera, como ésta, cuyos bonales habían sido arados no hace muchos años. A pesar de ser un Hábitat Prioritario y tener casi toda su vegetación protegida sobre el papel, todavía hay muchos bonales sin inventariar, sin proteger. No hacen falta muchas vallas o prohibiciones, solo saber lo que se tiene, cuidarlo mínimamente e impedir que nadie los destruya. 
Los bonales son, como decía D. Salvador Rivas Goday, "Islas Atlánticas en un Mundo Mediterráneo".





El Mayor Enebral de Europa

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                "Si los libros no mienten, aquí tenemos el mayor enebral de Europa, pero claro también habría que ver si los que hacen los libros mienten o no, porque hoy miente y engaña todo el mundo,…", así hablaba el paisano al que le preguntamos por el camino del enebral e iba a decir de qué libro se trataba cuando mi hermano le interrumpió con otra pregunta pertinente, y me quedé con las ganas de saberlo.


Berrocal  rodeado  de jaguarzos (Hallimium ocymoides)

           No sé dónde lo pone y tampoco me he podido informar. Pero desde luego el enebral de Viandar de la Vera, es uno de los mayores enebrales de España y si lo es, también lo debe ser de toda Europa, aunque yo pensaba que era el de Arbillas, cerca pero ya en Ávila.


                El enebro es árbol rústico y duro por definición, no es común que forme masas puras, pues suele compartir su terreno, a no ser que el terreno sea muy malo, entonces ahí es el amo y señor. Suele aparejarse con la encina, dando un tipo de vegetación habitual y definitoria de los encinares silíceos madrileños, desde donde irradia hacia los pizarrales del sur de Ayllón y hacia las sierras nor-toledanas y al valle del  Tiétar, donde ya toma otro cariz.





                El enebral, no es una vegetación potencial, climácica, sino que depende de la dureza (pobreza) del sustrato y/o del clima; forma una vegetación permanente, propia de determinadas estaciones en las que por su exposición, edafología o sequedad, no están en consonancia con las condiciones edafo-climáticas medias de la zona.


La margarita Tolpis barbata, una habitual del pastizal anual del enebral

            A pesar de esto, en localidades tan favorables para el enebro,  como aquellas en que simplemente existe una falta de competencia inicial, prospera de tal forma que compite con la expansión del robledal que es el verdadero árbol de las laderas "normales" de la Vera. Aunque después de ver los encinares de ladera veratos, creo que el enebral es un encinar del que sólo han quedado los enebros o son un paso previo para el encinar.



                Esta competencia puede venir de la facilidad de dispersión de las bayas del enebro (gálbulas), que si sois aficionados a la nueva moda de la ginebra con “botánicos” os gustarán por el sabor que le dan, aparte de lo que ya lleven en origen. Tordos y zorzales, propios y emigrantes, son los que distribuyen efectivamente estas semillas. 


La dedalera (Digitalis thapsi) entre las ramas de un enebro

            Hasta aquí lo natural, pues de la mano del hombre lo que ha ocurrido es que se está abandonando casi totalmente el pastoreo de las cabras. Sigue habiendo muy buen queso de cabra en la Vera, pero cada día se ven menos cabras y cabreros por el monte. Si por un lado dejan crecer el monte, con la enorme expansión en los últimos decenios del enebral, principalmente; por otro lado el riesgo de incendio está incrementándose de la misma manera.


                Este gran enebral, no lo es tanto, es una mancha a tramos grande y espesa, pero hacia los extremos, Losar y Villanueva de la Vera se hace lineal y disperso, siguiendo las áreas más rocosas entre los 500 y los 900m. Hacia Madrigal y Candeleda, casi desaparece y llega a lo que antes pensaba que era el mayor enebral, el de Candeleda-Dehesa de Arbillas, parecido al de Viandar, pero no tan extendido por sus bordes como éste.

El roble Quercus pyrenaica en el mismo medio que el enebro, pero donde hay más suelo

                Como ya señalaba en otra entrada, el terreno del enebral señala un punto de casi no retorno en la dinámica vegetal. La vegetación climácica podía partir de un encinar o un robledal y por degradación y pérdida de suelo, se convertía en un enebral, lo que queda patente en muchos casos en los pequeños y en los escasos buenos encinares de estas laderas de solana de Gredos.


Pastizal anual al pie de las lanchas graníticas del enebral

         Un manejo oportuno del monte debería tender a la recuperación del encinar, pues sería la mejor manera de conservar y mejorar el estado de los suelos, en un lugar en que las fuertes y abundantes precipitaciones (en torno al triple de los requerimientos hídricos de un robledal) pueden barrer en un momento los suelos desprotegidos de estas verticales laderas.

El canchal de Sopeña rodeado de robles y enebros, al fondo izda. un pequeño encinar

                El enebral es relativamente pobre en especies vegetales, aunque ahora con la floración explosiva de esta calurosa primavera que aquí en la Vera, está entre las más secas de los últimos años, aparece como lleno de vida y colorido. Es la vegetación berroqueña, la de las pobres arenas silíceas con elementos occidentales, como la Euphorbia oxyphylla, o de mayor altura como el cerrillo, Festuca elegans, o de menor altura como los almeces Celtis australis.

Una de las pocas euforbias vivaces de suelos ácidos Euphorbia oxyphylla

                Estamos en el reino del berrocal, de las grandes lajas graníticas, los yelmos, los dorsos de ballena, los grandes bolos, las piedras caballeras. Aquí los suelos son escasos y arenosos, por eso la vegetación herbácea típica pasa por ser un cantuesar con mejoranas y, más degradado, da un ralo pastizal de hierbas turmeras, Xolanta guttata, la madre de las criadillas; una ínfima cistácea del mismo color de flores que la algo mayor y casi arbustiva Hallimium ocymides. Silenes, margaritas de todo tipo

Dos mini jaras, hierba turmera y jaguarzo, comunes en el ralo pastizal que deja el enebral


                En el berrocal también abundan  las dedaleras Digitalis thapsi, la resedácea Sesamoides purpurascens, acederas Rumex induratii, etc. En las lajas mayores, el agua chorrea largo tiempo por ciertos pradillos y lanchas, dando una vegetación peculiar de uñas de gatos Sedum pedicellatum, S. andegavense, S. arenarium, y con un poco más de suelo aparece el Hypericum linariifolia y el blanco Ornithogalum concinum.

El blanco Ornithogalum concineum

                Si cuidamos que no se produzcan los temibles incendios de verano, el enebral tiene garantizada una buena existencia. Ahora prácticamente no se le saca ningún provecho que no venga de la buena conservación de suelos y pastos, pero a partir de ciertas tallas añosas, cría una madera muy buena para todo tipo de trabajos rústicos.

A partir de la última casa de Viandar de la Vera comienza su gran enebral

            Antaño, era común, lo sé de la sierra del Piélago, usarlo vivo podándole convenientemente, para hacer los almeales, esos montones de heno que tenían que durar el verano y el invierno, dejando enebros sumamente altos, cuyas ramas empezaban a partir de los cinco metros; sobre ese tronco se apoyaba la hierba y se remataba con una buena sarta de retamas o escobas cruzadas.

El tronco de un enebro centenario casi se parece al del tejo

                La marcha con mi hermano y apuntada por teléfono por Alfon de Talaveruela, el mejor conocedor de estas sierras, terminó como de costumbre, en las puertas de lo mejor, a la entrada de la sierra. Con la promesa de unas buenas palizas para el cuerpo, otro día entraré en ese maravilloso mundo de gargantas encajadas, de cabeceras glaciares, de bosques impensables y de charcas esmeraldas.


              Para hacer un poco boca, de esas promesas aventureras, dimos con un buen bosquete de almeces, más de cien ejemplares de todos los tipos y tallas, se amontonaban en una recogida garganta, desde los mil metros hasta los ochocientos. La dureza e impenatrabilidad de esta garganta nos impidió recorrer este bosque, pero ahí está; no son árboles al pie de un lanchar o acompañando puntualmente a una garganta entre el bloquerío, es un buen bosque.
              
Bosquete de almeces y detalle de sus bayas, por eso aquí le llaman "bolero"




Los Arrabales Madrileños

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               Existe un evidente desprecio de la comunidad científica en general por los lugares cercanos, comunes, casi banales que son, al fin y al cabo, los que nos rodean. Predomina el mito, la idea clásica y preconcebida de que hay que buscar en la lejanía, en los paisajes primigenios, en las cordilleras o en otras geografías.


               Es un tópico, pero es la realidad, casi todos tenemos metidos en la cabeza la idea generalizada por el marketing comercial de tantas marcas y tendencias y, principalmente, del ideario cultural anglo-sajón dominante, del bucólico concepto de la naturaleza como algo permanentemente teñido de un verde rezogante, por supuesto, con montañas nevadas de fondo y usualmente con un lago en primer término, para que aquéllas puedan reflejarse, como ese dios sajón manda.

Linaria caesia en medio de las amapolas de un reseco talud de los Berrocales

               Pero la realidad es terca y es otra; vivimos en un país rico y cambiante, donde los mismos lugares son distintos en cada momento del año, incluso una misma primavera puede tener sucesivas etapas florales que no se parecen la una a la otra. Por otro lado, nos estamos empeñando en encerrar lo aparentemente natural, en lugares aislados y protegidos; reduciendo arbitrariamente la naturaleza, a esas escasas excepciones. 


Amapolas entre linos, Linum austriacuum, de un pastizal de los arrabales del sureste madrileño

               Pero es al revés, la naturaleza está incluso en lo más urbanizado, en los parques, en los solares, en todos esos campos que rodean nuestras ciudades y más allá. Al confinar lo natural en espacios "protegidos" es como si realmente diésemos por perdidos el resto de los espacios abiertos, como si no hubieran obtenido el "alto rango" de naturales.

La "carrera del caballo", ruta de los yonquis pedestres desde Vallecas a la Cañada Real

        Cuando las ciudades crecen desmesuradamente, casi colindando con otras vecinas, la naturaleza salvaje queda obligada a residir en esos espacios intermedios, a veces dilatados y corrientemente, menospreciados por la mayoría de los urbanitas, incluso por los más ecologistas, que presumirán de conocer al dedillo el Pirineo y de haber estado en Doñana, pero que no sabrían decir cuáles son las especies más corrientes y los lugares más ricos de su entorno inmediato en un radio de sólo, ¡de tan sólo!, 10 o 15 kms. a partir de su casa.

La harmaga (Peganum harmala) en los yesos de Rivas

               Yo, para bien o para mal, tengo la fortuna de vivir en Madrid, y puedo decir que conozco bien mis lugares cercanos. La geografía me llegó no como algo que se aprende, sino como algo genético y conocer todo el espacio físico que me rodea, se me hace una tarea indispensable. Vivo en el sureste de Madrid que, como muchos otros lugares encierra, en estrecha simbiosis, lo peor y lo mejor de nuestra rica naturaleza.

Dormidero de garcillas en una laguna del Parque del Sureste

               Mis vecinos, salvo algunos ciclistas, no conocen el entorno de mi ciudad y, tampoco muestran mucho interés, aunque de algunas excursiones de ARBA, del Chico Mendes, de Itinerarios Geobotánicos y de Semanas de la Ciencia, he visto como han surgido, y encantados, gente enamorada del lugar en el que viven, deseosos de conocer nuevos y cercanos lugares, donde disfrutar, investigar, hacer deporte o pasear, sin tener que alejarse demasiado de casa.

Un pequeño albardinal justo en el límite municipal de Madrid

               Pero si hay maravillas naturales cercanas (Parque del Sureste, Carrascal de Arganda, juntas de ríos, Marañosa, etc.), los desastres no están lejos: la humeante “región vertedero" de Valdemingómez, el desastre social de la Cañada Real, el desastre especulativo de los grandes “ensanches y P.A.U.s” del crecimiento excéntrico capitalino; la proliferación de infraestructuras impactantes y los espacios mineros (yesos, sepiolitas y áridos) con sus instalaciones, abandonadas o no.

El eneorme P.A.U. de Los Berrocales retomado días antes de las elecciones después de tres años sin movimiento, antes buenos campos de cultivo

Estos espacios del sur de Madrid eran, hasta hace muy poco, campos de cereales, cuestas y oteros con pequeños arroyos. Pero ahora tienen sus suelos totalmente removidos, planificados cartesianamente en avenidas y rotondas, solo señaladas; urbanizados, pero abandonados. Recomiendo ver todo el borde sureste madrileño Google o en Iberpix, os llevaréis las manos a la cabeza con su desmesura.


Un tractor faenando por unos campos, ¡Aún sin urbanizar! que acumulan una biodiversidad impensable

Este planeamiento no tolera la insolencia de la topografía; oteros, altozanos e incluso montes, son desmochados para rellenar zonas bajas o dejar a las máquinas trabajar sin contratiempos y facilitar la tarea a arquitectos obtusos, con vértigo crónico por la diferencia de cotas.

Los últimos restos de una loma, el Alto de las Peñuelas -para el recuerdo- antes de su costosa desaparición

Otros espacios como los bordes del Ensanche de Vallecas, con aisladas edificaciones de cientos de vecinos, pero como en tierra de nadie, tienen sus parques y avenidas más externos abandonados y degradados; mal común del despilfarro inmobiliario, achacado a la crisis, pero son los “flecos” urbanos que sin crisis estarían igual, aunque no tan deslabazados como ahora.

Parques abandonados en el entorno del Ensanche de Vallecas, las plantas nativas van retornando a sus terrenos

Todos los bordes de los caminos, carreterines y pistas por donde puede pasar un vehículo,  se han convertido en lineales campos de escombros caseros, y no tan caseros, por aquí vierten ilegalmente hasta los ayuntamientos. 


      Hay que agradecer la inestimable ayuda de la ex-lideresa madrileña que dijo que iba a potenciar la recuperación de residuos en Madrid, y para ello no se le ocurrió, sino duplicar las tasas de recogida de escombro en los vertederos, consiguiendo que si antes mucha gente vertía en los caminos, ahora lo hacen prácticamente todos (comparar cualquier imagen de Google Earth con lo que veáis ahora). 

Estado en el que se encuentra el vértice geodésico Cumbres de Vallecas

      Siempre he pensado que un alcalde debería coger la bicicleta y darse un paseo por los caminos inmediatos a su ciudad para ver la verdadera realidad de su “lugar en el mundo”.


También existe un arbolado e idílico río Manzanares, hasta que lo hueles, o ves la vegetación dominante, hiper-nitrófila y unas infraestructuras desmedidas y entrecruzadas: M-45, M-50, AVE, alta tensión, autovías y radiales de pago, incluso hay una abandonada, entre Mejorada y Loeches que no lleva a ninguna parte y no consigo imaginar su intención.

Una radial de peaje (he visto los puestos de cobro) que no sé adónde podría llevar

Pero incluso en medio de este caótico panorama surge la vida, en forma de una nueva colonización, incluso acabo encontrando algunas plantas poco comunes o muy poco comunes, y una fauna que va de la común a la insospechada...


sin palabras

 Y sin duda, el gran valor que aquí cobran los últimos enclaves de la vegetación poco alterada, por ser lo último de su específica raza y por su efecto “semillero” para las inmediatas zonas vecinas. Esa mezcla en un lugar de variada litología, con cuestas a rayas, verdes o rojizas; los blancos yesares o los tostados arenales, bien del Manzanares o intercalados en los llanos, a la que responde, cuando se lo permiten, una vegetación fuera de lo común, máxime al verla tan cerca de la urbe.

Mezcla de Serrátulas, la flavescens y la pinnatifida en una zona sin alterar demasiado

En esta lacerada región se encuentra la vegetación más “castiza” de Madrid, una que dará que hablar en este blog más adelante. Hace  años D. Salvador Rivas-Martínez resumía la ecología de Madrid diciendo que la sierra llegaba hasta más abajo de la Universitaria, y de ahí para el sur, ya todo era La Mancha.

Dos plantas muy poco comunes en Madrid, Achillea odorata y Achillea ageratum


 No le falta ninguna razón, aunque nos hayan alterado el significado de “manchego” llevándolo políticamente, bastante más al sur. Pero la vegetación de la que estoy hablando, es precisamente  la que nace en ese contacto, en esa región de mezcla (como todo lo madrileño), entre la Sierra y la Mancha.

Un bello coleóptero sobre una planta que hacía un par de siglos que no se veía por Madrid, el Allium nigrum

La vegetación está dominada por los grandes espacios de pastizal, un pastizal muy rico y variado, aunque sujeto al golpe de los esporádicos arados, de unos espacios más especulativos que productivos, el famoso “barbecho  industrial” en espera de recalificaciones.


Macizo de Scorzonera angustifolia en un pastizal

       Los árboles son escasos y naturalizados, como almendros y pinos carrascos, los neófitos olmos pumila que  de olmo tienen poco; el paraíso, Eleagnus angustifolia  tampoco es raro en las zonas bajas. Solo aparece lo verdaderamente autóctono en las zonas bajas (tarajes y olmos) o en los bordes montuosos (coscojas y encinas).

Pumilas al fondo, algún almendro y el gran Astragalus alopecuroides en primer término

Apenas hay arbustos, reducidos a retamas, esparragueras y alguna aliaga, pero sí plantas vivaces de gran tamaño, bellos cardos como las Klassea flavescens, Phlomis herba-venti, Astragalus alopecuroides, Plumbago europaea, etc., a parte de las abundantes especies nitrófilas y ruderales en una amplísima gama como no aparecen en otros  lugares madrileños.

El Echinops strigosus, bello cardo de la zona de mezcla entre la Sierra y la Mancha

No  faltan  en esta zona las típicas afecciones que ocurren en casi toda España, la usurpación de caminos, las infraestructuras que cortan sin alternativa los antiguos caminos o la pérdida del patrimonio de vías pecuarias de todo rango. Valga de ejemplo la Cañada Real, verdadero pasillo urbano en medio del campo.

Al fondo derecha, un tramo de la Cañada Real, a izquierda el vertedero madrileño, fuente de los cánceres de Rivas

En la Cañada ya me han preguntado demasiadas veces que si vendo mi bici; creo que si estuviera menos curtido, directamente me dirían, “trae acá pacá esa bici,  pringao”. Hace  pocos años no tenía reparo en  atravesar los peores tramos de la Cañada, pero eso ha  ido cambiando a peor.


Parte de la ciudad vertedero de Valdemingómez

      El tramo cercano  a la carretera de Valencia, está verdaderamente peligroso, con  los  yonquis en plena faena en  las  cunetas, tenderetes de cuatro tablas para el negocio, centinelas al tanto de la policía,  trifulcas y mal royo.

Por aquí, Valdemingómez, pasaba un arroyo, arriba cientos de cigüeñas esperan al camión de la basura

Rodeando precisamente estos andurriales, existen áreas naturales verdaderamente interesantes, pero el ambiente de escombrera es omnipresente, ya sea por la presencia de las montañas artificiales de escombros de Valdemingómez o por la presencia de residuos en todos los bordes de caminos.


Andryala ragusina, un indicador de suelos arenosos en medio de estos llanos

    En el verano o sea, de mayo a octubre, prácticamente aquí se instala una nube de humo permanente, a los numerosos incendios de pastos y rastrojos, se le une el pestilente humo de la quema de plástico para sacar el cobre de cableados robados en todo Madrid o el humo cancerígeno de los residuos de Valdemingómez.

Incluso en la escombrera más cutre, puede aparecer la belleza, en este caso de una mata de acanto


               

A la Sombra de los Alisos

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           Desde hace tiempo tengo ganas de hacer una entrada sobre alisedas, quizás más visual que botánica, pues las fotos suelen corresponderse con sesiones en esos días caniculares en que lo mejor es acogerse a su sombra, darse un baño y capear el calentamiento global unas horitas.


            La aliseda es uno de los bosques más unidos a mis correrías veraniegas, no en vano hace muchos años fui pescador, malo, pero eso me permitía recorrer las gargantas del sur de Gredos río arriba río abajo y descubrir cada uno de sus rincones.



       Buscando remontar las gargantas cuando las laderas se ponen difíciles, yendo algunas veces por medio del agua, en los estrechos, pero la mayoría de las veces, saltando de piedra en piedra. Otras, la excusa era la búsqueda de una buena poza, ya por el alto Tiétar, ya por las gargantas de la Vera, pero siempre entre alisos y cantos de oropéndola.


            Este año ya desde junio, el calor me ha ido empujando a su refrescante sombra, parece que los anunciados veranos del cambio climático se empiezan a cumplir: primaveras cercenadas bruscamente por golpes de calor intempestivos (recordar la Semana Santa, Mayo y Junio); y olas de calor africano con máximas inaguantables. 


El lúpulo (Humulus lupulus) se alza por encima de los zarzales en los huecos soleados

         Este verano, poco que añadir a este julio abrasador con medias (Media mensual, media de las máximas e incluso media de las mínimas) casi cuatro grados por encima de lo normal: (valores climáticos 1981-2010). Esto ha tenido su reflejo en las alisedas: el caudal y la cantidad de hojas de aliso en el suelo, muy similar al usual registrado a finales del verano.

Cientos de musgaños apiñados a la fresca sombra de una roca cercana al agua

            La aliseda es todo un mundo vegetal de la mitad occidental peninsular, desde el Cantábrico al estrecho de Gibraltar, pero siempre es un mundo de sombras y agua permanente, aunque este agua se encuentre bajo las piedras, como ocurre con alguna aliseda cerca de Cabañeros, sobre un río Estena inexistente en verano.

Al límite de la sequía el aliso contribuye poderosamente a sujetar con sus raíces las orillas de los arroyos

            Se trata de un bosque galería en el que hay que distinguir sus márgenes, el externo, hacia las laderas, poblada de una espesa orla espinosa arbustiva, son los clásicos zarzales, a los que se unen rosas, helechos y majuelos, que hay que atravesar para llegar al río; y el margen interno que da al agua, de niveles fluctuantes pero que casi siempre tiene una fresca vegetación de helechos o grandes macollas de cárices.

La gran Carex pendula es habitual en las alisedas más térmicas

             De las cárices la más común suele ser Carex elata subsp. reuteriana, aunque hay lugares en que la enorme Carex pendula le toma el relevo o con aguas estancadas la Carex paniculata subsp. lusitanica. En pocos ambientes, estas plantas graminoides, destacan tan poderosamente como en los márgenes húmedos de las alisedas.



            Los helechos se aúnan con la aliseda de una forma muy clara porque aquí es el único lugar donde, bajo su sombra y humedad, pueden conseguir las condiciones ambientales necesarias para su desarrollo.


Dryopteris filix-mas anclado bajo la aliseda

        En la parte externa, con el zarzal aparece abundante el helecho de pescaderos (Pteridium aquilinum) y en la parte interior, las simétricas macollas de los helechos macho o hembra, (Dryopterisfilix-mas o Athyrium filix-femina) y más cerca del agua la gran Osmunda regalis.

El helecho real Osmunnda regalis, rodeada de plantones en una roca granítica porosa

            En lo arbóreo se puede colar algún fresno y en áreas altas y frescas algún olmo de montaña (Ulmus glabra); al igual que en las áreas más térmicas algún almez Celtis australis y ocasionalmente, en los Montes de Toledo y sur de Gredos, algún loro (Prunus lusitanica). 


El arranclán Frangula alnus, es un asiduo del sotobosque de la aliseda

       En lo arbustivo un acompañante fiel es el arranclán o hediondo (Frangula alnus), cuyo nombre específico denota la cercanía al aliso. Menos corrientes son los arbustos norteños, como avellanos, mundillos (Viburnum opalus).

Lysimachia vulgaris, espléndida, aunque este año ha estado bajo mínimos

            Del resto de plantas predominan aquellas adapatadas a vivir entre sombras (esciófilas) y no es infrecuente encontrar plantas norteñas en alisedas bastante meridionales, como Hypericum androsemumo Circaea lutetiana, pero las más normales son las plantas trepadoras, como parras silvestres, las madreselvas, lúpulo, clemátides, etc. ; y las amantes del agua como la Lysimachia vulgaris, vincetóxico, las salicarias y entre las macollas de cárices el Galium broterianum.

El Galium broterianum siempre crece entre las macollas de cárices

           En los últimos años, parece que consecuencia de una dulcificación del clima, el aliso está remontando los ríos en altitud, hace poco que entró en el alto Alberche, en la zona de las “Ventas” y en otras gargantas se ven pimpollos en alturas en las que antes no habitaba, es decir por encima de los 1200-1300m. 


La Carex reuteriana, la hierba acompañante de los alisos que también tiene siempre los pies en el agua

     Otro misterio corológico-climático es la ausencia de alisos al pie de la sierra madrileña, los hay hacia la Alcarria (Sorbe), hacia el Alberche (río Cofio), incluso hacia el sur (río Manzanares en el Pardo) o en fugas del Canal de Isabel II en Valdelatas; pero estos del sur no forman buenas alisedas.

Gran bloque sombreado lleno de hiedra y líquenes

            La sombra de las alisedas es la que mantiene relativamente fría el agua de las gargantas con su sombra, si no fuese por ellos tendría unos cuantos grados más y cambiaría sensiblemente el componente biótico, incluso se achaca a este factor la presencia de truchas, en lugares como las cacereñas Villuercas, Hurdes y Gata. Donde dicen que son las únicas partes de los arroyos que tienen truchas, como la clásica lorera-aliseda del Llano de la Trucha en Villuercas. 



     El aliso no solo refresca con su sombra, sino que bombea una buena cantidad de agua al ambiente para regular la temperatura de sus hojas, tanta que de hecho no pueden vivir si les falta, aunque sea mínimamente, el agua a sus pies.


           Existen, desgraciadamente, bastantes lugares que toponímicamente se denominan “la aliseda” pero en los que no hay un aliso, a pesar de reunir, aparentemente, las condiciones necesarias para ello; lo más probable es que no hayan podido aguantar alguna de las sequías severas que cada ciertos años golpean los campos ibéricos. 


Los golpes de calor se reflejan en la cantidad de hojas caídas en el interior de las alisedas

         Así ocurre en varias localidades de las sierras interiores cacereñas o de Sierra Morena y estribaciones. Serían fácilmente recuperables y eso interesa, tanto por microclima, como por la conservación del agua, (a pesar del consumo de los árboles), así como para fertilizar esos suelos dada la capacidad “nitrogenante” de los nódulos de las raíces del aliso.

Raíces de aliso abriéndose dentro del agua, aquí sin sus nódulos benefactores

            La aliseda no sólo es el bosque, es ese ecosistema completo, cambiante a lo largo de las estaciones, una imagen de cuando era más ornitólogo que plantólogo era la de marzo con los alisos cargados de dorados amentos y recorridos por grandes bando de lúganos. También entre alisos fue donde ví el primer visón americano hace ya muchos años. Hay varias rapaces que eligen este tipo de bosque húmedo para sus nidos, alguna vez ha sido el halcón abejero pero el más fiel es el azor, que pudiendo elegir, siempre le gusta esas alturas y la vecindad del agua.

La Scrophularia scorodonia es acompañante fiel de los alisos en casi toda Iberia

            Dada la facilidad para las plantas que posee el interior de la aliseda, también es uno de los ambientes más proclives a la colonización por especies invasoras; en el valle del Tiétar ya empieza a ser una verdadera plaga la planta de las pesetas la Lunaria annua, una bella planta de frutos en grandes sámaras que dejan como grandes monedas transparentes y que tienen una capacidad reproductora que ya desborda a la aliseda y está empezando a colonizar los melojares cercanos. También la jardinera Impatiens balfourii o no me toques, la azulita o blanca Tradescanthia fluminensis o la gran Phytolacca americana o hierba carmín.

La invasora Lunaria annua invadiendo el sotobosque, vista invernal

            Entre los árboles y aguas debajo de los pueblos es corriente ver, primero los nogales que nunca se sabe a ciencia cierta si son más naturales que naturalizados, y asiduamente los árboles jardineros clásicos, como arces, acacias y destacando el poderoso plátano, que aunque se plante en todo tipo de parques es un árbol higrófilo como el aliso, y da muestras de ello creciendo con un vigor inusual en estos medios.

Arces pseudoplatanus creciendo entre los alisos

            Esperemos que la cinta verde que las alisedas dibujan en el paisaje, un lugar perfecto para ver estas zigzagueantes líneas arbóreas son las Villuercas cacereñas, donde los alisos dibujan las cotas inferiores del drenajes de los valles. No sé que haría sin la fresca sombra, con o sin baño, de estos árboles en días como los que estamos “padeciendo”, que hacen que se requiera verdadero valor para salir de la aliseda.

Puede haber hasta 15ºC  de diferencia entre el interior y el exterior de una aliseda

P.D./ Ver la estupenda entrada de La Luz del Monte que sobre las alisedas ha realizado hace poco tiempo y que me terminó de empujar a realizar esta entrada largo tiempo aplazada

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